Redacción (Lunes, 13-08-2012, Gaudium Press) Nuestro Señor quiso hacerse Hombre porque, siendo «enferma, nuestra naturaleza precisaba ser curada; decaída, ser levantada; muerta, ser resucitada. Habíamos perdido la posesión del bien, era preciso restituírnosla. Encerrados en las tinieblas, era preciso traernos a la luz; cautivos, esperábamos un salvador; prisioneros, un auxilio; esclavos, un liberador». 1
El Verbo se encarnó para ser nuestro modelo de santidad, para que conociésemos el amor de Dios: «Amaos unos a otros como yo os amé» (Jn 15, 12). Nuestro Señor vino trayendo una clave completamente nueva de amor al prójimo, perdón y caridad, como se lee en el evangelio de San Mateo: «Si alguien te hiere la mejilla derecha, ofrécele también la otra» (Mt 5, 39), y también «amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odian, orad por los que os [maltratan y] persiguen […], pues si amáis solamente a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis?» (Mt 5, 44. 46).
Dios está constantemente queriendo comunicarse con el pecador para atraerlo a Sí y nunca le niega la gracia suficiente. Respecto a esta voluntad salvífica universal de Dios, afirma Royo Marin:
[…] Dios quiere seriamente – con toda la seriedad que hay en el rostro de un Dios crucificado – que todos los hombres se salven. […] Es una verdad clara y explícita en la divina Revelación: esto es bueno y grato a Dios, nuestro Salvador, el cual quiere que todos los hombres sean salvados y vengan al conocimiento de la verdad (1 Tm. 2, 3-4). Pues Dios no envió su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo sea salvado por Él (Jn 3,17). 2
Este amor de Dios no excluye a nadie, pues Él mismo lo dijo en la parábola de la oveja perdida: «no es voluntad de vuestro Padre que está en los cielos que se pierda ni uno solo de estos pequeños» (Mt 18, 14). Él también revela que vino a «dar su vida en rescate por muchos» (Mt 20, 28).
Una condición para el perdón
Dios está listo para perdonar a cualquiera, a todo momento, basta reconocer que se equivocó y pedir perdón. Este afecto de Dios hacia los hombres y la belleza del perdón están divinamente manifestados en la parábola del hijo pródigo, cuyo centro es el padre misericordioso que perdona al hijo. Fascinado por una ilusoria libertad, el hijo más joven abandona la casa paterna, entra por caminos equivocados, pierde la herencia en juegos y diversiones; se rebaja cuidando de puercos para sustentarse y, peor, pasa a disputar la ración con los puercos… En cierto momento, recibe una gracia de arrepentimiento, por donde él reconoce a qué abismo llegó, se arrepiente y corre al encuentro del padre; y este le cubre de afectos y lo perdona.
Sin embargo, hay una condición para ser perdonado: «perdonad nuestras ofensas, así como nosotros perdonamos a quien nos haya ofendido» (Mt 6,12).
San Pedro pregunta a Nuestro Señor cuántas veces debía perdonar cuando un hermano pecase contra él. ¿Hasta siete? Y Jesús le respondió que no solamente siete veces, ¡sino setenta veces siete! (Cf. Mt 18, 21- 22) Comenta Lagrange: «Pedro sabe bien que es preciso perdonar a un hermano. ¿Pero cuáles son los límites? Juzga él estar bien de acuerdo con el espíritu de Jesús, proponiendo siete veces». 3 Pero Él le contó una parábola:
«Porque el Reino de los cielos es comparado a un rey que quiso hacer las cuentas con sus siervos. Habiendo comenzado a hacer las cuentas, le presentaron uno que le debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, mandó su señor que fuese vendido él, su mujer, sus hijos y todo lo que tenía, y se saldase la deuda. Sin embargo, lanzándosele a los pies, le suplicó. Ten paciencia conmigo, yo te pagaré todo. Y el señor, compadecido de aquel siervo, lo dejó ir libre, y le perdonó la deuda. Pero ese siervo, habiendo salido, encontró a uno de sus compañeros, que le debía cien, y, lanzándole la mano, lo sofocaba diciendo: ‘Paga lo que me debes’. El compañero, lanzándosele a sus pies, le suplicó: ‘Ten paciencia conmigo, yo te pagaré’. Entretanto él se negó y fue mandarlo meter a la prisión, hasta pagar la deuda. Los otros siervos sus compañeros, viendo esto, quedaron muy afligidos, y fueron referir a su señor todo lo que había acontecido. Entonces el señor lo llamó, y le dijo: ‘Siervo malo, yo te perdoné toda la deuda, porque me suplicaste. ¿No debías tú luego compadecerte también do tu compañero, como yo me compadecí de ti? Y su señor, irado, lo entregó a los verdugos, hasta que pagase toda la deuda. Así también os hará mi Padre celestial, si cada uno no perdona desde lo íntimo de su corazón a su hermano (Mt 18, 23-35)».
Esta parábola es muy elocuente y enseña, con claridad, cómo se debe perdonar y amar a los otros, siempre y de corazón. Santa Teresa de Jesús advierte a sus religiosas sobre la importancia del perdón al prójimo, diciendo que Nuestro Señor podía habernos enseñado «perdonadnos, Señor, porque hacemos muchas penitencias», o entonces «porque rezamos mucho, ayunamos, dejamos todo por Vos y mucho te amamos». No. Él dijo solamente: «así como nosotros perdonamos». 4
San Francisco de Sales también fue osado al afirmar:
«Muchos dicen: – Amo en gran medida a mi prójimo, y bien quiero prestarle algún servicio. – Esto está muy bien […], pero no basta; hay que hacer más. – ¡Oh! ¡Cuánto lo amo! Lo amo tanto que de buena voluntad emplearía mis bienes por él. – Esto ya es más y está mejor, pero todavía no es bastante. […] Tenemos que ir más lejos; pues hay algo más alto en ese amor. Entregarse hasta dar la vida por el prójimo no es tanto como abandonarse al capricho de los demás para ellos o por ellos». 5
Ayuda sobrenatural
Meramente con nuestras fuerzas nada podemos o conseguimos, entretanto, tenemos en nuestro auxilio una protección sobrenatural, sobrehumana, que es la protección de Nuestra Señora. Entre Cristo y los hombres, enseña el Profesor Plinio Corrêa de Oliveira, hay algo en común, tan extraordinario que no se comprende profundamente: ¡tener la misma Madre! Esa Madre de Él, y también Madre de los pecadores, tiene misericordia del hijo más lisiado, más débil, más tuerto, desarreglado, y cuánto más harapiento y miserable, mayor su compasión. Por eso, en diversas ocasiones, recomienda la importante necesidad de poseer una entera confianza en Nuestra Señora.
Cuando un alma es generosa en perdonar y soportar las miserias de los demás, por más que haya pecado, si pide el auxilio de la Madre de misericordia, Ella mirará con compasión e indulgencia y obtendrá el perdón de Dios.
«Es decir, inagotable, clementísima, pacientísima, lista para perdonar en cualquier momento, de modo inimaginable, sin nunca un suspiro de cansancio, de extenuación, de desgaste. […] Dispensada esa misericordia, si ella es mal correspondida, viene una misericordia mayor. Y, por así decir, nuestros abismos de ingratitud van atrayendo la luz para el fondo, cuanto más huimos de Ella, más sus gracias se prolongan y se iluminan en nuestra dirección». 6
«En los momentos de dificultad, de aflicción y necesidad se debe correr hacia Jesús y María y jamás huir de Ellos, como hizo el hijo de la perdición, Judas. Entretanto, si después de haber vendido a Nuestro Señor por treinta monedas hubiese tenido un movimiento de devoción a Nuestra Señora, rezado a Ella, ciertamente obtendría una ayuda. Si él la buscase y dijese: «Yo no soy digno de llegar cerca de Vos, de miraros, de dirigirme a Vos, soy Judas, el inmundo… pero, Vos sois mi Madre, tened pena de mí», Ella lo habría acogido y tratado con benevolencia sin par, aquel cuyo nombre es sinónimo de horror: Judas Iscariote». 7
¿Si la Virgen Santísima es tan indulgente con el pecador, no se debe imitarla, una vez que Ella es alabada por el título de Madre de los pecadores? Los hombres, por tanto, tienen el deber de amar al prójimo, pues es en la disposición de perdonar que la persona manifiesta la verdadera grandeza de alma. «Si pagar el bien con el mal es diabólico, y pagar el bien con el bien es mera obligación, con todo, pagar el mal con el bien es divino». 8
Esa retribución de bondad, aún recibiendo solamente el mal, fue la nota destacada de la vida de Nuestro Señor. A cualquiera que le pidiese algo, la cura, el perdón, tanto los bienes del cuerpo como también los del alma, el Divino Maestro todo atendía con superabundancia divina.
Una de las evidencias más notables de esa misericordia infinita se dio en el último trance de la Pasión, cuando en lo alto de la cruz uno de los ladrones le pidió perdón y Jesús le dijo: «Hoy estarás conmigo en el Paraíso» (Lc 23, 43), o sea, Él perdonó al bandido y lo transformó en santo.
Así debe ser la confianza del hombre en el perdón de Dios; por peor que sea la situación en que se encuentre, debe él rezar a Nuestro Señor y decir: «Si Vos para tantos hombres sois misericordioso y los atendeis, entonces también a mí, criatura humana que soy, perdonadme. ¡No merezco vuestra indulgencia, pero la misericordia es para los que no la merecen!». Así, Él mismo nos concederá el perdón, Él mismo nos recibirá de vuelta, Él mismo curará nuestros males producidos por nuestras faltas.
Por Beatriz Alves dos Santos
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1 SÃO GREGÓRIO DE NISSA. Oratio catechetica, 15, apud CATECISMO DA IGREJA CATÓLICA. 11. ed. São Paulo: Loyola, 2001. p. 129.
2 «Dios quiere seriamente – con toda seriedad que hay en la cara de un Dios crucificado – que todos los hombres se salven. […] Es una verdad clara y explícitamente contenida en la divina Revelación: esto es bueno y grato ante Dios nuestro Salvador, el cual quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad (I Tim. I, 15). Pues Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para que juzgue al mundo, sino para que el mundo sea salvo por El (Io. 3, 17)» (ROYO MARÍN, Antonio. Teologia de la Salvacion. 4. ed. Madrid: BAC, 1997. p. 26-27).
3 LAGRANGE, Marie-Joseph apud CLÁ DIAS, João Scognamiglio. Devo perdoar uma só vez? Op. cit. p.13.
4 SANTA TERESA DE JESUS. Caminho de perfeição. C. 36, n. 7. São Paulo: Loyola, 1995. p. 410-412.
5 SÃO FRANCISCO DE SALES. Obras Selectas. Madrid: BAC, 1953. Vol. I. p. 327.
6 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Num olhar de Maria, a imensidade de suas virtudes. In: Dr. Plinio. São Paulo: Retornarei, n.13, abr. 1999. p. 27.
7 Id. Nossa Senhora Auxiliadora: bondade e misericórdia incansáveis. In: Dr. Plinio. São Paulo: Retornarei, n. 98, maio, 2006, p.26.
8 CLÁ DIAS, João Scognamiglio. Devo perdoar uma só vez? Op. cit. p.16.
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