lunes, 23 de diciembre de 2024
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El Santo Padre  reflexionó sobre el bien y el mal presentes en la Iglesia tras cincuenta años del Concilio Vaticano II

Ciudad del Vaticano (Sábado, 13-10-2012, Gaudium Press) El Santo Padre Benedicto XVI dirigió una histórica alocución improvisada en la que recordó el memorable «discurso de la luna» del 11 de octubre de 1962, cuando el Beato Juan XXIII anunció el camino de «aggionamento» que trazaría el Concilio Vaticano II. Como su predecesor, el Papa se dirigió a la multitud que llenaba la Plaza de San Pedro y que concluían una procesión nocturna iluminada con antorchas.

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Benedicto XVI conmemoró el famoso «discuso de la luna» del Beato Juan XXIII, cincuenta años después.

«Hace 50 años yo también estaba en esta plaza con la mirada vuelta a esta ventana donde se asomó el beato papa Juan XXIII y nos habló con palabras inolvidables, palabras llenas de poesía, de bondad, palabras del corazón», recordó emotivamente el Santo Padre Benedicto XVI. «Éramos felices y estábamos llenos de entusiasmo, el gran Concilio ecuménico estaba inaugurado».

Su Santidad describió cómo su generación celebró el acontecimiento, con la seguridad de una «nueva primavera de la Iglesia, un nuevo Pentecostés». Cincuenta años después, el Pontífice describió sus sentimientos: «También hoy estamos felices, llevamos alegría en nuestro corazón pero diría una alegría quizá más sobria, una alegría humilde».

«En estos cincuenta años hemos aprendido y experimentado que el pecado original existe y se traduce siempre y de nuevo en pecados personales que pueden incluso convertirse en estructuras de pecado», expresó con pesar el Santo Padre.

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Miles de fieles llenaron la Plaza de San Pedro y escucharon atentamente la reflexión del Santo Padre.

Con referencia al camino recorrido por la Iglesia en estos cincuenta años, Benedicto XVI reflexionó sobre las pruebas y adversidades de este tiempo. «Hemos visto que, en el campo del Señor hay cada vez más cizaña, hemos visto que en la red de Pedro hay también peces malos, hemos visto que la fragilidad humana está presente también en la Iglesia, que la nave de la Iglesia está navegando también con viento contrario, con tempestades que amenazan la nave y algunas veces hemos pensado: el Señor duerme y nos ha olvidado»

«Esta es una parte de la experiencia hecha en estos 50 años», dijo el Santo Padre, quien la comparó con las luces y el bien presentes en la Iglesia. «Hemos tenido también nueva experiencia de la presencia del Señor, de su bondad, de su fuerza: el fuego del Espíritu Santo, el fuego de Cristo no es un fuego devorador ni destructivo, es un fuego silencioso, es una pequeña llama de bondad y de verdad que transforma, da luz y calor».

Benedicto XVI renovó el llamado a la esperanza cristiana: «Hemos visto que el Señor no nos olvida, incluso hoy a su modo humilde, el Señor está presente y da calor a los corazones, muestra vida, crea carismas de bondad y de caridad que iluminan el mundo y son para nosotros garantía de la bondad de Dios.

«¡Sí, Cristo vive!», exclamó el Santo Padre, «está con nosotros también hoy y podemos ser felices también hoy porque su bondad no se ha apagado, y es fuerte también hoy». Su Santidad concluyó su alocución con el cálido gesto del Beato Juan XXIII: «Al final me atrevo a hacer mías las palabras inolvidables del papa Juan: id a casa, dad un beso a los niños y decid que es del Papa. En este sentido, y de todo corazón, imparto mi bendición». Tras decir estas palabras, el Santo Padre se retiró a descansar en medio de los fuertes aplausos de una multitud visiblemente conmovida.

Con información de Zenit.

 

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