Redacción (Miércoles, 21-11-2012, Gaudium Press) Continuamos con el artículo sobre los salmos de la Escritura, y específicamente los llamados ‘salmos penitenciales’, su caracter de pedido de perdón y de súplica de la benevolencia divina inmerecida:
Modos de alabar a Dios
En efecto, se nota en todos los salmos un tema frecuente: es que fueron escritos de forma poética con la intención de alabar y reverenciar a Dios, mostrando al hombre el modo en que el Altísimo obra y actua a lo largo de toda la Historia – sea por medio de premios o castigos -, desde el momento de la Creación, e incluso en la vida cotidiana de todos los pobres mortales. En algunos salmos, encontramos especialmente una nota de súplica por alguna catástrofe que está por realizarse, y que se ruega a Dios para que no se concretice; ya en otros, el tono es de acción de gracias por un beneficio recibido… Podemos destacar, entre tantos y tantos otros modos con los cuales los salmos fueron escritos, aquellos salmos que alaban especialmente la majestad de Dios, como el salmo 113 (1-4): «Alabad, oh siervos del Señor, alabad el nombre del Señor. Bendito sea el nombre del Señor, ahora y para siempre. Desde el nacimiento a la puesta del sol, sea alabado el nombre del Señor. El Señor es excelso sobre todos los pueblos, su gloria sobrepasa la altura de los cielos». O entonces, aquellos que poseen un carácter litúrgico, que eran utilizados en las fiestas del antiguo Israel y en las peregrinaciones a Jerusalén: «Que alegría cuando me dijeron: Vamos a la casa del Señor… Ya están pisando nuestros pies tus umbrales, oh Jerusalén!» (Sl 122, 1-2).
Hay, también, algunos salmos que contienen – de modo singular – un pedido de perdón… Poseen un carácter de arrepentimiento, contrición y sacrificio, en los cuales se presenta nítidamente el rigor de la Divina Justicia hacia el pecador empedernido en sus faltas -y a los cuales bien podemos comparar a las terribles catástrofes de la naturaleza… Son, justamente, los salmos que la piedad católica denominó como Penitenciales.
Clamorosos pedidos de perdón
Son denominados Salmos Penitenciales los que la Vulgata enumera como siendo los salmos 6, 31, 37, 50, 101, 129 y 142. Dichos salmos poseen, más que los demás, sentimientos de penitencia, con los cuales el Salmista comprueba la gravedad de su pecado y ruega a Dios el perdón inmerecido… Vemos claramente en estos siete salmos la Majestad Divina que es insultada con la torpeza del pecado. Y ‘pari-passu’ a esto verificamos el verdadero -y cuán pungente- ejemplo del Salmista, que se arrepiente enteramente de la mala acción cometida, e implora a Dios indulgencia hacia sus delitos. A partir de esta actitud de contrición, nace otra súplica: ¡la de que Dios aplaque su Santa ira, y considerando la Infinita Bondad Divina, ruega al Salmista que Dios ablande el castigo!
Desde tiempos inmemoriales adoptó la Santa Iglesia a estos siete salmos para utilizarlos como una «fuente penitencial», y por medio de ellos inculcar en los fieles el verdadero espíritu del arrepentimiento de los pecados, y, de este modo, hacer que todos se penitencien de sus faltas. El resultado es que dichos salmos figuran en varios momentos en la vida de la Iglesia, sea en el Oficio Divino, sea en la Sagrada Liturgia, tanto en la recitación diaria y silenciosa, como en el cántico en coro… Orígenes afirmaba que el motivo que llevó a la Iglesia a elegir siete salmos penitenciales equivalía a siete modos por los cuales se adquiere el perdón de los pecados, que serían: por medio del bautismo, del martirio, por las limosnas, perdonando los pecados ajenos, convirtiendo al prójimo, por la efusión de la caridad, y por último, por la propia penitencia.
Por el Diac. Felipe Isaac Paschoal Rocha, EP
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