Castel Gandolfo (Martes, 25-09-2012, Gaudium Press) – Durante la oración mariana del Ángelus, que fue recitada el domingo en el patio interno de la residencia Apostólica de Castel Gandolfo, el Papa afirmó a los peregrinos presentes que es necesario un cambio en nuestro modo de pensar y de vivir para seguir a Dios.
«Seguir al Señor requiere siempre del hombre una profunda conversión, un cambio en el modo de pensar y de vivir, requiere abrir el corazón a la escucha para dejarse iluminar y transformarse interiormente».
El Papa afirmó que es necesario un cambio en nuestro modo de pensar y de vivir para seguir bien a Dios |
El Santo Padre mostró algo en lo cual Dios y el hombre se diferencian: el orgullo. Según enseñó el Papa, en Dios no hay orgullo, porque Él es la total plenitud y es todo inclinado a amar y donar vida; mientras en nosotros hombres, el orgullo está íntimamente arraigado y requiere constante vigilancia y purificación.
El Papa exhortó a los fieles a dejar de lado el orgullo y aprender a ser humildes: «nosotros, que somos pequeños, aspiramos parecer grandes y ser los primeros, mientras Dios no teme inclinarse y hacerse último». Y, por eso, pidió a la Virgen María que muestre a todos el camino de la fe en Jesús a través del amor y de la humildad.
Momentos antes de la recitación del Ángelus, Benedicto XVI recordó que en los últimos domingos él ha meditado sobre el Evangelio de Marcos y recordó que el domingo anterior había entrado en la segunda parte, esto es, en el último viaje de Jesús en dirección a Jerusalén y en dirección al ápice de su misión.
El pasaje del domingo pasado contiene el segundo de esos anuncios, dijo el Santo Padre, «El Hijo del Hombre -expresión con la cual designa sí mismo- será entregado a las manos de los hombres, y ellos lo matarán; pero, después de muerto, después de tres días, resucitará» (Marcos 9:31). Los discípulos, «no entendían estas palabras, y tenían miedo de interrogarlo».
Al hacer su saludo en polaco, el Papa resaltó que en el Evangelio de este domingo Jesús da atención especial a los niños: «quien acoge en mi nombre a uno de estos niños es a mí a quien acoge». Y, en seguida, agregó una sugerencia: «Pidamos a Dios que esas palabras inspiren a todos aquellos que son responsables por el don de la vida, de las dignas condiciones de existencia y de educación, del seguro y sereno crecimiento de los niños. ¡Todo niño puede gozar del amor y del calor familiar!»
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