Redacción (Jueves, 01-11-2012, Gaudium Press) Como nos enseña la teología, todo lo que Dios hace es perfecto. Pero, para entender con profundidad su obrar durante la Historia, nos es necesario, sobre todo, por ser criaturas racionales, algunas suposiciones que tornan más fácil percibir la sabiduría y poder de Dios en el transcurso de ella. Por eso, para comprender acerca del misterio de la Encarnación, presentamos algunas razones dadas sabiamente por la Doctrina Católica, para así amar esta importante y magnífica obra de Dios entre los hombres.
Dios, por su supremo poder, podría perdonar el pecado del hombre por un simple deseo suyo, sin exigir ninguna reparación, pues es el ofendido y no tiene sobre sí ningún superior a quien deba dar cuenta de sus actos. Siendo el supremo Juez, puede hacerlo con misericordia sin contradecir la justicia, pues aquella sería el complemento y plenitud de ésta. Es lo que enseña el Doctor Angélico:
«Si hubiese querido liberar al hombre del pecado sin satisfacción, no habría procedido en contra de la justicia. No puede perdonar la culpa o la pena, respetando la justicia, aquel juez que está obligado a castigar la culpa cometida contra otro, sea contra otro nombre, sea contra la comunidad entera o contra un gobernante superior. Pero Dios no posee ningún superior, sino que Él mismo es el bien supremo y común de todo el universo. Y por eso, se perdona un pecado que tiene razón de culpa porque se comete contra Él, a nadie hace injuria, como el hombre que perdona una ofensa contra él, sin que sea hecha la satisfacción, obra misericordiosamente, y no injustamente. Y, por este motivo, David, cuando pedía misericordia, decía en el Sal 50, 6: Solamente contra ti pequé». 1
Por tanto, cuando Dios actúa con misericordia, no contradice su justicia, sino que hace algo que está por encima de la justicia, por eso se dice: «La misericordia triunfa sobre el juicio» (St 2, 13). Analizada bajo este punto, se concluye que no habría ninguna necesidad de la encarnación, una vez que la falta puede ser reparada por un simple acto de misericordia. Ella fue realizada por la suprema voluntad de Dios.
Conveniencia de la Encarnación
Ahora, cuando nuestros primeros padres pecaron, se abrió entre los hombres y Dios un abismo infinito, siendo imposible, por parte del hombre, una reparación de justicia estricta. Podría Dios exigir del hombre una reparación de justicia imperfecta, o sea, mostrándole lo que debía ofrecerle en reparación. Tampoco, nada de eso satisfaría y estaría a la altura de la deuda. De este modo, para salvar, en sentido de justicia estricta, esta distancia infinita entre nosotros y Dios y pagar completamente la deuda, fue conveniente que el Hombre-Dios se encarnase. 2 La encarnación del Verbo, por tanto, considerada en sí misma, fue convenientísima. Entretanto, hay también otras dos razones principales, según Royo Marín: por la naturaleza misma de Dios, pues siendo el Sumo Bien le conviene comunicarse en sumo grado. Eso solo podría realizar encarnándose y asumiendo una naturaleza humana. 3 La segunda razón es para que Dios, realizando la encarnación, manifestase sus atributos divinos:
a) LA INFINITA BONDAD DE DIOS, que no depreció la debilidad de nuestra pobre naturaleza.
b) SU INFINITA MISERICORDIA, ya que pudo remediar nuestra miseria sin necesidad de tomarla sobre sí.
c) SU INFINITA JUSTICIA, que exigió hasta la última gota de sangre de Cristo para el rescate de la humanidad pecadora.
d) SU INFINITA SABIDURÍA, que supo encontrar una solución admirable al difícil problema de concordar la misericordia con la justicia.
e) SU INFINITO PODER, ya que es imposible realizar una obra mayor que la encarnación del Verbo, que juntó en una sola persona lo finito con lo infinito, que se distancian entre sí infinitamente.
Queriendo Dios manifestar sus divinos atributos, quiere tornarnos manifiesto todo su amor por nosotros y toda su bienquerencia de manera ilimitada. 4
«El Verbo se hizo carne para que, así, conociésemos el amor de Dios: «En esto se manifestó el amor de Dios por nosotros: Dios envió a su Hijo Único al mundo para que vivamos por Él» (1 Jn 4, 9). «Pues Dios amó tanto al mundo, que dio a su Hijo Único, a fin de que todo el que crea en él no perezca, sino tenga la Vida Eterna» (Jn 3, 16). El Verbo se hizo carne para ser nuestro modelo de santidad ?Catecismos de la Iglesia, 458 – 459?».
Él quiso mostrar cómo es este modelo, Él quiso traernos un tipo humano nuevo. Se manifestó como la suprema figura de santidad. Por eso Él mismo afirmó: «Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto», y después, «Yo y el Padre somos uno, quien me ve a mí ve al Padre». Por tanto, mirando, imitándolo a Él, vemos la perfección y la santidad del Padre. Fue de hecho, conveniente que Él se encarnase: para poder tener, por así decir, un padrón de santidad que imitar.
Manifestación de poder y bondad por la misericordia
Santo Tomás y otros tomistas también afirman que el motivo de la Encarnación fue, sobre todo, un motivo de misericordia, para salvar a la humanidad caída. Él se encarnó con el objetivo de darse a los pecadores. Encontramos numerosos testigos que dan base a esta opinión. El propio Nuestro Señor Jesucristo dice a San Lucas: «El Hijo del hombre vino a buscar y salvar lo que estaba perdido» (Lc 19, 10). También nos afirma San Juan: «Pues Dios no envió el Hijo al mundo para condenarlo, sino para que el mundo sea salvado por él» (Jn 3, 17). Y agrega en su primera epístola: «Él nos amó y envió a su Hijo, como propiciación de nuestros pecados» (1 Jo 4, 10).
Por otra parte, el propio nombre de Jesús significa su misión entre nosotros: la de Salvador. Nuestro Señor vino como Salvador y Redentor, más que Rey y Profeta, si bien sea ambos. Pero, dentro del plan del pecado, Él vino, sobre todo, con las características de Salvador y Redentor. Fuera del plan del pecado vendría como Rey, Profeta, etc. Él vino a nosotros como víctima expiatoria por nuestros pecados. 5
San Juan Crisóstomo dice bellamente que, «la Encarnación no tiene otra causa que ésta: Dios nos vio caídos en la bajeza, oprimidos por la tiranía de la muerte y tuvo misericordia». 6 Fue por causa del pecado que nosotros tuvimos un Redentor, pues la misericordia inclina lo superior a lo inferior. Él se inclina a nosotros, para levantarnos hasta Él.
Con eso, el Verbo hecho carne pudo ofrecer en reparación al Padre, un acto de amor de un valor sin límites. «Así, la misericordia divina, lejos de subordinar el Verbo encarnado a nosotros, es la más alta manifestación del Poder de Dios y de su Bondad. Canta la gloria de Dios más que todas las estrellas del firmamento». 7 La Redención trajo esta manifestación.
Reparación y salvación
La Encarnación era, así, la fuente de gracias más fecunda para salvarnos, tal como era necesario para que la reparación perfecta de la ofensa fuese hecha a Dios. Ninguna intervención divina podría salvarnos mejor del mal. Por la Encarnación fuimos arrancados del mal e impulsados al bien.
¡Qué confianza nos inspiraría el misterio de la encarnación, si nos esforzásemos por estudiarlo de manera más profunda!…
Considerando la Encarnación por parte de Dios, que se inclina a darse lo más posible a nosotros, debe precisamente nacer en nuestras almas una confianza ilimitada no solo en el auxilio de la gracia, sino en su propia fuente, que es Nuestro Señor Jesucristo.
Nos resta, en fin, considerar la exaltación de nuestra naturaleza por la Redención y estar siempre conscientes de eso, con la obligación de despreciar el rebajamiento de sí mismo por el pecado. Como dice San Pedro: «hemos entrado en la posesión de las mayores y más preciosas promesas, a fin de tornaros por este medio participantes de la naturaleza divina, substrayéndolos a la corrupción que la concupiscencia generó en el mundo» (2 Pd 1, 4).
«La encarnación del Verbo fortifica, así, grandemente, nuestra fe, nuestra esperanza, nuestra caridad, nos da el ejemplo de todas las virtudes y, sobre todo, es el principio, en la santísima alma de Jesús, de un acto de amor redentor, que agrada más a Dios que lo que todos los pecados pueden desagradarle. […]. Verdaderamente, podemos, con una profunda gratitud, decir como San Pablo: ‘Pero Dios, que es rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, y estando nosotros muertos por nuestros delitos, nos dio vida por Cristo, por cuya gracia habéis sido salvados’. Esa gracia es el germen de la gloria; roguemos para perseverar en ella y por ella, para que verdaderamente sea en nosotros la vida eterna comenzada».8
Por Caroline Fugiyama Nunes
1″Ille enim iudex non potest, salva iustitia, culpam sine poena dimittere, qui habet punire culpam in alium commissam, puta vel in alium hominem, vel in totam rempublicam, sive in superiorem principem. Sed Deus non habet aliquem superiorem, sed ipse supremum et commune bonum totius universi. et ideo, si dimittat peccatum, quod habet rationem culpae, ex eo quod contra ipsum committitur, nulli facit iniuriam; sicut quicumque homo remittit offensam in se commissam absque satisfactione, misericorditer et non iniuste agit. et ideo David, misericordiam petens, dicebat (ps.L, 6): Tibi soli peccavi» (SANTO TOMÁS DE AQUINO. Summa Theologiae. III, q. 46, a. 2. ad 3).
2 Cf. ROYO MARÍN, Antonio. Jesucristo y la vida cristiana. Op. cit. p. 30.
3 Ibid. p. 25-26.
4 Ibid. p. 26. Tradução da autora
5 GARRIGOU-LAGRANGE, Réginald. El Salvador y su amor por nosotros. Trad. José Antonio Millán. Madrid: Rialp, 1977. p. 174.
6 SÃO JOÃO CRISÓSTOMO, apud CLÁ DIAS, João Scognamiglio. O Filho de Deus se fez Homem: Curso de Formação. São Paulo: 21 ago. 2002. (Archivo IFTE).
7 GARRIGOU-LAGRANGE, Réginald. Op. cit. p. 179.
8 (Ibid. p. 170).
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