Redacción (Jueves, 15-11-2012, Gaudium Press) Estamos al inicio del S. XX, y la obra misionera fundada por la Beata Madre Laura Montoya, las Misioneras de María Inmaculada y Santa Catalina de Siena, va dilatándose increíblemente, aunque con dificultades, ya que algunos de sus hermanos sacerdotes que misionaban cerca de ella le tenían envidia, y hablaban mal de ella y su obra. Como dice el adagio «no hay peor cuña que la del mismo palo».
A distancia Mons. Crespo, Obispo de Medellín, las defendía. Habiendo conocido que existían dificultades para la aprobación de las Constituciones de la nueva orden -que estaban en manos del Nuncio Apostólico Mons. Vicentini para su aprobación- le envía un recado a la Madre Laura para que viaje cuanto antes a Bogotá a entrevistarse con el representante del Papa, pues tenía recelos de ciertas anotaciones negativas colocadas por el Prefecto de Urabá, Mons. Arteaga -miembro de una respetable Orden religiosa-, en el proyecto de las Constituciones. Sucede que este religioso trabajaba muy cerca de ella, la confesaba y aparentemente le brindaba su apoyo, y, sin decirle nada, la había criticado duramente en el texto aludido.
Es así que nuestra Beata viaja inmediatamente inmediatamente a Bogotá donde es recibida por las Terciarias Dominicas, y por medio de la Srta. Teresa Uribe, su muy buena amiga, es presentada e introducida en los mejores círculos bogotanos. Pasaba durante el día en la alta sociedad y por la noche tirita «de frío y llena de lástima del gran mundo que tanto se cansa para recoger tan poco» [1].
Estando con el Señor Nuncio se percató la religiosa efectivamente de las graves anotaciones hechas en las Constituciones por el Prefecto Mons. Arteaga, con quien había estado codo a codo en las misiones en el Chocó y en el Itsmo, al nororiente de Colombia. Las acusaciones eran que la Madre Laura y sus hijas religiosas gustaban de vivir sin sacramentos, que sólo las superioras se convierten en regla viva y que el sacerdote no tenía papel importante, que el gobierno de la Madre Laura era despótico y absoluto porque no consultaba a nadie. Que ella publicaba cartas por vanidad, que todo su espíritu misionero estaba movido por vanidad y que realizaba excursiones peligrosas. Su sorpresa no fue pequeña por lo infundado de las acusaciones y sobre todo por proceder de quien venían.
A pesar de que la Madre Laura las rebatió el Nuncio le dijo: «Como ve los cargos son terribles y no puede negarlos porque el señor Arteaga no miente. Además él tiene toda la confianza de la Santa Sede y advierta una vez por todas, que esa obra caerá porque se ha levantado sobre la vanidad».
«Yo soy una triste mujer y tiene todo para desconfiar de mí -le dijo la Madre Laura, pero son tantos los frutos extraordinarios para las almas de nuestras misiones, con prodigios y milagros que eso de sí desmienten las acusaciones». «Vuelva mañana y tráigame escritos esos prodigios» le dice Mons. Vicentini. Y así volvió a la Nunciatura día tras día, mientras el representante del Santo Padre, analizaba, y juzgaba dándose cuenta que la realidad era otra.
Un sacerdote del colegio San Bartolomé le dijo para animarla: «Le felicito porque lo mismo le pasó a San Ignacio y la obra que así se combate es de Dios».
«Me atreví a decirle al Nuncio -narra la Madre Laura, que todas esas anotaciones eran producto de las falsedades de algunos hermanos sacerdotes que compartían las misiones en sus mismos lugares, con la diferencia que ellas llegaban más lejos que llegaban los otros y que los únicos testigos eran los indios, a los cuales ellas se dedicaban y el P. Elías de la misma orden de los acusadores».
En esas penosas circunstancias la va a visitar el P. Ezequiel Villarroya, un sacerdote que según palabras de la Madre Laura era un hombre todo de Dios, sin doblez. Le comentó que «él había sido comisionado por el Nuncio para hacer un examen de las Constituciones y que no quería concluir su informe sin hablar con ella, porque estando él visitando el Chamí-Chocó los indígenas le recordaban con mucho afecto a Ud Madre». «Ese buen Padre me llenó de fortaleza, en medio de la gran prueba que me encontraba», comenta ella.
«Entre estos contactos sentí que el Nuncio quería aclarar la verdad porque era imposible que el señor Arteaga quedara mal y sentía pena de condenar la obra».
La obra de la Madre Laura en Bogotá
La mano benéfica de la Providencia hizo que durante su estadía en Bogotá, la Madre Laura estuviese en reuniones mostrando su obra a la alta sociedad, quedándole poco tiempo para otra cosa. Eran conferencias en noviciados, familias, instituciones. Pero no podía hacer notar la preocupación por la cual estaba pasando, a milímetros de no ser aprobada la obra y censurada.
En esos días recibió la visita del Padre Elías que le dijo: «sepa que mis hermanos religiosos no quedarán tranquilos hasta que no estrellen la Congregación, pues por más que ven que es obra de Dios, ellos están ciegos. Pero como Dios la ama mucho, antes permitirá que ellos se estrellen y de allí vendrá el descrédito». Y se ofreció para ir a hablar con el Nuncio y aclarar la situación. Esta fue una consoladora entrevista.
Con mucha humildad y sin gota de resentimiento estando con el Nuncio, «me confesé acusándome de mis pecados y maldades, para que él no se sintiera engañado», cuenta la Madre Laura. Es increíble como los santos se sienten pecadores, mientras los no santos se creen santos.
En este intervalo apareció una señorita llamada Paulina Perdomo que al verla por las calles de Bogotá tomar un bus, quedó ‘y quiso acompañarla a como diera lugar; llegó hasta hablar con el Nuncio para que la autorizase a irse con la Madre Laura a las misiones, lo que consiguió. Ese hecho le dio elementos a la Madre Laura para intuir que la autoridad estaba cambiando de óptica sobre las religiosas. Paulina perseveró fiel como misionera en el Vaupés, porque se trataba de una vocación verdadera. Días después aparecieron otras candidatas que viajaron también con ella. Es increíble como Dios de los aparentes males acaba sacando grandes bienes.
Las reuniones explicativas de la acción misionera se expandían por todos los salones destacados de Bogotá, a veces había tres salones repletos de gente esperándola. Qué paradoja, todo el mundo la admiraba, la quería apoyar y por otro lado, las perseguían sus hermanos religiosos creando dudas. En esa paradoja propias de las almas virtuosas ella comenta: «¡Sin sufrir qué oscura es la vida y qué insípido el trabajo! ¡No me faltes nunca Dios del alma con el venturoso dolor que sabe hacer el alma ligera como un balso, para ir nadando por encima de las cosas humanas!».
El auge fue cuando llegó a dar una conferencia en Cinerama, un lugar muy conocido para grandes presentaciones: cientos de personas se dieron cita para escucharla y conocer a esta heroína misionera, verdadero modelo de la colombiana auténtica, llena de fe, con gran confianza en Dios, valiente, decidida, llena de bondad, sin resentimiento y con mucha calma. Se encontraban muchos sacerdotes presentes y se reservaba un lugar prestigioso para el Nuncio Apostólico, quien había anunciado que iría.
Antes de realizarse la conferencia, la Madre Laura se sintió incompetente, por humildad, y quiso huir, pero el Nuncio le mandó que fuese por obediencia, porque se había dado cuenta de la autenticidad y virtud de la religiosa. Habló 70 minutos, fue aplaudida, a pesar de estar con fiebre y con problemas en la garganta. No preparó lo que iba hablar, para que fuese el Espíritu Santo quien lo hiciera. Fue un suceso y el ambiente religioso estaba ya de su lado, las cosas habían cambiado substancialmente, ¡pasando claro está, por sustos y dolores del alma increíbles!
Acabada la conferencia, en plena honda de aceptación y de gloria, al día siguiente a primera hora se esfumó y viajó para Antioquia, más tranquila, viendo que el peligro había pasado. Y para no quedar envuelta en el humo del incienso de la gente, se escapó. Puso en práctica esa frase bella del Evangelio: para que te sirve ganar el mundo si al final puedes perder tu alma. Las glorias de éste mundo pasan rápido… ella volvió a su trinchera apostólica, junto a los indígenas, los más necesitados, y su fundación seguía su curso.
Días antes de viajar, estuvo con el Padre Campoamor S.J., quien le comentó que él no estuvo de acuerdo en lo que llegó a hacer Mons. Arteaga, de llevar otras para reemplazar a las Misioneras «Lauritas» en Urabá, a espaldas de la Madre Laura. Era otra confirmación del accionar de éste, su hermano religioso.
El santo es aquel que tiene virtudes heroicas, y eso se palpa en estos acontecimientos que narramos, el heroísmo de la confianza en Dios. Y los fundadores son unos mártires de su propia fundación, sufren para atraer gracias para toda la existencia de su Orden a lo largo de los siglos.
Por Gustavo Ponce
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[1] Todas las citas son tomadas de la AUTOBIOGRAFIA DE LA BEATA LAURA MONTOYA. Historia de las misericordias de Dios en un alma. 4ta. Edición, Congregación de Misioneras de Maróa Inmaculada. Medellín. 2008.
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