Redacción (Jueves, 26-07-2012, Gaudium Press) El cabo Finisterre, situado en el litoral de Galicia, era el lugar en el cual, para los antiguos, terminaba la tierra conocida y comenzaba el misterioso e insondable Océano Atlántico. Muy cerca de allí, se encuentra uno de los centros de peregrinación más visitados de la Cristiandad.
Santiago de Compostela es uno de los raros ejemplos de ciudad que nació gracias a la devoción de decenas de millones de peregrinos. De hecho, su historia se confunde con la de las peregrinaciones, desde que en el Campus Stellae (Campo de la Estrella), como es llamado el lugar, fue encontrado milagrosamente el sepulcro del Apóstol Santiago.
Catedral de Santiago de Compostela (España) |
La vida del santo, una de las más bellas de la hagiografía cristiana, sería suficiente para explicar por sí misma la inmensa atracción que sus reliquias han ejercido sobre el mundo católico.
Según la tradición, después de Pentecostés los primeros discípulos se dispersaron para predicar el Evangelio. Santiago el Mayor, primo de Nuestro Señor y hermano de San Juan, era llamado por Jesús de «hijo del trueno», debido a su temperamento fogoso. Tal vez por eso le correspondiera evangelizar la Península Ibérica, una de las regiones más remotas del mundo de aquel tiempo.
Después de conturbada travesía marítima, el apóstol desembarcó en la Ria de Arousa y pasó siete años llevando la palabra del Divino Maestro a aquellas regiones. En el año 44, volvió a Jerusalén, donde fue preso por orden de Herodes, que mandó matarlo a la espada, tornándose así el primer mártir entre los apóstoles. Así lo narra el capítulo 12 de los Hechos.
Después del glorioso martirio, el cuerpo del santo fue llevado a España y colocado en una tumba de mármol, en la cual fue venerado hasta el siglo III.
Posteriormente, con las invasiones de los bárbaros en el siglo IV, seguidas por las de los árabes en el siglo VIII, los habitantes del lugar acabaron perdiendo la noción de dónde se encontraba el sepulcro del Apóstol.
Alrededor de 820, ocurrió un hecho milagroso que marcó el reinicio de la historia que Santiago continuaría escribiendo desde la Eternidad. En esa época, una misteriosa estrella comenzó a aparecer encima de un campo por varias noches consecutivas. Un ermitaño de nombre Pelayo, habitante del vecindario, convencido del carácter sobrenatural del fenómeno, informó al obispo Teodomiro acerca del raro acontecimiento. Éste se dirigió al lugar con todos sus fieles y, siguiendo el camino indicado por la estrella, encontró el sepulcro de mármol con los restos del Apóstol. Sobre ese precioso tesoro, Alfonso II el Casto, rey de Asturias, edificó una iglesia y un monasterio. A partir de entonces, la devoción al santo y el culto a sus reliquias se propagaron por el país.
Sin embargo, fue necesario otro acontecimiento milagroso para que el Apóstol se transformase en patrono de toda España.
Imagen de San Santiago Mayor |
Cuenta la tradición que durante la batalla de Clavijo, en 844, el rey de León, Ramiro I, al frente de un puñado de cristianos, mantenía un combate desesperado contra 70 mil musulmanes. De repente, apareció un caballero montado en un caballo blanco, portando un estandarte con una cruz roja y, mezclándose con los combatientes, arrasó al enemigo. Todos lo reconocieron.
A partir de ahí, «¡Santiago!» pasó a ser el grito de guerra en la gran lucha de la Reconquista, la cual recibió un nuevo ímpetu espiritual, bajo la protección del insigne Apóstol.
La fama de San Santiago transpuso a los Pirineos en el momento en que las naciones de Europa rumbaban para una profunda unidad religiosa y cultural. A partir del siglo XI, debido especialmente al incentivo de los Papas y al apostolado de los monjes de Cluny, las peregrinaciones a Compostela pasaron a atraer cada vez más a las poblaciones de la Península Ibérica y de otros países.
Al inicio del siglo XII, el Papa Calixto II concedió al lugar un singular privilegio, confirmado en 1179 por Alejandro III en la bula Regis aeterni: todos los años en que el día 25 de julio, fiesta del Apóstol, coincida con el domingo, se pueden ganar en esa iglesia todas las gracias del Jubileo. Nacía así el Camino de Santiago o «ruta jacobea». 1 La Cristiandad ganaba, al lado de Jerusalén y Roma, un nuevo centro de devoción.
Se partía en peregrinación para cumplir un voto, pedir una gracia, implorar una cura u obtener el perdón de las propias faltas. Era una empresa llena de riesgos: las fieras, los bandidos, el largo camino a recorrer, el cansancio. Los peregrinos se agrupaban en enormes columnas para protegerse mutuamente. En el transcurso del tiempo, fueron establecidas cuatro vías principales, con hospedajes, hospitales, puentes, calzadas, cruces e iglesias espaciosas – todo lo que era necesario para el cuidado de los cuerpos y las almas durante las peregrinaciones. Cada punto del recorrido daba al peregrino la oportunidad no solo de descansar, sino de venerar una reliquia, rezar delante de una imagen, conocer el relato de algún milagro, antes de ser acogido por Santiago, en Compostela.
En aquella época, la Iglesia, al extender su mano pacificadora y llena de dulzura en el Camino de San Santiago, pobló a Europa de maravillas, erigiendo edificios con las bellezas austeras del arte románico y la luminosidad radiante de lo gótico. El fervor religioso, sirviendo de punto de contacto espiritual entre los pueblos europeos, hizo que todos se sintiesen solidarios en la misma Fe.
Hoy, transcurridos varios siglos, peregrinos del mundo entero llenan cada verano las rutas jacobeas. Y, llegados a la imponente Basílica, acuden luego a rezar ante las reliquias del Santo y a dar el tradicional «abrazo» a la imagen que se venera en el altar mayor.
Por Mariana Arráiz de Morazzani.
Notas:
1) El nombre del Apóstol em hebre es Ya’akov (Jacob). Na Idade Média, la forma latina Iacobus se trasformó em Jacomus. Desse vocábulo surgieron el italiano Giacomo, el francés Jacques, el español Jaime y el catalán Jaume. Pero, en la parte occidental da Península, Jacomus dio origen a Yago o Yagüe, de donde nascería, posteriormente, el nombre español Santiago.
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