lunes, 23 de diciembre de 2024
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Los documentos del Vaticano II, una brújula que ayuda a la Iglesia a superar las tempestades, dice el Papa en la audiencia general

Ciudad del Vaticano (Miércoles, 10-10-2012, Gaudium Press) Como «testigo directo» Benedicto XVI inició hoy, en el 50° aniversario del Concilio Vaticano II, las catequesis sobre este acontecimiento eclesial, para «redescubrir particulares pasajes, fragmentos, piezas». El Pontífice habló sobre el contexto histórico de la iniciativa del Concilio y su actualidad para nosotros hoy, que permanece con «un fuerte apelo para redescubrir todos los días la belleza de nuestra fe», para vivirla en «una relación más con el Señor».

En la mañana de este miércoles en la Plaza San Pedro y ante la presencia de 20 mil personas, Benedicto XVI dirigió por primera vez un saludo en árabe, que a partir de hoy se torna la octava lengua fija de los saludos hechos cada semana por el Papa.

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Por priera vez el Santo Padre dirigió, durante la Audiencia general, un saludo en árabe, además del fracés, inglés, alemán, español, polaco e italiano / Foto: Radio Vaticano

Dos temas dominaron la catequesis del Santo Padre: el contexto histórico y el valor de los documentos conciliares, entre los cuales dio una particular importancia a las cuatro Constituciones: sobre la sagrada liturgia «Sacrosanctum Concilium»; la Constitución dogmática «Lumen gentium»; la Constitución sobre la divina Revelación «Dei Verbum»; y la Constitución pastoral «Gaudium et spes».

Benedicto XVI invito a los fieles a la lectura de los documentos «liberándolos de una masa de publicaciones que muchas veces, en vez de hacerlos conocer, los escondieron», que, al contrario, son también para nuestros tiempos «una brújula que permite a la nave de la Iglesia proceder en mar abierto, en medio a tempestades o sobre olas calmas y tranquilas, para navegar segura y llegar a su meta».

El Papa Ratzinger compartió también sus recordaciones personales de las emociones de los días que precedieron a la apertura del Concilio: «Recuerdo bien aquel período, yo era un joven profesor de teología fundamental en la Universidad de Bonn, y el Arzobispo de Colonia, el Cardenal Frings, fue para mí un punto de referencia humana y sacerdotal, que me llevó con él para Roma, como su consultor teólogo; después fui también nombrado perito conciliar».

El Santo Padre considera aquella experiencia «única» y una de las pocas veces en la historia cuando «se pudo, como en la época, casi ‘tocar’ concretamente la universalidad de la Iglesia en un momento de gran realización de su misión de llevar el Evangelio en todos los tiempos y hasta los confines de la tierra».

Hablando sobre el contexto de la convocación del Concilio Ecuménico Vaticano II, Benedicto XVI observó que, al contrario de los precedentes Concilios en la historia, «no había particulares errores de fe a ser corregidos o condenados, ni había específicas cuestiones de doctrina o de disciplina a ser aclaradas». Así el Papa explicó «la sorpresa del pequeño grupo de Cardenales presentes en la sala capitular del monasterio benedictino en San Pablo Extramuros, cuando el 25 de enero de 1959, el Beato Juan XXIII anunció el Sínodo diocesano para Roma y el Concilio para la Iglesia Universal». Ese anuncio fue recibido con un «devoto silencio».

El propio Beato Juan XXIII, en el discurso de apertura, el día 11 de octubre de 1962 dijo que «la fe tenía que hablar de un modo ‘renovado’, más incisivo – porque el mundo estaba rápidamente cambiando – manteniendo sin embargo intactos sus contenidos perennes, sin procedimientos o compromisos».

Por tanto, el Papa «deseaba que la Iglesia reflexionase sobre la fe, sobre las verdades que la guían. Pero esta sería una profunda reflexión sobre la fe, tenía que ser delineado de modo nuevo la relación entre la Iglesia y la Edad Moderna, entre el Cristianismo y ciertos elementos esenciales del pensamiento moderno, no para conformarse a él, sino para presentar a ese nuestro mundo, que tiende a alejarse de Dios, la exigencia del Evangelio en toda su grandeza y toda su pureza.

Benedicto XVI afirmó que aquella lección sobre el deber de la Iglesia de «transmitir la palabra del amor de Dios que salva» permanece actual también en nuestra época «en la cual vivimos continuamente marcados por el olvido y sordez en relación a Dios».

«El Cristianismo en su esencia consiste en la fe en Dios, que es Amor trinitario, y en el encuentro, personal y comunitario, con Cristo que orienta y guía la vida: todo el resto es consecuencia -explicó-. Lo que es importante hoy, así como era el deseo de los Padres Conciliares, es que se vea que Dios está presente, nos concierne, nos responde. Y que, a su vez, cuando falta la fe en Dios, se desmorona todo lo que es esencial, porque el hombre pierde su dignidad profunda y es esto lo que torna grande su humanidad, contra todo reduccionismo».

 

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