Redacción (Lunes, 24-09-2012, Gaudium Press)
«María produjo, con el Espíritu Santo, la mayor maravilla que existió y existirá: un Hombre-Dios; y Ella producirá, por consiguiente, las cosas más admirables que han de existir en los últimos tiempos» (San Luis Grignion de Montfort).
Son innumerables las maravillas obradas por la Madre de Dios a lo largo de estos veinte siglos de Historia de la Iglesia. Con razón, pues, el pueblo fiel, entre centenas de otros títulos, invoca a la Inmaculada Esposa del Espíritu Santo como Señora de las Maravillas.
¿Cuándo brotó del alma católica esa invocación?
Sabemos que ella ya existía por lo menos desde las primeras décadas del descubrimiento de América.
En la Catedral de Salvador, Brasil
Cuando, en 1552, arribó a Bahía el primer Obispo de Brasil, Mons. Pero Fernandes Sardinha, traía él una preciosa imagen de Nuestra Señora de las Maravillas, regalo del Rey Don Juan III a la recién descubierta Tierra de Santa Cruz.
Concluida la construcción de la Catedral de la Sede de Salvador en 1624, su Obispo, Mons. Marcos Teixeira, entronizó en la principal capilla lateral la imagen de Nuestra Señora de las Maravillas, donde la Madre de Dios pasó a acoger con benevolencia a todos cuantos a Ella vienen a pedir auxilio.
Pocos años después de ser entronizada en esta capilla, el Niño Jesús que ella trae en los brazos fue sacrílegamente robado, roto en varios pedazos, lanzado al basurero de la ciudad, donde fue después encontrado, faltando una de las piernitas. Una mujer al buscar leña encontró esta piernita, y no sabiendo lo que era, la lanzó al fuego. ¡Oh, maravilla! Para admiración de la mujer, aquel pedacito de madera saltó para fuera del fuego, siendo preservado. De este modo se pudo restaurar al Divino Niño que fue devuelto a los brazos de la Madre, con muy gran devoción.
El «ajuste» del Padre Antonio Vieira
Por medio de esa imagen, el Señor ha obrado muchos y grandes milagros. Uno de los más conocidos se dio con el famoso Padre Antonio Vieira.
Habiendo venido de niño al Brasil, inició él sus estudios en el Colegio de los Jesuitas en Bahía. En los primeros tiempos no pasaba de estudiante mediocre, apenas comprendiendo las lecciones, al punto de pensar los superiores en expulsarlo del Colegio.
En su gran deseo de ingresar a la Compañía de Jesús, cierto día, ya casi desesperado con su dificultad en los estudios, fue Vieira suplicar auxilio a los pies de la Señora de las Maravillas. En el medio de la oración, sintió como un «ajuste» en su cabeza, acompañado de un dolor muy fuerte que lo postró por tierra, dándole la impresión de que iba morir. Al volver en sí, se dio cuenta de que aquellas cosas que antes parecían inalcanzables y oscuras a su inteligencia, se volvieron claras. Así, Vieira percibió la enorme transformación ocurrida en su mente.
Al llegar al Colegio, pidió que lo dejasen participar de las disputas con los colegas. Para espanto de los maestros, venció a todos los compañeros con el brillo de su raciocinio. De ahí en adelante fue el primero y más distinguido alumno en todas las disciplinas, tornándose uno de los mayores oradores sacros y escritores de la lengua portuguesa.
Devoción en España: el Niño Jesús de las Maravillas
En la Capital española, el nombre de Nuestra Señora de las Maravillas tiene su origen en hechos encantadores y poéticos, propios a la Virgen de las Vírgenes.
Paseando por el jardín de su convento en un día de 1620, algunas fervorosas monjas carmelitas descubrieron una imagen del Niño Jesús recostada sobre un amasijo de flores conocidas con el nombre de maravillas.
Llenas de sorpresa, no sabían ellas qué más admirar, si el diminuto tamaño del Niño, de solo siete centímetros, si su extrema hermosura, o si las circunstancias en que fue descubierto. Con gran alegría y devoción, lo llevaron para la capilla, donde le improvisaron un altar ornado con las flores irisadas de amarillo y naranja, sobre las cuales había sido encontrado.
Y comenzaron a invocarlo como el Niño Jesús de las Maravillas.
Nuestra Señora de las Maravillas, imagen de madera
Pocos años después, llegó a Madrid una antigua imagen de la Virgen, cuyo origen también está envuelto en las brumas de la historia.
Consta ser ella del siglo XIII. En 1585, estaba expuesta a la veneración de los fieles en el pueblo de Rodas-viejas, pero en tan deplorable estado de conservación que el Obispo de Salamanca mandó retirarla de la iglesia. Algunos parroquianos, entretanto, no se conformaron con esa decisión. Y uno de ellos obtuvo autorización para quedarse con la imagen en su propia residencia.
Tenía sin embargo la Santísima Virgen designios admirables respecto a esa imagen suya. Después de algunas vicisitudes, fue ella a parar a Madrid, tornándose propiedad de Ana Carpia, esposa del escultor Francisco de Albornoz, el cual la restauró a la perfección.
A la residencia de esa católica pareja comenzaron a afluir, en número cada vez mayor, vecinos y conocidos para rezar delante de esa imagen, pues corriera la noticia de que allí la Madre de Bondad concedía favores a sus devotos.
Un estupendo milagro la hizo famosa en la ciudad entera. En una lamentable explosión de ira, un cazador apuñaló brutalmente a un jovencito de los alrededores, dejándolo medio muerto. La madre del niño fue corriendo a postrarse delante de la imagen, implorando a Nuestra Señora la cura del hijo. Poco después, quedó él totalmente sano y salvo.
Delante de ese prodigio, seguido de muchos otros, el Vicario General de la Diócesis ordenó a Ana Carpia que entregase la imagen a alguna iglesia. Como se ve, la propia Madre de Dios se ocupó de, por medio de milagros, recuperar para esa imagen suya un trono en algún edificio sagrado.
¿Para cuál iglesia llevarla?
En el monasterio de las carmelitas
La señora Carpia decidió escoger, mediante sorteo, uno de los cuatro conventos carmelitas entonces existentes en Madrid. La suerte recayó sobre el monasterio donde apareciera años antes el Niño Jesús de las Maravillas.
Así, el 17 de enero de 1627, Ana Carpia y su esposo hicieron que constara en notaríoa el acto de donación de la milagrosa imagen a las monjas carmelitas. El día 1º de febrero de ese año, fue ella trasladada para al monasterio en solemne procesión, señalada por un significativo hecho: durante todo el trayecto, una blanca paloma sobrevoló la imagen y entró con ella al interior de la ermita, donde se dejó coger por las monjas. Éstas la consagraron a la Virgen al día siguiente, 2 de febrero, fiesta de la Purificación de María, y la retuvieron en el convento.
Las monjas adornaban las manos sagradas de la imagen con las flores llamadas de maravillas. En cierto momento, una de ellas tuvo la inspirada idea de colocar sobre esas flores la minúscula imagen del Niño Jesús de las Maravillas, el cual adquirió especial encanto puesto en ese trono floral. Con esto, la Madre acabó tomando el nombre del Hijo: Nuestra Señora de las Maravillas.
Es éste el origen del bello nombre de la imagen venerada en Madrid.
El manto de Nuestra Señora cura al Rey Felipe IV
En 1639, atacado por conspiradores, quedó el rey gravemente herido.
La noticia conmovió a toda la corte. Se ordenaron oraciones en todos los templos por la salud del rey, especialmente en la ermita de la Señora de las Maravillas.
La reina Mariana de Austria pidió a las carmelitas un manto de la Virgen para colocarlo sobre el lecho del monarca. Apenas fue colocado, con gran sorpresa para todos, el rey preguntó a la reina: «¿Qué pusiste sobre mí, que me encuentro enteramente bien?»
En gratitud por tan grande favor de la Virgen de las Maravillas, el rey mandó construir a sus expensas la actual iglesia, inaugurada en 1646. Además, creó un patronato presidido por la reina y varios personajes de la corte, con la obligación de dotar el convento de las Maravillas con una renta anual. El rey muchas veces iba a hacer ejercicios espirituales con las carmelitas, diciendo que «le daban alientos para el ejercicio de sus altos deberes de Estado».
Prodigios de la Virgen de las Maravillas
Además de la cura del rey y del niño moribundo, muchos otros hechos extraordinarios sucedieron a lo largo de la historia de esta imagen.
El 12 de agosto de 1675 se armó una gran tempestad durante el canto del Salve Reina, entrando a la iglesia una chispa de un rayo que causó daño a varias personas, entre ellas una niña de tres años que quedó como muerta.
Afligido, su padre la tomó en los brazos y la puso sobre el altar de la Virgen, implorando misericordia. Sorprendentemente, de a poco, la niña volvió a sí como si nada hubiera ocurrido.
Y en 1689, un pintor que estaba trabajando en la cúpula de la iglesia, cayó sobre las piedras del presbiterio, pareciendo muerto. Ante la invocación de la Virgen y la aplicación de una estampa suya, volvió a sí y fue a su casa caminando normalmente.
Invocación más bella y sugestiva no podríamos sugerir a nuestros lectores. Pidamos a Nuestra Señora que inunde la Tierra con los torrentes de la gracia de la que Ella está llena, haciendo triunfar de manera fulgurante su Inmaculado Corazón, abriendo para la humanidad, cuanto antes, una nueva era de los esplendores mariales.
Por la Madre Mariana Morazzani Arráiz, EP
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