Redacción (Viernes, 03-08-2012, Gaudium Press)
La existencia de la ley natural en las antiguas civilizaciones
La historia confirma que los pueblos primitivos ya percibían la existencia de la ley natural y la practicaban. Entre estos pueblos estaban los greco-romanos. Preceptos tales como no matar, no robar, rendir culto a la divinidad, eran reconocidos en su sociedad. Esto se daba porque la ley natural es enteramente racional. La razón apunta su existencia recurriendo a dos argumentos. El primero de ellos se refiere a la existencia del propio Dios: «Quien admite la existencia de Dios Creador, admitirá que haya infundido dentro de las criaturas libres, hechas a su imagen, algunas grandes normas que encaminen al hombre a la consecución de la vida eterna. Esta orientación interior es precisamente lo que se llama ‘la ley natural'» (BETTENCOURT, 2003, p. 18).
Dios no pudo crear nada que no sea para sí mismo. Al designar al hombre a la bienaventuranza eterna, le dio la ley natural para orientar sus actos.
El segundo argumento se basa en una posible negación de esta ley: «La negación de la ley natural lleva a decir que los actos más abyectos pueden venir a ser considerados virtudes, y viceversa. Quien no conoce la ley natural, atribuye al estado civil poder de definir el bien y el mal éticos; a la voluntad del Estado tornarse la fuente de la moralidad y el Derecho; desde principio se sigue la legitimación del totalitarismo y la tiranía, que testimonia el siglo XX» (BETTENCOURT, 2003, p. 18).
La ley natural es la que determina ser buenos o malos los actos humanos.
Una prueba concreta de su existencia, además, es la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, en 1948, por las Naciones Unidas, que no es sino su reafirmación. En fin, así como en el ámbito físico el hombre sigue ciertas leyes (no comer piedras, no dejar de dormir), también en el plano moral el cuerpo exige de él ciertas normas. El desprecio de estas normas lo lleva a la desintegración psíquica, y quizá física (BETTENCOURT, 2003, p. 18).
Las normas morales son también necesarias por dos razones, como aclara João Konzen:
a) La consciencia moral de la persona no capta de modo intuitivo y directo los valores morales, sino por la mediación de la fórmula normativa que los expresa. Esto es una exigencia de la psicología del conocimiento humano. b) La condición social del ser humano exige la expresión normativa de los valores morales subjetivos, para posibilitar el necesario intercambio, el aprendizaje, la crítica, la formulación de un ethos comunitario, un consenso mediante la reciprocidad de las consciencias (2007, p. 154-155).
El Decálogo
Por otro lado, Dios, creador de todo el universo, habiendo escogido a Israel como su pueblo, le reveló su ley, preparándolos así para la venida del Mesías. A los pies de la montaña, cubierta por una espesa nube, al son de una trompeta, Moisés habló con Dios y Él le respondió a través de truenos (Ex 19, 16-25). Por fin Dios «pronunció» el Decálogo. San Agustín comenta que «Él escribió en las tablas de la ley aquello que los hombres no consiguieron leer en sus corazones» (apud Catecismo de la Iglesia Católica, 1962).
Estas leyes estaban declaradas y autenticadas en el interior de la alianza de la salvación. De este modo, el decálogo es una luz para iluminar la consciencia de los hombres, manifestarles los caminos de Dios y protegerlos del mal (2070).
Aunque, encontrándose en la Sagrada Escritura, tal ley es parte integrante y esencial de la revelación. Delinean los deberes imprescindibles y, por eso, los derechos humanos fundamentales, inherentes a la naturaleza de la persona humana.
Armonía entre ley natural y Decálogo
De acuerdo con el Catecismo de la Iglesia Católica, el Decálogo contiene una expresión privilegiada de la «ley natural» (2070). Esto quiere decir que la substancia moral existente en ambos es la misma, aunque de una forma más completa, como escribió San Irineo, «Dios enraizara en el corazón de los hombres los preceptos de la ley natural. Inicialmente Él se contentó en recordarlos. Fue el Decálogo (apud 2070).
Aunque accesibles a la razón, los preceptos de la Ley de Dios fueron revelados, y para llegar a un conocimiento más perfecto y correcto de las exigencias de la ley natural, la humanidad pecadora tenía necesidad de esa revelación. Se conoce los Mandamientos divinos por la Revelación, propuesta por intermedio de la Iglesia y por medio de la consciencia moral (2071).
En fin, este trabajo no abarca todo el contenido referente a la ley natural: el es, por demás, extenso para limitarse a tan pequeño espacio. Hay innumerables libros y tratados de moral ricos en comentarios y opiniones de diversos autores que aquí, por brevedad y por el deseo de presentar una síntesis académica sobre el referido asunto, no fueron expuestos. Además, para conocer más profundamente la ley natural, la normativa dada por Dios al ser humano, a fin de obtener la divina beatitud, es esencial un denso análisis de las otras leyes.
Sea por medio del Decálogo o de la ley natural impresa en el alma, todos son convocados al grado eminente de las virtudes, a través del cual, realzando sus valores y los del prójimo, alcanzarán la edad perfecta de Cristo en su plenitud
Por Ítalo Santana Nascimento
__________
Referencias
FERNÁNDEZ, Aurelio. Compêndio de Teología Moral. 3. ed. Madrid: Ediciones Palavra, 2002.
FERNÁNDEZ, Aurelio. Moral Fundamental: Iniciação Teológica. Tradução de Marta Mendonça. Lisboa: Diel, 2004.
GAMBRA, Rafael. Noções de Filosofia. Tradução de Levi António Malho. Porto: Livraria Tavares Martins, 1973.
CATECISMO DA IGREJA CATÓLICA. Edição revisada de acordo com o texto oficial em latim. 11. ed. São Paulo: Loyola, 1999.
JOSÉ SALIM, Emílio. Sciencia e Religião. Rio de Janeiro: Escolas Profissionais Salesianas, 1937.
KONZEN, P. João. Ética Teológica Fundamental. São Paulo: Paulinas, 2007.
VIDAL, Marciano. Moral de Atitudes: Moral Fundamental. Tradução de Pe. Ivo Montanhese. 5. ed. Aparecida, SP: Editora Santuário, 1978
TAVARES BETTENCOURT, Pe. Estevão. Curso de Teologia Moral. Rio de Janeiro: Escola Mater Eclesiae, 2003.
VIDAL, Marciano. Nova moral fundamental: O lar teológico da Ética. Aparecida, SP: Editora Santuário; São Paulo: Paulinas, 2003.
Deje su Comentario