sábado, 23 de noviembre de 2024
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El ‘enlevo’ como propulsor de la santidad

Redacción (Lunes, 02-06-2012, Gaudium Press) Santidad es la virtud en grado heroico. Santidad es la perfección de la caridad. Santo es aquel que puede proclamar como el Apóstol Pablo que Cristo vive en él. Santidad es por tanto la situación de un alma que caminó hasta unirse tanto con Dios que Dios se encuentra en ella en plenitud. Pero… ¿cómo se llega hasta allá?

Para averiguarlo está el maravilloso libro de las vidas de los santos. Cada una de esas sublimes historias muestra como, por caminos diversos, se llega a un mismo fin, la unión transformante con el Creador.

Entretanto, en esas interesantísimas historias hay un factor común, importantísimo, inicial, como que ‘disparador’ de la santidad, que Plinio Corrêa de Oliveira llamaba de ‘enlevo’: deliciosa palabra portuguesa que no tiene una traducción exacta al castellano, pero que significa el encanto que se experimenta ante algo maravilloso, un tipo de arrobo frente a lo sublime, de éxtasis gustoso ante lo altamente admirable.

6.jpg¿Qué llevaba a San Francisco de Asís, Il Poverello maravilloso, a hablar con esa ternura característica al cruel hermano lobo de Gubbio, pidiéndole que no asolara más a la población, terminando por concluir con él un «tratado de paz», que fue aceptado sumisamente por el antes feroz animal? Era un ‘enlevo’ por Dios Creador del Universo y Creador también del hermano lobo, ‘enlevo’ por el Orden y la Armonía de la Creación, que lo movía a exigir al lobo respeto por el hombre, que es superior a él por ser no solo vestigio sino imagen de Dios. Dios quiso premiar este acto de inocencia de Il Poverello con el milagro del apaciguamiento total del animal.

¿Cuál era esa fuerza interior gigantesca, que hacía que un San Lorenzo aun siendo asado en la parrilla declarase a sus verdugos con serenidad y sin odio ‘Assum est, inqüit, versa et manduca’, Dadme la vuelta, que por este lado ya estoy hecho? Era el ‘enlevo’: ‘Enlevo’ por la Patria celestial hacia la cual el martirio lo estaba conduciendo; ‘enlevo’ por Dios su Señor, que estaba con los brazos abiertos esperando su arribo a la morada eterna, mientras le daba la fortaleza para resistir el tormento; ‘enlevo’ por su señor el Santo Papa Sixto II, que poco antes le había precedido en el camino del martirio, y a quien deseaba seguir con ansia.

Fuerza pues poderosísima es el enlevo.

3.jpgEs el enlevo el que torna la vida colorida; una vida sin enlevo es una vida gris, triste, amargada, según decía Plinio Corrêa de Oliveira. El enlevo es lo contrario del egoísmo, es un salir de sí, para gozarse en el Creador y en sus reflejos. Es lo opuesto del fastidio final en el que vive el que solo vive para sí.

El enlevo, en su especie católica, no es otra cosa que una ‘iluminación encantada’ que nos viene por una gracia del Espíritu Santo, a partir de un ser admirado: Dios Nuestro Señor -que no abandona a sus ovejas, ni siquiera las descarriadas- nos ofrenda constantemente con esos dones alegres que vienen al hombre en la contemplación, particularmente de las cosas sublimes.

Enlevo es lo que le ocurre por ejemplo a aquel que está leyendo un pasaje del Evangelio, por ejemplo ese excelso de San Mateo sobre la providencia divina («¿Y por qué se inquietan por el vestido? Miren los lirios del campo, cómo van creciendo sin fatigarse ni tejer. Yo les aseguro que ni Salomón, en el esplendor de su gloria, se vistió como uno de ellos». Mt 6, 28-29), y siente de una forma casi sensible la infinita bondad con que Dios cuida de sus criaturas; aprecia de una manera casi palpable y con felicidad interior la ternura del Salvador y es movido así a la admiración y a entregarse por entero a Jesús.

Enlevo es cuando al salir a un jardín justo en el momento del canto de un canario, percibimos por una gracia de Dios la belleza contenida en ese sencillo y noble animalito, y nos encantamos desinteresados con su trinar, con las notas y la armonía de su gorjeo; sentimos que ese es el canto gaudioso del avecilla que agradece a Dios por su linda existencia; advertimos que en su canto el canario realiza su ‘vocación’, da lo mejor de sí en homenaje a su Hacedor.

Enlevo es cuando a la escucha de una persona eminente por su ciencia y oratoria, de dentro de nuestro interior brota un clamor de admiración, de percepción de la superioridad del espíritu sobre la materia, de agradecimiento a Dios por estar en presencia de alguien que con su dones dignifica y eleva a la raza humana, de un ser que ‘ensancha’ los límites de lo que puede alcanzar el hombre, impulsándonos tal vez a una sana y humilde emulación.

4.jpgEl alma ‘enlevada’ observa un bello castillo y no siente envidia de su dueño, no se imagina remplazándolo y viviendo burguesamente allí, sino que se extasía en su contemplación, se ‘enleva’ observando sus torres, sus almenas, sus formas y sus estancias, llega incluso a imaginar a la marquesa y al marqués que lo crearon o inspiraron, y se admira con sus gestos, sus modales, su bonhomía, su elegancia, su clase. Y ese imaginarse algo superior -y en cuanto superior más cercano al Creador- lo distiende, lo conforta, lo entusiasma, lo llena de ánimo para las faenas diarias.

Y así por delante. Cada uno tendrá sus ejemplos, porque todos hemos experimentado los ‘enlevos’, aun aquellos a quienes el egoísmo mucho los ha apagado.

El enlevo, particulamente aquel motivado por la gracia, es la ‘energía’ para llevar adelante con coraje las luchas de la vida. Abrir el alma al enlevo es estar constantemente receptivo a una comunicación de Dios, que nos muestra aspectos de su Ser a partir de las múltiples riquezas que existen en el Orden de la Creación, llenándonos así de entusiasmo. Para el alma ‘enlevada’ las cruces no son tan pesadas, los sinsabores no son tan amargos, las luchas no lo abaten, pues en su interior está siempre presente el aroma fortalecedor de esa alegría propia a quien contempló desinteresado lo sublime.

Enlevo es, sobre todo, el resultado de abrir el alma admirado a ese Hombre perfecto, sin mancha ni pecado, que se encarnó en una Virgen sin dejar de ser Dios, y que desde lo alto de la Cruz no dejaba de manifestar su belleza, su trascendentalidad, su divinidad.

Enlevo en un atardecer, en la contemplación de un paisaje, de un pajarillo, de un hombre eminente, del Hombre – Dios: todo enlevo verdadero conduce a Dios y a la unión trasformante con Él.

Por Saúl Castiblanco

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