Ciudad del Vaticano (Miércoles, 12-09-2012, Gaudium Press) «Como cristianos no podemos nunca ser pesimistas; sabemos bien que en el camino de nuestra vida encontramos con frecuencia violencia, mentira, odio, persecución». Es la oración que «nos educa a ver las señales de Dios» que nunca se muestra «insensible a nuestras súplicas», pero «hace temblar y arruina el sistema del Maligno», dijo el Papa continuando la meditación sobre el Libro del Apocalipsis en su discurso de esta mañana en la Sala Pablo VI sobre la «oración de pedido».
«El Apocalipsis, aún con la complejidad de los símbolos, nos envuelve en una oración muy rica». Benedicto XVI decidió abordar, en las catequesis dedicadas a la oración, el texto de difícil comprensión para un fiel contemporáneo. En la variedad de oraciones presentadas en el Libro, está también la de pedido que nosotros dirigimos principalmente en los momentos de dificultad y delante la acción del maligno en el mundo.
«El Señor guía a la comunidad cristiana a una lectura más profunda de la historia». De la historia de la cual forma parte también la Iglesia «según el proyecto de Dios». Como en la imagen en el Apocalipsis, también hoy la comunidad cristiana es llamada a redescubrir «el propio deber de colaborar al desarrollo del Reino».
El mejor lugar donde podemos ser iluminados por Dios es en la oración
El Libro del Apocalipsis, de hecho, recuerda que Dios está cerca de nosotros. En la imagen del «personaje misterioso» está contenida la imagen de Dios, que en su omnipotencia «no permaneció cerrado en su cielo, sino se hizo próximo al hombre, entrando en alianza con él», y lo hace de modo «misterioso» y «real». El lugar mejor donde podemos ser iluminados por Dios es la oración. Ella es «como una ventana abierta que nos permite mantener la mirada dirigida a Dios» y vivir la propia vida con «intensidad y compromiso».
En respuesta a las realidades dramáticas, como la violencia, el Papa afirmó que la comunidad eclesial no puede desalentarse y perder la esperanza, sino que debe «creer con firmeza que la aparente omnipotencia del Maligno se choca con la verdadera omnipotencia que es la de Dios».
«En la historia del hombre – continuó Benedicto XVI – entró la fuerza de Dios, que no es solamente capaz de compensar el mal, sino hasta incluso vencerlo; el color blanco recuerda la Resurrección: Dios llegó tan próximo que descendió a la oscuridad de la muerte para iluminarla con el esplendor de su vida divina; tomó para sí el mal del mundo para purificarlo con el fuego de su amor».
Los cristianos deben, no solamente tener coraje, sino también superar el pesimismo. «La Iglesia vive en la historia, no se encierra en sí misma», pero «en medio de las dificultades y sufrimientos», nosotros «como cristianos no podemos jamás ser pesimistas». La fuerza y la serenidad para enfrentar la violencia, la mentira, el odio, la persecución, son la propia oración. Ella «nos educa a ver las señales de Dios, su presencia y acción, es más a ser nosotros mismos luz del bien, que difunden esperanza e indican que la victoria es de Dios».
En el Libro del Apocalipsis, la imagen de los «veinticuatro ancianos» y «los cuatro seres vivos» nos demuestra que «todos los límites, el cansancio, la pobreza, la aridez, las imperfecciones» que enfrentamos en la oración «son casi purificadas y alcanzan el corazón de Dios. Debemos estar seguros – continuó – esto es, que no existen oraciones superfluas, inútiles; ninguna es pérdida», porque «Dios no es insensible a nuestras súplicas, interviene y hace sentir su potencia y su voz en la tierra, hace temblar y arruina el sistema del Maligno». La manera más segura y eficaz de enfrentar el mal es la oración.
Al final de la catequesis, el Santo Padre reafirmó la invitación a los fieles «a redescubrir la carga extraordinaria y transformadora que tiene la Eucaristía». Principalmente la participación «¡en la Santa Misa dominical en el Día del Señor, el Domingo, verdadero centro de la semana!». La invitación se repitió en español para los peregrinos de Argentina, Bolivia, Chile y Venezuela. «Invito a todos a participar en la Eucaristía, en particular el día del Señor. Así podremos escuchar, dar gracias, contemplar y pedir perdón al Señor, a ejemplo de la asamblea orante del Apocalipsis, que lo alaba en la liturgia celeste».
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