Redacción (Miércoles, 18-07-2012, Gaudium Press) En su infinita misericordia, Dios pone a disposición de sus hijos, para su santificación, una inconmensurable cantidad de dones y gracias. Algunos de estos favores divinos, Él los dispensa a todo y cualquier fiel. Otros, sin embargo, en su sabiduría, el Creador los reserva para algunas almas electas.
Es el caso del don de la profecía, del de hacer milagros y de tantos otros, concedidos solo en determinadas circunstancias, de acuerdo con las necesidades de la Santa Iglesia.
Nuestra Señora del Perdón, Catedral de Santiago de Compostela |
Algunos piensan que a esta categoría especial de dones pertenece la gracia de la contrición perfecta. Esto no es real. Muy al contrario, esta gracia está siempre al alcance de todos los fieles, sin ninguna excepción. Más aún, ella es de fundamental importancia en la vida espiritual de todo bautizado.
Entre los libros que tratan del tema, se destaca el del Padre Johann von den Driesch, titulado La Contrición Perfecta – una llave de oro para el cielo. En él, ese fervoroso sacerdote de la arquidiócesis de Colonia expone la doctrina católica al respecto, con la clareza del buen pedagogo y el ardor del apóstol empeñado en la salvación de las almas.1
Elementos de la contrición auténtica
La contrición – o arrepentimiento – es el dolor de alma que la persona siente por haber pecado; este dolor solo es verdadero cuando el pecador detesta la mala acción practicada y tiene el propósito de no pecar más. Por ejemplo, si un ladrón se dice arrepentido de un robo cometido, pero no tiene horror al crimen en sí, ni hace el propósito de corregirse, no se puede afirmar que esté contrito.
Para ser auténtica, la contrición precisa ser interna, o sea, provenir de hecho del alma, no puede reducirse a meras palabras pronunciadas sin reflexión. Debe también ser general, esto es, abarcar todos los pecados, al menos todos los pecados mortales. Es necesario, por último, que ella sea sobrenatural, quiere decir, que tenga por base alguna verdad de la Fe: el temor de Dios que tiene el derecho de ser obedecido, el amor de Dios que nos ama, el deseo del Cielo, el miedo del infierno, etc.
Si alguien asalta un banco y después se arrepiente porque está en riesgo de ser preso, eso no es auténtica contrición, pues se basa en motivos meramente naturales.
Su esencia: la voluntad de alejarse del pecado
Como arriba dijimos, la gracia del arrepentimiento está al alcance de todos. Para obtenerla, basta manifestar a Dios con sinceridad de alma su pesar por haberlo ofendido y el firme propósito de no volver a pecar.
«La esencia de la contrición está en el alma, en la voluntad de alejarse de verdad del pecado y convertirse a Dios», afirma el Padre Johann von den Driesch.
Contrición perfecta e imperfecta
La contrición de un pecador puede ser perfecta o imperfecta, dependiendo de los motivos que lo lleven a tenerla.
La contrición perfecta procede del amor: el pecador se arrepiente por el hecho de haber ofendido a Dios, infinitamente bueno y digno de ser amado sobre todas las cosas.
Imperfecta es la contrición que viene del temor: la persona aborrece el pecado por el miedo de perder el Cielo y ser lanzada al infierno. ¿Por qué es llamada imperfecta? Porque en ella el pecador lleva en consideración principalmente a sí mismo, y no a Dios.
Ejemplos de verdadera contrición
Veamos un bellísimo ejemplo de contrición perfecta, sacado del Evangelio.
En el patio de la casa del sumo sacerdote Caifás, San Pedro negó tres veces a Jesús. En seguida, salió y «lloró amargamente» (Mt 26, 75).
¿Por qué lloró San Pedro? Si fuese por el hecho de pasar vergüenza delante de los otros Apóstoles, sería un dolor meramente natural, no existiría verdadera contrición. Si fuese por miedo de ser excluido del Reino de Cristo, él tendría una contrición auténtica, pero imperfecta.
Él lloró, sin embargo, por un motivo muy elevado, como dice el Padre von den Driesch: «Pedro se arrepiente y llora, antes que nada, porque ofendió a su amado Maestro, tan bueno, tan santo, tan digno de ser amado […]. Tiene, pues, verdadera y perfecta contrición».
Los Evangelios nos narran un magnífico ejemplo más de contrición perfecta: el de la pecadora que se postra a los pies de Jesús, los baña con sus lágrimas, los seca con sus cabellos, los besa y, por último, los unge con perfumes. Y el Divino Maestro declara que «sus numerosos pecados le fueron perdonados, porque ella mucho amó» (Lc 7, 47).
Contrición perfecta y confesión
Que por la contrición perfecta el pecador obtiene el perdón de sus pecados incluso antes de confesarse, es doctrina afirmada en el Concilio de Trento (14ª sesión, cap. 4).
Entretanto, advierte el mismo Concilio, ella no dispensa al pecador de la necesidad de acusarse de todos sus pecados mortales en el Sacramento de la Confesión y de recibir la absolución del ministro de Dios. De modo que en el propio acto de contrición perfecta debe estar incluido el propósito de confesarse.2
¿Cuánto tiempo después? Es por lo menos muy aconsejable confesarse apenas posible.
«¡Pero es tan difícil tener contrición perfecta!» – podrá alguien pensar.
¡Puro engaño! Para darnos esta gracia, Dios exige de nosotros una actitud bien a nuestro alcance: la desea realmente y la pide con insistencia. El Padre Johann von den Driesch sugiere, entre otras, esta corta oración: «Señor, dadme la gracia del perfecto arrepentimiento, de la perfecta contrición de mis pecados». A quien así pide, con buena voluntad y de corazón sincero, Dios no dejará de atender.
Efectos de la contrición perfecta
Son maravillosos los efectos y beneficios que la contrición perfecta nos obtiene.
A quien es pecador, ella perdona inmediatamente los pecados cometidos, devolviéndole la gracia santificante por la cual él vuelve a ser hijo de Dios, librándolo de las penas del infierno y restituyéndole los méritos perdidos.
Se diría, entonces, que la contrición perfecta beneficia solo a quien cometió pecado mortal. No es verdad, pues ella robustece el estado de gracia en aquellos que no lo perdieron. Cada acto de contrición perfecta aumenta el grado de la gracia santificante en nuestra alma, ¡tornándola más hermosa a los ojos de Dios!
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He aquí, lector, un inmenso don que Dios dejó a nuestro alcance. Sepamos aprovechar bien esta dádiva celestial, buscando hacer diariamente muchos actos de contrición perfecta. Pues, más allá de los beneficios enumerados arriba, quien se habitúa a hacerlos con frecuencia los repetirá, por así decir, instintivamente en la hora de la muerte. Por tanto, una práctica benéfica también en los casos de pecados veniales, o incluso referente a las imperfecciones.
¡Sepamos aprovechar la inmensa bondad del Creador que nos da esta misericordiosa oportunidad de presentarnos delante de Él enteramente limpios de pecado!
Por Lucas Garcia
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1 Driesch, Johann von den. A Contrição Perfeita – uma chave de ouro para o céu, Tip. São Francisco, Bahia, 1913.
2 Cf. DENZINGER – HÜNERMANN, n. 1677.
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