sábado, 23 de noviembre de 2024
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Amar a Dios sobre todas las cosas: una cuestión de gratitud… II Parte

Redacción (Lunes, 20-08-2012, Gaudium Press)

Sacrificios, ofrendas y oblaciones

Está también el acto más importante del culto externo y público, realizado por el sacerdote, con el cual se puede honrar a Dios, el sacrificio. Él puede ser dividido en varias especies considerándose su fin, el modo con el cual es practicado, o la eficacia que tiene. Por razón de su fin puede ser latréutico o de simple adoración a Dios, impetratorio para pedirle beneficios, satisfactorio en reparación de los pecados, y eucarístico en acción de gracias por los beneficios recibidos. En relación al modo de practicarlo se clasifica en cruento, esto es, con derramamiento de sangre, como eran los sacrificios del Antiguo Testamento y el del Calvario, e incruento, o sea, sin efusión de sangre, como la Santa Misa, único sacrificio verdadero y legítimo en la Nueva ley. En lo que dice respecto a la razón de su eficacia también se divide en tres categorías: eficacia finita por parte del agente y de la obra, tales como eran los sacrificios del Antiguo Testamento; infinita por parte del agente y de la obra, como el sacrificio del Calvario; y por último, infinita por parte de la obra y finita por parte del agente, la santa misa. El sacrificio de la misa es lo «que nos torna el cielo propicio, que disminuye las iras del Eterno Padre ofendido por tantos crímenes de la humanidad. ¡Cuán gratos debemos ser a Jesucristo que lo instituyó!…».

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Además, se distinguen las ofrendas y oblaciones que son ofrecidas para honrar a Dios en su culto, para sustento de los pobres o hasta de los propios ministros, tales como los diezmos antiguos y los estipendios modernos por los sacramentos y otros servicios religiosos.

Además de las omisiones

Crecerá enormemente en la virtud quien no omita los actos de amor de Dios. Entretanto, debe también observar su conducta a fin de no pecar por exceso o por defecto de este mandamiento. De este modo, errará aquel que rinda a Dios un culto de modo indebido, o rinda un culto divino a quien no debe recibirlo, lo que se llama superstición. No que un culto a Dios pueda ser cuantitativamente excesivo, pero podrá ser realizado de manera impropia. Se agregan a este pecado el espiritismo, la magia, etc.

La idolatría, tributar a una criatura la adoración que conviene solamente a Dios, la irreligiosidad, y la adivinación, el usurpar aquello que pertenece solo al dominio de Dios, sobre todo cuando se invocan los demonios para ese efecto, es evidentemente pecado. Es importante resaltar aquí el sacrilegio, o la profanación o trato indigno de algo sagrado, y la simonía, intención deliberada de comprar o vender una cosa espiritual, como por ejemplo, administrar un sacramento por algún valor financiero.

Por tanto, vale observar este precepto en todos sus aspectos. El amor de Dios es la esencia de todos los mandamientos, que practicados sin él serían nulos, o perderían el mérito. Por otro lado, la mínima acción unida a él toma verdadera fuerza meritoria.

Una cuestión de gratitud

Se cuenta que un ilustre sabio cierta vez dijo que la más frágil de todas las virtudes es la gratitud. Bien parece ser verdad, pues a lo que es verdadero cuando reluce en toda su intensidad nada puede ofuscar. Que ella debe ser mayor cuando mayor es lo que se recibe gratuitamente no se precisa de sabio que lo enseñe. Todavía, si esto es así, cuál no debe ser el amor de todo hombre hacia Dios que lo creó para Sí y lo redimió después del pecado, dándole a su propio Hijo para morir en la Cruz: «Jesucristo es el amor de Dios humanado, ofrecido al hombre de todas las maneras, bajo todas las formas y en todos los estados, para probarle el amor de su Creador». Esto puesto, practicar el primer mandamiento no es solo una mera cuestión de buscar la felicidad personal, sino algo que transciende a esto; es una cuestión de retribución, de gratitud… Dios así envuelve a los suyos en un ciclo atrayente y eterno, donde a cada nueva manifestación de su amor correspondida Él se desdobla en más cariño a la búsqueda de que su criatura lo ame aún más. Estar fuera de este amor es una lamentable pérdida de tiempo. Que él libre a sus dilectos hijos de repetir la frase de San Agustín: «¡Tarde te amé, oh belleza tan antigua y tan nueva! ¡Tarde demás yo te amé!».

Por Ítalo Santana Nascimento

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