Ciudad del Vaticano (Miércoles, 05-09-2012, Gaudium Press) Terminó también en el Vaticano el período de verano. Hoy de mañana el Santo Padre retomó las audiencias generales en la Sala Pablo VI, continuando la catequesis de la «escuela de la oración» y concentrándose en la oración del Libro del Apocalipsis, el último del Nuevo Testamento, «un libro difícil» que «contiene una gran riqueza».
El Pontífice saluda a algunos peregrinos durante la audiencia |
En el Libro del Apocalipsis, «un lector presenta a la asamblea un mensaje confiado por el Señor al Evangelista Juan». El Papa explicó que en el diálogo de oración «nace una sinfonía de oración, que se desarrolla con gran variedad de formas hasta la conclusión. Escuchando al lector que presenta el mensaje, escuchando y observando la asamblea que reacciona, su oración tiende a tornarse nuestra». Aquel diálogo se desarrolla en tres fases.
En la primera fase la asamblea dirige un himno de alabanza al Señor. Un ejemplo para nosotros, porque «nuestra oración – observó el Santo Padre – con frecuencia solamente para pedir, debe ser, al contrario, principalmente de alabanza a Dios por su amor, por el don de Jesucristo, que nos trajo fuerza, esperanza y salvación». Dios «se revela como el inicio y la conclusión de la historia» de nuestro mundo, es más, Él estuvo, está y estará presente y activo con su amor en las historias humanas.
Hablando sobre esa «promesa de Dios», Benedicto XVI resaltó que «la oración constante despierta en nosotros el sentido de la presencia del Señor en nuestra vida y en la historia». Su presencia en nuestra oración «nos sustenta, nos guía y nos da una gran esperanza incluso en medio de la oscuridad de ciertos casos humanos». La oración «en la soledad más radical -continuó- nunca es un aislarse y nunca es estéril, sino que es la savia vital para alimentar una existencia cristiana cada vez más comprometida y coherente».
En la segunda fase de la oración de la asamblea «el Señor se muestra, habla, actúa, y la comunidad, cada vez más próxima a Él, escucha, reacciona y acoge». En la imagen de los candelabros de oro, con sus velas encendidas, es indicada «la Iglesia de todos los tiempos en actitud de oración en la Liturgia: Jesús Resucitado, el ‘Hijo del Hombre’, se encuentra en medio de ella y, revestido por las vestiduras del sumo sacerdote del Antiguo Testamento, ejerce la función sacerdotal de mediador con el Padre».
A su vez, en la tercera y última fase de la primera parte del Apocalipsis, «el lector propone a la asamblea un mensaje séptuplo en el cual Jesús habla en primera persona» dirigido a siete Iglesias situadas en el Asia Menor en torno a Éfeso, mientras Jesús, en el discurso, «parte de la situación particular de cada Iglesia, para después extenderse a las Iglesias de todos los tiempos». Es también un mensaje que «si escuchado con fe, inicia luego a ser eficaz: la Iglesia en oración, acogiendo la palabra del Señor es transformada. Todas las Iglesias deben estar muy atentas para escuchar al Señor, abriéndose al Espíritu como Jesús requiere con insistencia, repitiendo este comando siete veces».
En la conclusión de la catequesis, el Papa resaltó que «el Apocalipsis nos presenta una comunidad reunida en oración, porque es justamente en la oración que sentimos de modo cada vez más creciente la presencia de Jesús con nosotros y en nosotros».
En la primera audiencia general de septiembre, los peregrinos llenaron la Sala Pablo VI. Entre los 7.000 presentes había varios grupos de América Latina: de Argentina, un grupo de la Diócesis de Nueve de Julio; de Brasil, dos grupos de la parroquia San Benito y San Pablo y de la parroquia Nuestra Señora de los Dolores de Río Verde; de Venezuela, un grupo de Caracas. Había también peregrinos de Colombia, México y de otros países latinoamericanos.
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