Redacción (Jueves, 16-08-2012, Gaudium Press)
Amor de madre
Nada en el orden de la creación refleja más el amor de Nuestra Señora por cada uno de nosotros, que el amor de una madre por un hijo.
Para esta, no existen barreras que le impidan estar junto a su hijo, para llenarlo de cariño, desvelo e impedir que le suceda algún mal. Ni la enfermedad los puede separar. Hay casos de madres que llegan a estar treinta y seis horas al lado sus hijos, sin siquiera salir para comer o dormir, abandonando solo el lecho cuando cesa el peligro de la enfermedad. Eso sin hablar de terapias, que usan la voz de la madre para traer a alguien en estado de coma a la lucidez de los sentidos… tal es el poder terapéutico del amor de una madre por un hijo.
La dormición de Nuestra Señora |
El amor de Nuestra Señora por Nuestro Señor
Ahora, si eso sucede con el común de las madres, ¿cómo no será con Nuestra Señora en relación a su Divino Hijo? ¿Qué no habrá sentido la Madre de las madres, al gestar el «bendito fruto de su vientre» (Lc 1, 18)? Las diversas manifestaciones de Nuestro Señor durante la misma gestación, la infancia de Jesús, los treinta años de convivencia con Él, ¿qué no habrán producido en su corazón y su alma? Ella, que fue predestinada desde toda la eternidad para ser la Madre de Dios [1] Esos misterios insondables, nosotros solo los vislumbraremos – ‘totus sed non totaliter’ – en la Visión Beatífica.
Ausencia de Nuestro Señor en la tierra
Cierto es que, en el momento en que todos abandonaron al Divino Redentor, Nuestra Señora no lo abandonó, y hasta en el momento trágico y lancinante de la Crucifixión y muerte, Ella estuvo junto a su Hijo.
Después de la Resurrección y la Ascensión, como Nuestra Señora, custodiada por San Juan Evangelista, iluminaba a los hombres con su augusta presencia, es de pensarse cuánto no habrá Ella sufrido con la ausencia física de Nuestro Señor Jesucristo en la tierra…
¿Nuestra Señora murió o no?
En esa perspectiva, podemos especular si no sería lógico que, después de la dolorosa separación entre Madre e Hijo, Ella quisiese unirse a Él en la eternidad, pasando de esta vida a la otra, por el mismo camino por Él trazado: la muerte.
Entretanto, no hay en los Evangelios relatos a este respecto, sea del lugar, de las circunstancias, etc. Lo que se supone, nos viene a través de la Tradición. Inclusive, la creencia antigua atribuye dos lugares distintos para designar el lugar en que se dio tal muerte. No se puede tener una certeza sobre esta cuestión, pues la Iglesia todavía no se pronunció sobre ella, de manera que la duda continúa asaltando el espíritu de los fieles: al final, ¿Nuestra Señora murió o no?
Argumentos a favor y en contra
Muchos son los que discuten sobre el tema, algunos a favor de la muerte de María, otros en contra. No faltan argumentos, en su mayoría de peso de ambas partes. He aquí una visión, a la ‘vol d’oiseau’, del problema, y de algunos argumentos sustentados por los teólogos:
Los teólogos que sustentan la tesis a favor de la muerte de María tienen, en su arsenal de argumentos, el apoyo de la mayoría de los relatos de la Tradición, de la fiesta litúrgica del Tránsito de María, de los Santos Padres, y también de teólogos luminares en la Iglesia, como por ejemplo, Santo Tomás de Aquino, que afirmaba ser la carne de la Virgen concebida en pecado original y, por esto, contrajo la deficiencia de la muerte (S. Th. III, q. 14,a. 3 ad 1) [2].
El testimonio de San Efrén († 373), el primero en hablar de esta cuestión, es también relevante: «Virgen, ella lo dio a luz, y queda incólume en su virginidad; (…) Ella es virgen, y así muere, sin que sean violados los sellos de su virginidad». [3]
Otro argumento usado en la contienda es el de San Agustín (†430) comentando el pasaje del Evangelio de San Juan (19, 27) [4]: «Confía él su Madre al discípulo, pues había de morir antes de su Madre Aquel que había de resucitar antes que su Madre muriese». [5]
Agregando «más leña a la hoguera», los teólogos apelan a la razón teológica en relación a la muerte de María: «murió por exigencias de su maternidad divino-co-redentora; para ejemplo y consuelo nuestro; [y también] ¿María superior a Cristo en lo que dice respecto a la muerte corporal?» [6]
No faltarían testimonios a favor de la muerte de María, como el de la Liturgia – cuyo origen remite al s. VII -, de la Teología Medieval, etc. Pero, basta este elenco -que de sí, ya es bastante fuerte- para tener una noción de cuál es su postura.
La otra corriente teológica se basa, entre otros, en los argumentos de conveniencia, por ejemplo, este: como en consecuencia de la Maternidad Divina está la ejemplaridad de María, o sea, como «María es, en todos los dominios, la realización primera y ejemplar de los dones que son esparcidos en la Iglesia, el tipo de la Iglesia» [7], todos los privilegios que los Ángeles y Santos tuvieron o tendrán, y que convienen a Nuestra Señora, Ella los tuvo, en grado insondablemente mayor que todos ellos. Ahora, consta que los últimos fieles al final de los tiempos no experimentarán la muerte [8], y pasarán de esta vida a la otra sin morir, debido a las grandes tribulaciones por ellos sufridas, por tanto, es arquitectónico que Nuestra Señora también tenga ese privilegio, pues ningún sufrimiento se compara al de Ella a los pies de la Cruz. [9]
Otro punto: si la mortalidad es una carencia de un don concedido anteriormente a Adán, carencia ésta que es efecto de un castigo por el pecado cometido, ¿cómo puede Nuestra Señora estar desprovista de este don? [10]
Otro argumento teológico utilizado en la discusión dice: María tenía el derecho de no morir en virtud de su Inmaculada Concepción, que la preservó de la culpa y la pena anexa a ésta, que es la muerte. [11]
Explicando mejor, con la sentencia dada por Dios, «morirás» (Gn 2, 17), el hombre fue despojado del don gratuito de la inmortalidad, quedando reducido al estado de pura naturaleza. En éste, el proceso normal tiende inevitablemente a la muerte y ella es su desenlace; entretanto, lo que sería natural en otra ocasión, ahora es penal, por causa del pecado. La cuestión está en probar el porqué se encontraba María en la condición de mortalidad cuando esta condición es exclusivamente un castigo para los hombres debido al pecado.
Los próximos argumentos del teólogo P. Jugie son deducciones de la Tradición: «Hasta fines del siglo VI se desconocía en Jerusalén la existencia de un sepulcro de la Virgen, aunque a partir de fines del siglo V se mostró en Getsemaní una casa de María, de donde se dice que Ella fue llevada al Cielo». [12]
«Al principio, en un círculo más restricto de fieles, hubo una verdadera tradición oral [que se remonta a San Juan] sobre el modo con que María pasó de esta tierra al cielo. Pero es necesario notar que esa tradición, conocida por muy pocos, se oscureció muy rápido, incluso en Palestina, a tal punto que el palestino San Epifanio no tiene de ella el menor recuerdo». [13]
La Iglesia no definió la cuestión
Para ver cuán complicada es la cuestión, basta decir que hasta los escritores más antiguos abordaban el asunto con delicadeza, no osando pronunciarse sobre el tema, por riesgo de ser blanco de censura. Es lo que expresa San Epifanio (315-403): «La Sagrada Escritura no dice si María murió, si fue sepultada o si no fue sepultada… Conservó absoluto silencio por causa de la grandeza del prodigio, a fin de no dejar asombrados los espíritus de los hombres. En cuanto a mí, no me atrevo a hablar de eso. Conservo el tema en mi mente y me callo». [14] Y agrega más adelante: «(…) En efecto, la Sagrada Escritura se colocó por encima de los espíritus de los hombres y dejó este punto, en la incerteza por reverencia a esa Virgen incomparable, a fin de evitar conjetura baja y carnal respecto a María. ¿Murió? No lo sabemos». [15]
Subió a los Cielos en cuerpo y alma
Se podría traer a la luz innúmeros argumentos de ambas corrientes, y mostrar cómo el asunto es por demás polémico y difícil de ser resuelto. Todos, entretanto, son unánimes en afirmar que María Santísima fue Asunta a los Cielos en cuerpo y alma, y que se dio de hecho la glorificación de ambos. Sin embargo, la Santa Madre Iglesia, no queriendo entrar en pormenores anteriores a la innegable Asunción de la Santísima Virgen, o sea, de cómo este hecho se dio, si a través de la muerte y resurrección, o si fue trasladado inmediatamente de esta vida a la celestial, por un leve sueño, asumiendo aún en vida un cuerpo glorioso, se expresó de la siguiente manera por Pío XII en la Bula Muficentissimus Deus, n°18: «(…) para acreditar en la gloria de esa misma augusta Madre y para el gaudio y la alegría de toda la Iglesia (…) pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma revelado por Dios que la Inmaculada Madre de Dios, la siempre Virgen María, terminado el curso de la vida terrestre fue Asunta en cuerpo y alma a la Gloria Celestial.» [16]
Así, prescindiendo intencionalmente, ya sea del hecho de la «muerte», ya sea de la «no muerte», y apenas limitándose al hecho de la Asunción de la Santísima Virgen a la gloria celestial, la Iglesia, acogiendo todos los anhelos de siglos de piedad cristiana, se mantiene en una posición equilibrada, neutra y prudente, dando la verdadera impostación de espíritu para la cuestión de una forma sabia encantadora: Dormitio Beatae Mariae Virginis – el sueño de la Santísima Virgen.
Por Anderson Carlos de Oliveira
[1] (Cf. NICOLAS, p. 65; apud CLÁ DIAS, 1997, p. 323)
[2](Cf. AQUINO, 2002, p. 256) «Caro Virginis concepta fuit in originali peccato; et ideo hos defectus contraxit.»- Cabe ponderar que São Tomás não podia saber da promulgação do dogma da Imaculada Conceição (8/12/1856), do contrário, se retrataria. Ademais, não tinha noção do argumento da «Redenção Preventiva», elaborada posteriormente por Duns Scoto (†1308). A perplexidade do Aquinate dizia respeito à impossibilidade de concordância entre esse singular privilégio de Maria e o dogma da Redenção universal de Cristo.
[3] (Cf. Hino 15,2. apud BETTENCOURT, 1997, p. 79)
[4] (Cf. Vulg. «deinde dicit discipulo ecce mater tua et ex illa hora accepit eam discipulus in sua».)
[5] (Cf. In Iohannem tr. 8, 9; apud BETTENCOURT, 1997, p. 80)
[6] (Cf. CLÁ DIAS, 1997, p. 422)
[7] (LAURENTIN, 1967, p. 85)
[8] (Cf. BOVER; ALDAMA; SOLA, 1961 p. 75) «No morirán los fieles que fueren hallados vivos en el segundo advenimiento de Cristo». (Tradução nossa)
[9] (Cf. BERRIZBEITIA, Francisco; Aula de Mariologia ministrada para a turma Santo Alberto Magno, no Instituto Teológico Tomás de Aquino, em 06/05/2010)
[10] (Cf. BOVER; ALDAMA; SOLA, 1961 p. 76)
[11] (Cf. ROYO MARIN, 1968, p. 207; apud CLÁ DIAS, 1997, p. 422)
[12] (JUGIE, 1944, p. 508; apud BOVER; ALDAMA; SOLA, 1961 p. 17)
[13] (IBIDEM, p. 587; apud op. cit.)
[14] (Cf. Panario, Haer. 78, nm. 10s. apud BETTENCOURT, 1997, p. 79)
[15] (Cf. IDEM)
[16] (Cf. apud CLÁ DIAS, 1997, p. 425, negrito nosso)
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