Santiago (Viernes, 28-09-2012, Gaudium Press) «Humanizar y compartir con equidad el desarrollo de Chile», es el título de la Carta Pastoral que ayer en la tarde fue presentada a la comunidad por el Comité Permanente de la Conferencia Episcopal de Chile (CECh) en el salón de honor de la Pontificia Universidad Católica.
El documento fue dado a conocer en una ceremonia a la que asistieron las principales autoridades políticas, de gobierno y de la sociedad civil chilena, y que contó también con la participación de numerosos sacerdotes y religiosos. La presentación fue encabezada y dirigida por el Arzobispo de Santiago y presidente de la CECh, monseñor Ricardo Ezzati.
Mons. Ezzati entrega el documento al Rector de la Pontificia Universidad Católica |
En la redacción del documento intervinieron junto con el Pastor de Santiago, el Obispo de Rancagua y vicepresidente de la CECh, monseñor Alejandro Goic, el Obispo de Valdivia y secretario general de la misma entidad, monseñor Ignacio Ducasse, el Obispo de Talca, monseñor Horacio Valenzuela y monseñor Gonzalo Duarte, Obispo de Valparaíso.
La misiva contiene una profunda reflexión sobre los problemas actuales y los desafíos que enfrenta tanto la Iglesia como la sociedad en su conjunto. Asimismo, los pastores realizan una autocrítica por aquellos actos que han puesto de manifiesto «nuestras propias debilidades y faltas» y llaman a perseverar en un espíritu de conversión al mensaje de Jesucristo.
En ese sentido, plantean que la Iglesia es consciente que debe ser la primera en ser evangelizada y revisar tanto los comportamientos personales como sus propias estructuras institucionales. «Siguiendo el ejemplo el Papa Benedicto XVI hemos pedido perdón a quienes hemos ofendido y reiteramos con la más profunda verdad esa petición», dicen los cinco obispos firmantes de la Carta Pastoral en comunión con la totalidad de los obispos de la Conferencia Episcopal.
Una cultura que excluye a Dios y que conduce a la persona por caminos deshumanizantes
En su diagnóstico del clima actual y las diversas problemáticas que afectan a la sociedad chilena, los prelados reconocen como un signo «especialmente esperanzador» que la ciudadanía requiera nuevos y mejores espacios de participación, el rol que ha asumido la mujer en diversos ámbitos así como los numerosos esfuerzos por humanizar la política y el trabajo.
Sin embargo, la carta analiza también aquellos aspectos de nuestro tiempo que son fuente de malestar. En el núcleo de ellos los obispos hacen referencia a una cultura que excluye a Dios y que conduce a la persona por caminos deshumanizantes. También reconocen la existencia de ciertas dinámicas secularizadoras que se presentan como liberadoras, pero que carecen de contenido valórico y no hacen referencia alguna a Dios.
El documento denuncia asimismo el sentimiento generalizado de insatisfacción por un modelo de desarrollo centrado exclusivamente en el individualismo, el ‘exitismo’, búsqueda descontrolada de utilidades y ganancias económicas.
Junto a lo anterior se critica también la reducción de las relaciones humanas a meros actos de consumo. En esta línea, los pastores advierten el peligro de que las decisiones de la autoridad política en miras al bien común sean finalmente tomadas por el mercado.
Aporte cristiano para humanizar y compartir el desarrollo
El documento episcopal reconoce aspectos positivos del fenómeno de la globalización, y añade que este debe estar marcado por valores como la solidaridad, la justicia y el respeto a los derechos humanos. Desde el mensaje y ejemplo de Jesús debemos cultivar un estilo solidario de relacionarnos, de entendernos y amarnos, especialmente respecto de aquellas personas más necesitadas, construyendo una verdadera comunidad de hijos de Dios.
En consonancia con las enseñanzas de Cristo, los obispos recuerdan que el trabajo dignifica al hombre y por tanto, no es un mero eslabón productivo de la empresa, sino un sujeto creador de los bienes dados por Dios, que se realiza y alcanza su felicidad a través de Él. Los obispos hacen un apelo para un «salario ético».
Finalmente, el documento plantea que la Iglesia debe resituarse en el mundo con nuevas coordenadas, asumiendo una participación activa en asuntos de interés público como la acogida a los inmigrantes, protección de los más vulnerables, la situación en las cárceles, la defensa y promoción de los derechos humanos, el combate a la drogadicción y las necesarias reformas educacionales.
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