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Oración: las condiciones para ser atendido

Redacción (Martes, 10-07-2012, Gaudium Press) El hombre, en su debilidad, no puede, sin la gracia, alcanzar ciertos favores, pero podrá obtenerlos a través de la oración, pues «el Espíritu viene en auxilio a nuestra debilidad; porque no sabemos lo que debemos pedir, ni orar como conviene, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables» (Rm 8, 26).

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La oración debe estar presente en todos los días de nuestra peregrinación terrenal

La oración debe estar presente en todos los días de nuestra peregrinación terrenal; así jamás habrá de faltarnos lo necesario cuando pedimos socorro. Puede ser que la espera se prolongue, que no haya consolaciones interiores, o incluso sensación de completo abandono, en la cual el Cielo parece revestido de densas nubes oscuras. Sean cuales fueren esas situaciones, estamos seguros de que nunca debemos desanimar ni desistir. Del mismo modo como no nos olvidamos de tomar alimento, para mantener el vigor y la salud del cuerpo, así tampoco debemos descuidar la oración, para que nuestra alma, hambrienta, no llegue a desfallecer.

No obstante, existe un problema. Sabemos, por el Espíritu Santo, lo que debemos pedir. Pero, ¿cómo enunciar esas súplicas y cuáles las condiciones para tornarlas infalibles delante de Dios?

Las condiciones para ser atendido

«Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pediréis todo lo que quieras y os será realizado» (Jn. 15, 7). Nuestro Señor confirma de manera clara, en innúmeras circunstancias de su vida terrenal la omnipotencia de la oración. «Pedí y se os dará. Buscad y encontraréis. Golpead y os será abierto. Porque todo aquel que pide, recibe. Quien busca, encuentra. A quien golpee se le abrirá» (Mt 7, 7-8). ¿Quién colocaría en duda el juramento del Divino Salvador? ¿Quién osaría contradecirlo?

Alguien podría contestar, con argumentos poco convincentes, mostrando que, en muchas ocasiones, esa promesa no se cumplió e inúmeros pedidos parecieron no haber llegado nunca a los oídos de Dios. El Apóstol San Santiago responde a esa objeción: «Pedís y no recibís, porque pedís mal» (Tg 4, 3).

Ahora, si la oración mal hecha no es atendida, ¿cuáles son los requisitos necesarios para la infalibilidad de la oración? Cuatro son, según Santo Tomás, las condiciones para obtener aquello que pedimos: «por nosotros mismos, pedir cosas necesarias para la salvación, devotamente y con perseverancia».1

«Por nosotros mismos»

Cuando alguien pide algo en favor de si mismo, ya posee la disposición para recibir la gracia, pero, si intercede por otro, no siempre éste tendrá el alma abierta para acogerla y podrá colocar obstáculos para la acción de Dios, como bien expresa Royo Marín: «Dios respeta la libertad del hombre, y no acostumbra conceder sus gracias a quien no quiere recibirlas». 2 Esto no significa que rezar por el prójimo sea ineficaz, pero, sí que no tendremos certeza de la utilidad de la oración en la voluntad de aquel por quien pedimos, pues, «la promesa fue hecha, no para los que rezan para otros, sino para los que rezan para sí mismos: Se os dará». 3

«Cosas necesarias para la salvación»

Al solicitar de Dios la gracia de la eterna salvación o de los medios que a ella conducen, Él nunca deja de atender, pues la desea más que nosotros mismos y es Él mismo quien nos inspira los anhelos de santidad. Con todo, por falta de sabiduría, no siempre pedimos lo que nos conviene en orden a la felicidad eterna, donde el Creador, en su infinita Bondad, no podrá concedernos algo que venga a perjudicar la práctica de la virtud, pues, como dice San Agustín «lo que es útil al enfermo, el médico sabe mejor que él. 4

«Si no recibes, es porque pides una piedra. Porque, si es cierto que eres hijo, no basta eso para recibir, antes, la calidad de hijo es obstáculo para recibir si, siendo hijo, pides lo que no te conviene, al contrario, también te garantiza que no puedes recibir cuando pidas lo que no te conviene. No pidas, pues, nada mundano; pide todo espiritual, e infaliblemente recibirás. […] Porque también vosotros -nos dice el Señor-, que sois padres, esperáis que vuestros hijos os pidan; y, si os piden algo inconveniente, lo negáis; así como, naturalmente, les concedéis lo conveniente. […] Si con este espíritu te aproximas a Dios y le decís: «si no recibo, no me retiro», indefectiblemente recibirás. Esto sí, con la condición de que pidas lo que está bien te de Aquel a quien lo pides y que te convenga a ti, que pides.» 5

«Devotamente y con perseverancia»

Explica el «Doctor de la oración» 6, comentando el trecho citado de Santo Tomás, que en la palabra «devotamente» el Doctor Angélico encerró todas las condiciones que se requieren por parte del sujeto que ora; esto es, humildad, confianza y perseverancia, sin dejar de rezar hasta el instante de la partida de este mundo para encontrar el Supremo Bien, objeto de los anhelos en las oraciones fervorosas hechas en esta Tierra. Otro punto es la insistencia en la oración.

Veamos separadamente cada una de estas condiciones.

Humildad

«Dios resiste a los soberbios, pero da su gracia a los humildes» (St 4, 6). Es propio del presuntuoso contar consigo mismo, depositando su seguridad en las capacidades que tiene, sean ellas reales o imaginarias, y confiando en sus propias fuerzas. Posee una venda en los ojos y no quiere pedir ver la luz. El humilde, al contrario, reconoce que toda su energía viene de Dios y nada puede sin Nuestro Señor Jesucristo.

Dios, dice la Escritura, «borra la memoria de los orgullosos» (Eclo 10, 21), pero se desdobla sobre los humildes, en atenciones y ternuras, y siempre está listo para derramar con abundancia los tesoros de su liberalidad.

Una vez curvados ante la divina majestad, con el espíritu sin pretensiones como el publicano de la parábola (Cf. Lc 18, 9-14), debemos esperar con entera confianza las gracias pedidas. Nadie, al pedir un favor a otro, cree no poder recibirlo, pues, de lo contrario, no se atrevería a intentar conseguir lo esperado. Si así sucede entre los hombres, ¿cómo dudar de Dios?

Confianza

Agrada a Dios nuestra fe en su misericordia, porque de este modo reconocemos su bondad, manifestada al crearnos y al concedernos tantos dones. Abandonándonos completamente en las manos del Creador podemos esperar grandes cosas, pues su indulgencia es una fuente inagotable y nuestra confianza puede ser comparada a un recipiente vacío: cuanto mayor sea éste, mayor será su capacidad de recibir y, en consecuencia, mayor el número de gracias que será acumulada. 7

Esa confianza ciega en Dios deberá ser conservada incluso en las ocasiones de aridez espiritual, en las cuales no parecen ser escuchadas nuestras súplicas favorablemente. Con todo, es preciso permanecer, según el consejo del Apóstol, «esperando contra toda esperanza» (Rm 4, 18). Así, la oración se tornará más agradable a la Divina Providencia, pues en ella reconocemos nuestro nada y aplastamos la inclinación de autosuficiencia, inherente a la naturaleza humana decaída, para esperar únicamente los bienes que de Dios provienen.

Perseverancia

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Es preciso golpear la puerta divina hasta que ella nos sea abierta

Esta confianza camina siempre íntimamente unida a otro valor: la insistencia en la súplica. En ciertos casos, Dios no atiende nuestra oración con la rapidez que nosotros desearíamos, para probar nuestra fe y esperanza. Dada la inconstancia consecuente del pecado, Dios pone a prueba nuestras disposiciones, para no ser llevados por cualquier viento de los sentimientos o arrastrados por las olas de las pasiones, sino dar frutos en la perseverancia (Cf. Lc 8, 15).

En efecto, muchas veces, en los momentos de fervor, estamos animados por un deseo ardiente, acompañado de la voluntad de rezar y la certeza de la obtención de la gracia solicitada; entretanto, aparentemente rechazado el primer pedido, -porque no es el momento oportuno de que Dios conceda, o incluso porque Él quiere coronar nuestra alma con el mérito de la pertinacia-perdemos el entusiasmo inicial y abandonamos luego la oración.

Al dirigir la palabra a una persona, nadie, después de haberla llamado una primera vez sin obtener respuesta y ni siquiera su atención, desiste de hablarle nuevamente. Al contrario, repite el apelo, hasta que ésta le presta el oído. Si así actuamos en las relaciones humanas, ¿por qué razón no insistir en la oración hecha a Dios? Él nos acoge antes incluso de formular nuestra petición, y no dejará de atendernos con generosidad.

«No sabemos cuántas veces querrá Dios que repitamos nuestra oración para obtener lo que pedimos. En todo caso, la demora más o menos prolongada se ordena a nuestro mayor bien: para redoblar nuestra confianza en Él, nuestra fe, nuestra perseverancia». 8

Es preciso golpear la puerta divina hasta que ella nos sea abierta. Cabe decir que, cuanto más la demora se prolongue, mayor será el don, cuando él venga. Dios sabe disponer la ocasión adecuada para derramar sus favores. «Cuando Dios tarda en intervenir es por razones más altas y porque ciertamente nos dará con superabundancia». 9

«Dejad que Él os instigue a multiplicar vuestras oraciones, no atendiéndolas sino después del centésimo pedido. Él dijo que es preciso rezar siempre, dejadlo comportarse en relación a vosotros de manera a que recéis siempre. Creed que eso os será ventajoso». 10

Pedir la perseverancia final

¿Cuándo debemos rezar? Siempre. No hay época, lugar y circunstancias en las cuales podamos dispensar la oración y abstenernos de la práctica de ella. Ella nos deberá acompañar de modo continuo hasta el momento de nuestra muerte, para la cual debemos implorar, sobre todo, la gracia de la perseverancia final. ¡Cuántos son los pecadores arrepentidos que volvieron a pecar, por no haber sido asiduos en la oración! «Quien comienza a orar deja de pecar, quien deja de orar comienza a pecar». 11 Salomón pidió la sabiduría y su súplica agradó al Señor (Cf. 1 Re 3, 10), pero, al final de su vida, se desvió su corazón y transgredió la Ley de Dios (Cf. 1 Re 11, 4-10), porque no había pedido la perseverancia.

¡La vida del hombre sobre la Tierra es una constante lucha! (Cf. Jó 7, 1) ¡Y ay de los que no persisten en la oración! Durante todo el tiempo de nuestro combate es preciso tener esa poderosa arma en las manos. ¡Ella nos torna robustos y nos alcanza el premio de la victoria!

Tengamos la certeza de que «si nuestra oración reúne las condiciones que acabamos de mostrar, obtendrá infaliblemente, más temprano o más tarde, lo que en ella pedimos a Dios. De hecho, en la práctica obtenemos muchísimas cosas de Dios sin reunir todas estas condiciones, por un efecto superabundante de la misericordia divina. Pero, reuniendo estas condiciones, obtendríamos siempre, infaliblemente, -por la promesa divina y fidelidad de Dios en sus palabras-, inclusive aquellas gracias que, como la perseverancia final, nadie puede merecer sino solamente impetrar».12

Por la Hermana Ana Rafaela Maragno, EP

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1 «Ut sciliset pro se petat, necessaria ad salutem, pie et perseveranter» (SÃO TOMÁS DE AQUINO. Summa Theologiae. II-II, q. 83, a.15, ad 2.

2 «Dios respeta la libertad del hombre, y no suele conceder sus gracias a quien no quiere recibirlas» (ROYO MARÍN, Antonio. Teología de la Perfección Cristiana. 11. ed. Madrid: BAC, 2006. p.426. Tradução da autora).

3 San Alfonso María de Ligorio

4 «Quid enim infirmo sit utile magis novit medicus quam aegrotus» (SAN AGUSTIN, apud SANTO TOMÁS DE AQUINO. S.Th. II-II, q. 83, a.15, ad 2).

5 SAN JUAN CRISÓSTOMO. Homilía 23, 4. In: Obras de San Juan Crisóstomo: Homilías sobre el Evangelio de Mateo. 2. ed. Madrid: BAC, 2007. p. 479.

6 San Alfonso María de Ligorio

7 Ibid.

8 ROYO MARÍN, Antonio. Nada te turbe, nada te espante. 2. ed. Madrid: Palabra, 1982. p. 115.

9 CLÁ DIAS, João Scognamiglio. A Ressurreição de Lázaro. In: Arautos do Evangelho. São Paulo, n. 39, mar. 2005. p. 9.
10 «Laissez-le donc vous pousser à multiplier vos prières, en ne les exauçant qu’après la centième demande. Il a dit qu’il faut toujours prier, laissez-le se conduire à votre égard de manière à ce que vous priiez toujours. Cela vous sera avantageux, croyez-le» (BOUCHAGE, F. Pratique des vertus. 2. ed. Paris: Gabriel Beauchesne, 1918. Vol. III. p. 380.

11 SAN AGUSTIN apud SPIRAGO, Francisco. Catecismo Católico popular. Trad. Artur Bivar. 6. ed. Lisboa: União, 1958. p. 291.

12 ROYO MARÍN, Antonio. Nada te turbe, nada te espante. Op. cit. p. 115. Tradução da autora

 

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