Beirut (Sábado, 15-09-2012, Gaudium Press) Benedicto XVI propuso una bella, grande y fuerte lección sobre el humanismo en el encuentro con los miembros del gobierno, de las instituciones de la República, con el cuerpo diplomático, los jefes religiosos y representantes del mundo de la cultura en el segundo día de su visita al Líbano. En el Palacio presidencial de Baabda, el Santo Padre reafirmó la necesidad de «vivir un nuevo tipo de fraternidad», donde aquello que une en la realidad caracterizada por las diferencias culturales, sociales y religiosas, es «el sentido común de la grandeza de toda persona».
Fotos: Radio Vaticano |
«El Líbano es llamado, ahora más que nunca, a ser un ejemplo. Por eso os invito a vosotros, políticos, diplomáticos, religiosos, hombres y mujeres del mundo de la cultura, a dar testimonio a vuestro alrededor y con coraje, en tiempo favorable y fuera de él, de que Dios quiere la paz, de que Dios nos confía la paz. ¡«Salàmi ?-t?kum», – dice Jesucristo (Jn 14, 27)! ¡Que Dios os bendiga!», fueron los votos del Pontífice.
Cuando se habla sobre el Oriente Medio, se hace alusión a los conflictos que amenazan su realidad. Benedicto XVI, bien consciente de los problemas y de las dificultades del Líbano y de todo el Oriente Medio, hizo una profunda lección sobre el humanismo y sobre los valores muchas veces olvidados por la actual escena política y social, los de la paz, la sociedad, la dignidad de la persona, de los valores de la familia y la vida, del diálogo y la solidaridad que «pueden y deben ser vividos».
En un largo discurso, todo proferido en francés, el Papa recordó al inicio la responsabilidad de los ciudadanos, hombres y mujeres, en la construcción del futuro del país. De cada uno y todos juntos, depende su futuro y su capacidad de comprometerse por la paz. Tal compromiso solo será posible en una sociedad unida». Después agregó que «la unidad no es la uniformidad».
La cohesión de la sociedad se da en «el respeto constante por la dignidad de cada persona»
La base de la cohesión de la sociedad es «el respeto constante por la dignidad de cada persona» y la participación responsable de cada uno según las propias capacidades, según el «designio de Dios» en el cual «cada persona es única e insubstituible». Después, más adelante en el discurso, desarrolló su pensamiento afirmando que «el espíritu humano posee el gusto innato de lo bello, lo bueno y lo verdadero» un «sello de lo divino, la marca de Dios en él», de la cual «deriva una concepción moral firme y justa, que siempre coloca a la persona en el centro».
Sobre el tema de la paz Benedicto XVI recordó a los políticos y hombres de cultura, que el «primer lugar de humanización» y «la primera educadora para la paz» es la familia. «Para construir la paz -dijo- nuestra atención debe fijarse sobre la familia a fin de facilitar su tarea, para así apoyarla y consecuentemente promover por todas partes una cultura de la vida». Continuando el tema, el Pontífice observó que «la eficacia del compromiso a favor de la paz depende del concepto que el mundo pueda tener de la vida humana». La familia es llamada a «educar para la paz, construyendo una cultura de paz», esto es, «es acompañar la madurez de la capacidad de hacer elecciones libres y justas, que puedan ir contracorriente relativamente a las opiniones generalizadas, las modas, las ideologías políticas y religiosas».
«¡Si queremos la paz, defendamos la vida!»
«¡Si queremos la paz, defendamos la vida!», dijo el Pontífice reafirmando que «esta lógica deslegitima no solo la guerra y las acciones terroristas, sino también cualquier atentado contra la vida del ser humano». Delante de Dios tenemos la responsabilidad de reconocer la dignidad incondicionada de todo ser humano, de su carácter sagrado. «Debemos unir nuestros esfuerzos para desarrollar una sana antropología que integre la unidad de la persona. Sin eso, no es posible construir la paz auténtica».
Todas las amenazas de nuestros tiempos: «estas guerras repletas de vanidades y horrores -, los atentados a la integridad y la vida de las personas», «el desempleo, la pobreza, la corrupción y todo lo demás que se les junta como la explotación, los tráficos ilícitos de toda especie y el terrorismo acarrean, para más allá del sufrimiento inaceptable de los que son sus víctimas, una debilitación del potencial humano». Benedicto XVI reafirmó el valor de toda persona. «Cada vida humana que se pierde es una pérdida para la humanidad entera. Esta es una gran familia, de la cual todos somos responsables», dijo.
El Santo Padre advirtió también contra «ciertas ideologías» que «poniendo en cuestión de manera directa o indirecta, e incluso legalmente, el valor inalienable de cada persona y el fundamento natural de la familia, minan los pilares de la sociedad». La sociedad debe ser «efectiva» en las acciones de colaboración y de verdadero diálogo, ofrecer «una nueva manera de vivir juntos» para constituir «el antídoto» a aquello que «impide el respeto por todo el ser humano». Eso requiere un «estilo de convivencia social, sereno y dinámico» que a su vez, precisa de la «confianza en el otro, sea él quien fuere».
«Hoy, las diferencias culturales, sociales, religiosas -observó el Pontífice- deben llevar a vivir un nuevo tipo de fraternidad, donde aquello que une es justamente el sentido común de la grandeza de cada persona y el don que ella constituye para sí misma, para los otros y para la humanidad. Está aquí el camino de la paz. ¡Aquí está el compromiso que nos es pedido! Aquí está la orientación que debe presidir a las elecciones políticas y económicas en sus diversos niveles y en la escala planetaria!».
El Papa reafirmó también la lección sobre la esencia del mal que «no es una fuerza anónima que actúa en el mundo de forma impersonal o determinista», sino «el mal, el demonio, pasa a través de la libertad humana, a través del uso de nuestra libertad» buscando en nosotros «un aliado». Por eso, precisamos de la conversión del corazón. «Sin ella, las «liberaciones» humanas tan deseadas decepcionan, porque se mueven en el espacio reducido que les concede la mezquindad del espíritu del hombre, su dureza, sus intolerancias, sus favoritismos, sus deseos de venganza y sus instintos de muerte». Mientras, para una transformación profunda del espíritu y el corazón, es necesario «reencontrar una cierta clarividencia e imparcialidad, el sentido profundo de la justicia y del bien común», que traen una «contribución decisiva» a las diversas religiones.
Sobre la libertad religiosa
En ese contexto, como último tema, Benedicto XVI reafirmó la necesidad de la garantía de la libertad religiosa. «El diálogo solo es posible – comenzó – con la consciencia de que hay valores comunes a todas las grandes culturas, porque estas están radicadas en la naturaleza de la persona humana» y que «pertenecen a los derechos de cada ser humano». Como el derecho de la libertad religiosa que es un derecho fundamental «indispensable para la paz».
«La pérdida o la disminución de esta libertad priva a la persona del derecho sagrado a una vida íntegra en el plan espiritual. (…) Y, sin la apertura a lo transcendente que permite encontrar respuestas para los interrogantes del propio corazón sobre el sentido de la vida y sobre cómo vivir de forma moral, el hombre se torna incapaz de actuar según la justicia y comprometerse en pro de la paz».
«La fe auténtica- dijo el Santo Padre en la conclusión del discurso – no puede llevar a la muerte. El artesano de paz es humilde y justo. Por eso, los creyentes tienen hoy un papel esencial: dar testimonio de la paz que viene de Dios y que es un don concedido a todos en la vida personal, familiar, social, política y económica (cf. Mt 5, 9; Heb 12, 14). La inercia de los hombres de bien no debe permitir que el mal triunfe. ¡Lo peor de todo es no hacer nada!»
La mañana del segundo día de la visita del Pontífice al Líbano tuvo un carácter oficial. Inició con tres breves encuentros privados en el Salón de los Embajadores: con el presidente de la República, Gen. Michel Suleiman, con el presidente de la Cámara de los Diputados, Nabih Berri; con el presidente del Consejo de los Ministros Nagib Mikati.
La parte pública del encuentro inició con un gesto simbólico plantando en el jardín presidencial un Cedro del Líbano (Cedrus libani), símbolo del país. Usando la imagen del «pequeño árbol», el Papa recordó la necesidad del crecimiento y la madurez que necesita la sociedad y la política del país hoy para «volverse robusta y lanzar sus ramos majestuosos». En recuerdo de su visita el Papa ofreció al presidente un facsímile del «Papiro Bodmer VIII – BAV», cuyo original fue descubierto en torno de 1952 y adquirido por un conocido coleccionador suizo, Martin Bodmer. A partir de los años 50 fue depositado en la Biblioteca Bodmeriana en Cologny, Suiza. En 1969 fue donado al Papa Pablo VI y desde entonces conservado en la Biblioteca Apostólica Vaticana. El Papiro contiene dos Cartas de Pedro.
Después del encuentro de esa mañana, Benedicto XVI volvió en auto a la Nunciatura Apostólica de Harissa, desde donde se transfirió al Patriarcado Armenio-católico de Bzommar para el almuerzo con los patriarcas y los obispos del Líbano, los miembros del Consejo Especial para Oriente Medio del Sínodo de los Obispos y la comitiva papal. En la entrada el Papa bendijo la estatua del monje armenio Hagop, redactor del primer libro impreso en lengua armenia, publicado en 1512.
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