Redacción (Viernes, 22-06-2012, Gaudium Press) En el único lugar de la costa brasileña donde la Floresta Atlántica se une al Océano, exactamente donde el Trópico de Capricornio cruza la parte más oriental de Brasil, está Ubatuba, ciudad de cerca de 80.000 habitantes a apenas 250 Km. de la gran San Pablo. El dulce movimiento de las montañas de la sierra, sumado al armonioso diseño del litoral, forma 80 playas de blanca arena con puertos naturales incrustados por acogedoras islas. Escenario más propio de una leyenda, pero que posee una Historia verdadera que se remonta a los principios del Brasil.
Isla das Couves, Ubatuba |
La Historia del litoral norte de San Pablo se inicia con la pintoresca y trágica aventura de Hans Staden. Un alemán aventurero, maestro en artillería, que habiendo naufragado en Brasil fue capturado por los tupinambás. En peligro de ser devorado por los caníbales, a través de mucha astucia, el pintoresco personaje consiguió enternecer a la ruda índole aborigen, estableciendo inclusive buena amistad con el cacique. Después de nueve meses de incertezas, en 1557, Staden pudo publicar ya en Alemania la primera narrativa de viajes a América [1]. En esta obra, él no hace mención de ninguna villa en la región que comprenda al litoral norte de San Pablo y sur de Río de Janeiro; solamente a partir de la segunda mitad del siglo XVI, aquella bella región pasó a llamarse Iperoig que, significa «aguas que tienen tiburones». Se estableció allá una pequeña aldea, no poseyendo más que algunas cabañas indígenas y canoas estacionadas en sus dulces bahías. Este es el origen del nombre actual de Ubatuba, que en tupí significa «muchas canoas». [2]
Entretanto, Ubatuba fue el escenario para el suceso tal vez más dramático de la Historia del Beato José de Anchieta y del Padre Nóbrega en Brasil. En aquel tiempo, Brasil no era poseído íntegro por Portugal. Los franceses ocupaban la actual región de Río de Janeiro, llamada de Francia Antártica. Los mairs, como los indios denominaban a los franceses, incentivaron a los aborígenes a constituir la Confederación de los Tamoios dirigidas por Cunhambebe Pai, contra los portugueses.
A pesar de nunca haber ocurrido un conflicto directo, en 1563, después de frustrados intentos de conciliación entre lusos e indígenas, las autoridades pidieron la intervención de la Iglesia, que por causa de su labor asistencial y evangelizadora, era simpática a las poblaciones nativas. Para mediar las tratativas, fueron escogidos dos jesuitas insignes, el Padre Manuel Nóbrega y el Bienaventurado José de Anchieta. Con todo, el objetivo no fue alcanzado sin grandes sacrificios.
Imagine, lector, dos doctores europeos que estudiaron en las más famosas universidades ibéricas del siglo XVI, habiéndose destacado en los medios intelectuales por erudición y en los medios religiosos por virtud, adentrarse al Brasil de aquel tiempo, salvaje, inhóspito, lleno de fieras e indios antropófagos… Solamente la obediencia religiosa explica que dos religiosos se entregasen como rehenes alegres y abnegados en las manos de caníbales. Consiguiendo las gracias del tamoio Coaquira (o Pindobuçu[3]), Anchieta pudo celebrar en una rústica y pequeña Iglesia, donde actualmente se encuentra un crucero, la primera misa en Ubatuba, en presencia de indios curiosos y reverentes. El jesuita administraba a los nativos rudimentarios conocimientos de higiene y recato, así como de catequesis. Entretanto, aún no podía bautizarlos por causa de la fragilidad de su perseverancia en la Fe.
Anchieta y Nóbrega estuvieron sujetos a alimentarse de la comida de los silvícolas, a rasgar sus pies en los caminos, sufrir frío, vigilias al aire libre. Por seis veces se vieron listos a ser tragados por las indias tupis en las orgías antropófagas. Cunhabembe, jefe de la confederación de los Tamoios, intentó matarlos varias veces, y solo no realizó su intento, por la protección que daba a los jesuitas su propio hijo. Además, por ayudar a los indios en sus dolores físicos y espirituales, los religiosos consiguieron obtener gran influencia sobre los aborígenes. Cierta vez, en la ausencia de sus protectores, el jefe de los tamoios viajó a Caraguatatuba a fin de eliminar a los dos jesuitas y, consecuentemente, cualquier tratativa de paz. Avisados por los indios que ya se inclinaban al cristianismo, Anchieta se puso en fuga por las empinadas colinas de Ubatuba cargando en las espaldas al enfermo P. Nóbrega. Quién diría que el destino del primer superior de la misión jesuítica en América, célebre personaje de las Universidades de Coimbra y Salamanca, estaba en las manos de un joven religioso… Después de haber atravesado inclusive un río, encontraron una cabaña indígena depauperada por el tiempo [4], en la cual los dos jesuitas, todavía jadeantes y mojados, se abrigaban bajo la protección de Coaquira (Pindobuçu) y del hijo de Cunhabembe [5].
Beato Anchieta |
Más grave que los peligros físicos eran los riesgos espirituales al que los dos jesuitas estuvieron sujetos. Después de P. Nóbrega ser devuelto a los portugueses, el P. Anchieta, llamado cariñosamente por los indígenas de Pajé-guaçu – gran Padre – permaneció seis meses solo entre los indios. Las costumbres morales, como la completa desnudez y lujuria de los nativos, así como actitudes provocantes de impudicicia de ciertas indias, constituían situaciones comprometedoras al celibato prometido por el joven clérigo. En estas ocasiones, Anchieta despedía a las indias con suavidad para no causarles resentimientos y para distraerse de las tentaciones contra la virtud angélica, se retiraba a las magníficas playas locales, prometiendo a Nuestra Señora que caso conservase la santa virtud, compondría en versos la vida de la Santísima Virgen.
Narra la Historia, que mientras escribía el poema en las arenas de Ubatuba, una avecita de lindos colores rondaba a su alrededor, no dudando inclusive en posarse sobre los hombros o en las manos [6]. Después de tres meses de solitario cautiverio, Anchieta compuso de memoria, el «Poema a la Virgen», una de las primeras piezas literarias de la cultura luso-brasileña con 5.800 versos en latín [7].
Anchieta fue uno de los mayores hombres de la Historia de Brasil, no solo por hacer la primera Gramática en lengua Tupi, el primer poema épico de América, «De gestis Mendi de Saa», la fundación de la ciudad de San Pablo (1554), hoy una de las mayores y más ricas metrópolis del mundo.
Gracias al trabajo del jesuita, el día 14 de septiembre de 1563, día de la Exaltación de la Santa Cruz, se obtuvo la unidad entre portugueses e indígenas. Después de tormentos sin cuenta se realizó la ceremonia de paz delante del gran crucero erguido en Ubatuba, pudiendo así Anchieta volver para San Vicente en la canoa de Cunhabembe. Llegando a la Isla que hoy tiene su nombre, Anchieta fue interceptado por indios que a través de calumnias buscaban disuadir al jefe tamoio de establecer la paz con los portugueses. Entretanto, el cacique prefirió adherirse a los anhelos pacíficos del Apóstol de Brasil. En esta bella isla, sin papel ni tinta, se estableció el primer tratado de paz de las Américas [8]. El Beato Anchieta nunca más volvería a aquel panorama, pero recordaba con nostalgia los sufrimientos y las consolaciones que la providencia le glorificó en las tierras y mares de Ubatuba.
P. Manuel da Nóbrega |
Es verdad que si comparamos cada pormenor de Ubatuba con accidentes geográficos de otras partes del mundo no dudaríamos en responder qué sería más atrayente. Con todo, existe en Ubatuba, algo de peculiar y que, tal vez, no exista en otra parte del Brasil y el mundo. En aquel lugar que evoca la presencia del Apóstol de Brasil, Dios reunió las bellezas del mar, la grandeza de las montañas, el verde de las florestas, el cristalino de las cascadas, la exuberancia de la fauna y lo pintoresco de las islas. Con encanto especial, aquel paisaje sintetiza en su simplicidad el esplendor de la naturaleza brasileña. Rico panorama en el cual Aquel que murió por nosotros en la Santa Cruz, quiso que reinase la bendición de héroes que compraron la unidad y la grandeza del Brasil.
Por Marcos Eduardo Melo dos Santos
[1] STADEN, Hans. Duas viagens ao Brasil. São Paulo: Ed. da Universidade de São Paulo, 1974. 218 p.
[2] OLIVEIRA, Washington de. Ubatuba. Documentário. São Paulo: Escritor, 1977. p. 32-40.
[3] Os nomes variam conforme o Livro. Na obra publicada pela Artpress, o autor se abstem de identificar os personagens indígenas.
[4] Na Praia Rio grande ou da Barra, em direção ao Morro do Padre ou do Matarazzo.
[5] Os nomes variam conforme o Livro. Na obra publicada pela Artpress, o autor se abstem de identificar os personagens indígenas.
[6] Cf. SAINTE-FOY, Charles. Vie du vénérable Joseph Anchieta de la Compagnie de Jésus. Paris : Casterman, 1858.
[7] Nota do Editor apud ROPS, Daniel. A Igreja Da Renascença e da Reforma 2. T. VII. São Paulo: Quadrante,1999. p. 302.
[8] Cf. ROCHA POMBO. História do Brasil. t. 1, 13 ed. São Paulo: Melhoramentos, 1966.
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