Redacción (Martes, 14-08-2012, Gaudium Press) Me gustaría invitarlo, querido lector, a un pequeño momento de recogimiento y contemplación. Sé que por internet, no es fácil, pero es posible. Estoy seguro de que en estos instantes, todas las circunstancias -grandes, pequeñas, agradables o incluso dolorosas- de la vida cotidiana desaparecerán.
Profetas de Aleijadinho |
Tal vez le parezca arduo acceder a esta invitación, visto que el único tiempo libre para leer es un intersticio entre el trabajo y su casa, de tal forma que cuando comienza a intentar concentrarse, todo parece conspirar en contra: oye una motocicleta que pasa, llenando con su sonido ronco el espacio que lo acoge y perturbando su recogimiento, o una TV que lanza, al ritmo de los canales que cambian, profusiones de telebasura.
En este punto estoy completamente de acuerdo con el lector -que, creo que ya puede ser llamado de interlocutor-, visto que ya hace algunos instantes estamos conversando. El mundo moderno vive una fiebre y agitación constantes, las personas andan absortas en intrincados problemas. Y por ese motivo, no consiguen más reflexionar y pensar…
La existencia humana debe ser, entre otras cosas, objeto de un análisis que abarque todo su conjunto. Este análisis es lo que nos hace comprender los supremos valores de la vida, nos hace «dar un rumbo» a nuestra existencia, y nos acerca a Dios. En ese sentido hay personas que pasan por el «juego de la vida» y nada comprenden, viven sin rumbo y dirección, fácilmente llevadas por las olas ideológicas que muchas veces entran en enfrentamiento con su propia consciencia.
Una magnífica expresión de ese modo de analizar la vida, y de ese estado de espíritu contemplativo, son las esculturas de los profetas de Aleijadinho. En todas aquellas fisionomías trasparece esa visión de conjunto de los acontecimientos humanos, que con sus grandes ojos, parecen estar abiertos a una visión superior de la vida. Cuando estamos delante de ellos tenemos la impresión que -a pesar de estar envueltos por un gran silencio- las piedras hablan. Con su porte hierático, grave y sublime, hablan a nuestras almas. Esto puede parecer a primera vista una paradoja, pero bien podemos decir que se trata de un silencio elocuente.
Al contemplarlos nos sentimos descansados, animados, acariciados y protegidos, como «transportados» a un mundo más elevado.
En fin querido lector, puedo decir que los profetas repiten la misma invitación, por mí hecha al inicio del artículo. ¿No es verdad que después de esos breves instantes que estuvimos juntos olvidamos los problemas, las amarguras y decepciones de la vida? Al indagarme la razón de eso, respondo de una manera muy simple: «non in commotione Dominus», Dios no está en la agitación (3 Rs 19, 11).
Por Lucas Alves Gramisceli
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