Castel Gandolfo (Lunes, 10-09-2012, Gaudium Press) Con votos de vivir con «entusiasmo y alegría» el Año de la Fe según la fe de María en la cual Ella «nos precede y nos acompañe como farol luminoso y como modelo de plenitud y madurez cristiana», Benedicto XVI recibió a los participantes del 23° Congreso Mariológico Mariano Internacional, que ocurrió en Roma del 4 al 9 de septiembre sobre el tema: «La mariología a partir del Concilio Vaticano II. Recepción, balance y perspectivas». La audiencia privada del Papa sucedió en el patio del Palacio apostólico el sábado pasado en coincidencia con la fiesta de la Natividad de María.
El Papa recordó que el Concilio Vaticano II se inauguró el mismo día en el que, en el 431, el Concilio de Éfeso proclamó a la Virgen como Madre de Dios |
Al inicio del discurso el Papa recordó el contexto mariano del Concilio Vaticano II que «se abrió justamente el día 11 de octubre, en el mismo día en que, en 431, el Concilio de Éfeso había proclamado a María «Theotokos», Madre de Dios». La Virgen María es también «modelo ejemplar de fe» para el Año de la Fe.
El Santo Padre, recordó los textos sobre la «Madre de Dios» en la constitución dogmática sobre la Iglesia «Lumen Gentium» en la cual se habla sobre la «belleza y la singularidad» de María que es «estrictamente inserida en los misterios fundamentales de la fe cristiana», como aquel «de amor y de comunión de la Santísima Trinidad».
El Papa resaltó que el Concilio para la mariología «constituye el horizonte hermenéutico esencial para cada reflexión posterior, sea de carácter teológico» como espiritual y pastoral; y «representa, también, un precioso punto de equilibrio, siempre necesario, entre la racionalidad teológica y la afectividad creyente».
«La singular figura de la Madre de Dios -afirmó- debe ser entendida y profundizada por perspectivas diversas y complementarias: mientras permanece siempre válida y necesaria la ‘via veritatis’, no se puede no recurrir también a la ‘via pulchritudinis’ y la ‘via amoris’ para descubrir y contemplar todavía más profundamente la fe cristalina y sólida de María, su amor por Dios, su esperanza inquebrantable».
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