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"Como fue del agrado del Señor, así fue hecho"

Redacción (Miércoles, 22-08-2012, Gaudium Press) «Si alguien me ama, observará mi palabra» (Jn 14, 23) y «Si guardares mis mandamientos, seréis constantes en mi amor, como también yo guardé los mandamientos de mi Padre y persisto en su amor» (Jn 15, 10): las anteriores son frases que expresan bien la caridad. ¿Entonces, aquellos que aman a Dios y guardan sus mandamientos son siempre premiados en esta tierra y nada malo les sucede? «Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pediréis todo lo que quisieres y os será dado.» (Jn 15, 7).

Detengámonos en el relato de la vida de un personaje que figuró en la Historia muchos siglos antes de Cristo, y que por así decir, fue objeto de la justicia de Dios: «Había, en la tierra de Hus, un hombre llamado Job, íntegro, recto, que temía a Dios y huía del mal» (Job 1,1). Dice San Gregorio Magno 1, que «alejarse totalmente del mal es comenzar a no pecar más por amor a Dios». Job era, en el lenguaje de la propia Sagrada Escritura, justo a los ojos de Dios, al punto de ser honrado por Él con el elogio: «No hay nadie igual a él en la tierra» (Job 1, 8). Si siguiéramos el camino natural de la lógica, deduciríamos que esta alma santa fue acumulada de beneficios divinos merecidamente, como canta el propio salmista: «¡Oh, cómo Dios es bueno para los corazones rectos, y el Señor hacia aquellos que tienen el corazón puro!» (Si 72) Pero, sigamos con la narración:

Ahora, un día (…) un mensajero vino a decir a Job: Los bueyes labraban y las jumentas pastaban (…). De repente, aparecieron los sabios y llevaron todo; y pasaron por la espada a los esclavos. Solo yo conseguí escapar para traerte la noticia. Estando él todavía por hablar, vino otro y dijo: El fuego de Dios cayó del cielo; quemó, consumió las ovejas y los esclavos. Solo yo conseguí escapar para traerte la noticia. (…) Todavía éste estaba hablando y entró otro, y dijo: Tus hijos e hijas estaban comiendo y bebiendo vino en casa del hermano mayor, cuando un huracán se levantó de repente del desierto, abaló los cuatro rincones de la casa y esta se derrumbó sobre los jóvenes. Murieron todos. Solo yo conseguí escapar para traerte la noticia. (…) Satanás se retiró de la presencia del Señor e hirió a Job con una lepra maligna, desde la planta de los pies hasta lo alto de la cabeza. (…) Su mujer le dijo: ¿Persistes aún en tu integridad? ¡Maldice a Dios, y muere! (Job 1, 13-16.18-19; 2,7-9)

Entretanto, muy lejos de maldecir a Dios, la reacción de este justo varón fue totalmente otra: «Desnudo salí del vientre de mi madre, desnudo volveré. ¡El Señor dio, el Señor quitó; bendito sea el nombre del Señor! ¿Aceptamos la felicidad de la mano de Dios; no debemos también aceptar la infelicidad?» (Job 1, 21; 2, 10) Y la versión de la Vulgata agrega: «como fue del agrado del Señor, así fue hecho». Job, en este entonces, era, en el decir de San Pablo 2 a los Corintios, una vasija de barro que «sufre en el exterior las rupturas de las úlceras. Por dentro, sin embargo, continúa íntegro el tesoro 3». Este justo perdió no solo lo que más amaba, sino perdió todo; solo le restara la esposa, que lejos de alentarlo, lo incitaba contra Dios. Su respuesta puede ser considerada no solo un acto de integridad, más de heroicidad. Job no dijo: el Señor me dio, el diablo sacó, como fue del agrado del demonio así fue hecho 4; sino atribuyó a Dios la deserción de sus bienes, a la manera del Hombre-Dios que sufriendo la pasión por culpa de los judíos declaró a Pilatos: «No tendrías poder alguno sobre mí, si de arriba no te fuera dado» (Jn 19, 11).

¿No sería plausible que Job se rebelase interiormente contra Dios? ¿Siendo él fiel a la tradición de Abraham, conservador de la Fe y de las virtudes de los patriarcas 5, era justo que recibiese tantos males de aquel Dios, que según San Juan (1 Jn 4, 8), es amor? Analizando con detenimiento las Sagradas Escrituras, vemos que no es raro este «proceder» de la Divina Providencia. Es lo que relata el Salmista: «¿Entonces fue en vano que conservé el corazón puro y en la inocencia lavé mis manos? (…) me indignaba contra los impíos, viendo el bienestar de los malos: no existe sufrimiento para ellos, sus cuerpos son robustos y sanos. De los sufrimientos de los mortales no participan, no son atormentados como los otros hombres» (Sl 72).

¿Cómo se justifica esta aparente paradoja? El Profesor Plinio Correa de Oliveira 6 explica: «Dios permite al demonio atormentar y tentar por todas las formas a los justos, con la intención de poner a prueba su fidelidad».
No raro, al considerar la trayectoria de ciertos impíos, los vemos corriendo, sin impedimentos, en la estrada del mundo, mientras el hombre que busca trillar las vías de la rectitud camina paso a paso, en medio de dificultades de toda especie. ¿Por qué? Porque las sendas de la perdición son espaciosas y lisas; las de Nuestro Señor son estrechas y penosas, y su fin es el Calvario 7.

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Job

La Teología Católica afirma que por un claro principio de justicia, Dios permite que los santos sufran en la tierra y los malos tengan cierto éxito; puesto que no existe ni mal, ni bien absolutos, todos practicamos actos buenos y malos que deben ser premiados o penalizados; una vez que Dios ya tiene, desde el inicio de los tiempos, la presciencia del destino de cada uno de los mortales y, por tanto, del premio o del castigo eterno de cada uno, es justo que recompense aquí en la tierra los actos buenos de los que se condenarán y penalice las imperfecciones de los justos 8.

El mismo Salmista (Sl 72) comprende este misterio y ratifica:

«Reflexiono para comprender este problema, muy penosa me pareció esta tarea, hasta el momento en que entré en vuestro santuario y en que me di cuenta de la suerte que os espera. Sí, vosotros os colocáis en un terreno resbaladizo, a la ruina vosotros os conducís. Como de un sueño al despertarse, Señor, levantándoos, despreciáis la sombra de ellos. Cuando yo me exasperaba y se me atormentaba el corazón, yo ignoraba, no entendía, como un animal cualquiera. Vuestros designios me conducirán, y, por último, en la gloria me acogeréis. Si os poseo, nada más me atrae en la tierra. Mi corazón y mi carne pueden ya desfallecer, la roca de mi corazón y mi herencia eterna es Dios».

Entretanto, a Job este misterio permanece incomprensible: «Muéstrame por qué razón me tratas así. ¿Encuentras placer en oprimir, en renegar la obra de tus manos, en favorecer los planes de los malos?» (Job 10, 2-3) Pero incluso desconociendo las razones de su suplicio, bendice a Dios y proclama su justicia con valentía delante de sus antiguos amigos que día y noche lo incitan a que injurie el nombre de Dios: «Escuchadme, pues, hombres sensatos: ¡lejos de Dios la injusticia! ¡Lejos del Todopoderoso la iniquidad! Él trata al hombre conforme sus actos, da a cada uno lo que merece. ¡Es claro! Dios no es injusto, y el Todopoderoso no falsea el derecho» (Job 34, 10-12).

Si es verdad que «consideradas las cosas bajo cierto ángulo, el valor de una criatura humana se mide por su capacidad de aceptar con coraje y resignación los dolores que la Providencia permite en su camino» 9, Job fue un hombre de un valor inestimable. ¿Quién delante de tanto sufrimiento, después de haber perdido familia, criados, fortuna, y siendo cumplidor de las leyes del Todopoderoso no se juzgaría blanco de gran injusticia? Pero, en virtud de esta heroica aceptación incondicional, Dios, ahora sí, premia a Job por su fe verdadera y su virtud inquebrantable, que no consistía solo en una cordial gratitud por los grandes bienes recibidos, sino que era fiel y estaba fundada únicamente en el Creador, independiente de consuelos pasajeros. «El Señor bendijo los últimos tiempos de Job más que los primeros» (Job 42, 12). Job recibió todo lo que tenía antes, y doble.

Discuten los estudiosos si la Historia del justo Job es realmente verosímil o si es apenas un cuento que tiene como objetivo enseñarnos a aceptar los sufrimientos recibidos de Dios. Independiente de ser veraz o no, es cierto que este justo varón es un ejemplo de virtud para todos los manchados de la culpa original, que cargamos el peso de las tribulaciones. Es cierto también que recordando la vida de muchos santos y personas que se esforzaron por hacer el bien sobre la tierra a pesar de haber trillado un camino espinoso, éstas no siempre recibieron, a primera vista, el doble como lo recibió Job. Entretanto, gozan, ciertamente, de su recompensa eterna en la beatitud celestial, sin tener que arrepentirse por alguna vez haber suspirado o llorado en los momentos en que deberían alegrarse por recibir de Dios una ocasión para merecer una recompensa más abundante.

Todo eso nos hace ver que sea cual sea el modo como vivamos deberíamos recibir siempre toda adversidad con alegría. Contrariedad y dificultades parecen llenas de dulzura para aquellos que aman.

Por Mariana Iecker Xavier Quimas de Oliveira

1Moralia. Lib. 1, e. 26, 37: PL 75, 544. Tradução da autora.
2 Cf. 2 Cr 4,7.
3 SAN GREGORIO MAGNO. Moralia. Lib. 3, c. 9, 15: PL 75, 606. Tradução da autora.
4 SAN AGUSTÍN apud LEHONEY, Vital. El santo abandono. Disponível em: http://www.abandono.com/Abandono/ Lehoney/Lehoney2o2.htm. Acesso em 16 set. 2004.
5 Cf HOLZAMMER, Juan B.; SCHUSTER, Ignacio. Historia biblica. Barcelona: Litúrgica española, 1984, y. I, p. 759.
6 A Igreja é o centro da História. In: Dr. Plinio. São Paulo: Retornarei, n. 59, fey. 2003, P. 24.
7 Id. O partito de Jesuseo partido do mundo. In: Dr. Plinio. São Paulo: Retornarei, n. 118, jan. 2008, p. 14.
8 Cf. SANTO TOMÁS DE AQUINO. S. Th. 1, q. 21, a. 4, ad. 3. E também: Id. S. Th, I, q. 14, a.13.
9 CORREA DE OLIVEIRA, Plinio. Excelências do Sagrado Coração de Jesus. In: Dr. Plinio. São Paulo: Retornarei, n. 51,jun. 2002, p. 23.

 

 

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