Ciudad de México (Jueves, 30-08-2012, Gaudium Press) El pasado domingo, en la Catedral de la Ciudad de México, el Obispo de Cúcuta, Colombia, Mons. Julio César Vidal Ortiz concelebró una misa con el Cardenal Norberto Rivera Carrera.
En la ocasión afirmó que «la Iglesia debe dar un mensaje muy claro sobre el valor del hombre, la familia, el significado de la sociedad, sobre lo que significa un Estado en paz para su propio desarrollo, quiere decir, los valores perennes, los que permiten mantener una sociedad en continuo progreso y en la justicia social, en equidad. La Iglesia debe anunciar lo que siempre anunció: el Evangelio y la Doctrina Social».
En entrevista sobre el tema del narcotráfico a pedido de los periodistas que estuvieron presentes en la celebración religiosa, Mons. Vidal Ortiz afirmó que «la Iglesia no puede renunciar a buscar que las partes en conflicto se encuentren, discutan, se unan para superar el problema». «Yo invito, por tanto, a este querido pueblo mexicano a que, como ciudadanos, enfrenten este problema y a los hermanos que están en el narcotráfico -hablo a ellos de corazón-, ustedes son personas, son hijos de Dios, son miembros de un pueblo y no pueden torturar por causa de dinero que no trae felicidad, la felicidad plena, porque la felicidad plena solo está en el encuentro con Cristo».
En seguida, el prelado explicó que, en Colombia, integrantes de los cuatro carteles de la droga buscaron el diálogo para iniciar un proceso que los llevó a entregarse a la justicia y acabar con sus actividades ilícitas. El gobierno aceptó el diálogo, pero dejó claro que garantizaría sus derechos como personas, y nada más.
Los narcotraficantes, dice Mons. Vidal, «comprendieron que la situación que llevaban adelante era inhumana, que los perjudicaba a pesar de todo el dinero que ganaban, porque no podían disfrutar de él, perjudicaban a sus familias, perjudicaban a muchas personas, el Estado… no había ganadores, sino perdedores».
Preguntado sobre el narcotráfico en México, el obispo respondió: «el narcotráfico solo deja lágrimas, desesperanza, desestabilización y, con el pasar del tiempo, el narcotraficante no consigue tranquilamente aprovechar todo el dinero que es capaz de adquirir… cuando el dinero es elevado a falso ídolo, él destruye todo: los principios, las relaciones; y todo eso solo trajo a México, como también para Colombia, sangre, lágrimas, dolor y desolación».
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