Redacción (Martes, 06-11-2012, Gaudium Press)
Una iglesia para San José
No obstante, un santo anhelo abrasaba el alma del humilde portero. Ansiaba construir cerca del colegio, en Mont-Royal, una iglesia en honor a su protector. Pero el objetivo era muy osado…
Placas conmemorativas y exvotos son testigos de las numerosas curaciones ocurridas en el primer oratorio, donde San Andrés recibía diariamente entre 200 y 400 personas |
Cierto día, un religioso de su comunidad le contó que la imagen de San José que tenía en su celda parecía que se había girado sola en dirección a ese monte. Exultante, el Hno. Andrés reconoció en ese hecho la esperada señal de la Providencia para comenzar la realización de su deseo, y sembró de medallitas el lugar anhelado.
En 1896 la Congregación de la Santa Cruz adquirió aquel terreno con el fin de evitar al colegio una mala vecindad. El Hno. Andrés obtuvo autorización para poner una imagen de San José en la gruta que allí existía y las peregrinaciones no tardaron en comenzar. Miles y miles de personas iban a visitarla.
Tras ahorrar doscientos dólares, a partir de los cortes de pelo de los alumnos del colegio, a cinco centavos cada uno, fue posible levantar una pequeña capilla. También empezó a conseguir limosnas en el «platito de ofrendas» depositado a los pies del santo, y hasta de Estados Unidos llegaban donativos.
En 1904 fue erigido el pequeño Oratorio de San José, compuesto por una capilla un poco más grande y un despacho, que el Hno. Andrés ocupó como residencia. Trece años después el edificio fue ampliado, de manera a albergar a mil personas sentadas, que enseguida se quedó pequeño por la gran afluencia de gente que allí concurría.
La construcción de la actual basílica -la iglesia más grande de Canadá- empezó en 1924. Ocho años más tarde se hizo necesario pararla por falta de medios, como consecuencia de la crisis económica por la que atravesaba el país. Sin afligirse, el Hno. Andrés puso una imagen de San José en el interior del edificio inacabado, diciendo:
– Si él desea un techo sobre su cabeza, el techo vendrá.
Dos meses después se reiniciaban las obras…
Cabe mencionar que, aun cuando el Hno. Andrés considerase un deber llevar adelante esa construcción, sólo le dedicaba el tiempo permitido por la obediencia, sin dejar de cumplir sus funciones.
Ministerio de amorosa oblación
El día a día de aquel humilde portero estaba todo tomado por un ministerio de amorosa oblación.
Empezaba la jornada ayudando en dos Misas, y a las ocho de la mañana abría la puerta a los visitantes. En el pequeño despacho, el que le servía de celda, recibía cotidianamente entre 200 y 400 personas, llegando a veces a 700.
Los que iban al encuentro del Hno. Andrés en busca de sensacionalismo salían decepcionados. Sus consejos eran sencillos y sensatos, procurando la curación de las almas más que el alivio de los males corporales.
Tres millones de peregrinos visitan anualmente el Santuario de Mont-Royal. En las fotos: fieles venerando la tumba de San Andrés, encendiendo algunas de las 10.000 lamparitas de la capilla votiva o dando testimonio de gracias recibidas |
Algunas veces se limitaba a ayudar a la gente a que aceptara la voluntad divina. «Dios tendrá una eternidad para consolarte de los sufrimientos que padeces aquí», 5 les decía.
Animaba también a la Confesión frecuente y a la Comunión diaria, garantizándoles que Jesús no rechaza nada a quien lo hospeda en su corazón.
Y comentaba: «Qué cosa curiosa: recibo numerosos pedidos de curaciones, pero raramente alguien me pide la virtud de la humildad o el espíritu de fe». 6
Con las personas apartadas de la práctica religiosa por flaqueza o por ignorancia demostraba ilimitada compasión. Les contaba de un modo conmovedor la parábola del hijo pródigo y concluía: » Comme le bon Dieu est bon -¡Qué bueno es Dios!». Pero cortaba de raíz las actitudes de rebeldía y mala fe: «¿Es que acaso Dios te debe algo? Si así lo piensas, puedes arreglártelas con Él». 7
El precio con el que compraba el alivio y la conversión de esas almas era muy alto. Al final de la jornada, incluso consumido por la indisposición y el cansancio, aún hacía un pausado Vía Crucis en la capilla y, a continuación, arrodillado durante horas rezaba con los brazos abiertos en forma de cruz. Su cama permanecía muchas veces intacta durante toda la noche.
Y cuando un hermano de hábito le imploró que durmiese, ofreciendo su sueño como una oración, le respondió con gravedad: «Si supieses el estado de aquellos que me piden oraciones, no me harías tal sugerencia». 8
Primeros frutos póstumos
Los fieles amaban a aquel buen anciano de cabellos blancos y le pedían que no los dejase. Pero al cumplir los 92 años la muerte ya se acercaba y él les consolaba amablemente afirmando que si alguien puede hacer el bien en la Tierra, más aún lo podrá hacer en el Cielo.
El 6 de enero de 1937 la triste noticia era publicada con destaque en los periódicos más importantes de Montreal: «Ha muerto el Hermano Andrés». Enfrentando la nieve y el hielo, una verdadera multitud empezó a desplazarse hacia Mont-Royal para despedirse de su taumaturgo.
Llegaban en avión, en tren, en cualquier medio de locomoción. La muchedumbre -tomada de devoción y piedad- había desbordado el Oratorio de San José y los confesionarios se llenaban de penitentes. Se calcula que un millón de personas subieron el serpenteante camino del santuario para despedirse de aquel cuya única ambición había sido servir a Dios en el más completo desapego de la vida religiosa.
Eran los primeros frutos póstumos de este sencillo hermano laico que, el 17 de este mes, será el primer santo de su Congregación, así como el primer varón nacido en Canadá que es elevado a la honra de los altares.
* * *
El Hno. Andrés no llegó a ver terminado el gran santuario, concluido sólo a finales de la década de los 60, como tampoco vio la realización de otro de sus deseos: poner un gran Vía Crucis a las afueras de la iglesia, para fomentar la devoción a la Pasión del Redentor.
Es imposible no sentir su presencia en cada una de las dependencias de este impresionante templo, que atrae anualmente a tres millones de peregrinos que dan testimonio del poder de intercesión del Patrono de la Iglesia Universal. Nada más llegar, una gran imagen de San José, esculpida en piedra, recibe a los visitantes en la escalinata central. Una inscripción de tres palabras, colocada en su base, da la bienvenida, evocando la sabiduría sencilla y piadosa de aquel hermanito que yace en la cripta: » Ite ad Joseph -Id hacia José».
Por la Hna. Elizabeth Verónica MacDonald, EP
_____
5 TREECE, Patricia. Nothing Short of a Miracle . New York: Doubleday, 1988, p. 74
6 O’MALLEY, Vincent. Saints of North America. Huntington (IN): Our Sunday Visitor, 2004, p. 26
7 KNOWLES, Leo. Modern Heroes of the Church . Huntington (IN): Our Sunday Visitor, 2003, p. 82
8 TREECE, op. cit., p. 75
Deje su Comentario