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María Santísima: El arcoíris de la esperanza

Redacción (Viernes, 23-11-2012, Gaudium Press) Después de una fuerte lluvia en una pequeña ciudad del interior, donde no había rascacielos que obstaculizasen ver el horizonte, me deparé con un lindo arcoíris. Maravillada, recordé la historia de Noé y de la sorprendente afirmación que oí en tiempos pasados en una clase de catecismo: el arcoíris surgido en el cielo después del diluvio fue una pre-figura de Nuestra Señora. Recordemos un poco la historia narrada por el Génesis, para comprender mejor tan bello simbolismo.

En aquel tiempo, «el Señor vio que la maldad de los hombres era grande en la Tierra (…) Entonces Dios dijo a Noé: Haced para ti un arca de madera resinosa (…) Haré caer el diluvio sobre la Tierra (…) Todo lo que está sobre la Tierra morirá. Pero haré alianza contigo: entrarás en el arca con tus hijos, tu mujer, y las mujeres de tus hijos. De todo lo que vive, de cada especie de animales harás entrar en el arca dos, macho y hembra, para que vivan contigo».

1.jpg«El diluvio cayó sobre la Tierra durante cuarenta días. (…) Las aguas inundaron todo con violencia, y cubrieron toda la Tierra, y el arca flotaba en la superficie de las aguas. (…) Las aguas cubrieron todos los altos montes. (…) Ellas cubrieron la Tierra por el espacio de ciento cincuenta días.» Después del diluvio, dijo también Dios a Noé: «Hago esta alianza con vosotros: ninguna criatura será más destruida por las aguas del diluvio (…) Pongo mi arco en las nubes, para que él sea la señal de la alianza entre mí y la Tierra».

Transcurridos algunos milenios, al estar el corazón de los hombres dirigiéndose nuevamente hacia el mal y llegada la hora de misericordia prevista por los profetas, Dios envió a su propio Hijo para sacar a la humanidad del diluvio de iniquidad que inundaba la Tierra, e invitar a los hombres a en la nueva arca. No en un arca material, construida por manos humanas, pero sí, en el arca por excelencia: la Santa Iglesia edificada por el propio Hijo de Dios hecho Hombre. Y para protegernos y mantener una estrecha alianza con nosotros, nos envió también un arcoíris. Pero… ¿qué arcoíris? No un mero fenómeno natural mostrando siete colores, sino un arcoíris vivo: María, la Madre de Dios, Aquella en la cual los siete dones del Espíritu Santo brillan con inigualable magnificencia.

He aquí lo que, en el siglo XIV, Nuestra Señora, dirigiéndose a Santa Brígida, afirmó:

«Yo me extiendo sobre el mundo en continua oración, así como sobre las nubes está el arcoíris, que parece dirigirse a la Tierra y tocarla con sus extremidades. Este arcoíris, soy yo misma que, por mis preces, me bajo y me apoyo sobre los buenos y los malos habitantes de la Tierra. Me inclino sobre los buenos para ayudarlos a permanecer fieles y devotos en la observancia de los preceptos de la Iglesia; y sobre los malos, para impedirlos de ir adelante en su malicia y se tornen peores».

San Bernardino de Siena, ilustrando su discurso sobre el Santo Nombre de María, comenta: «María une y concilia la Iglesia Triunfante a la Iglesia Militante. Su nacimiento anuncia que, de ahora en adelante, existirá la paz entre el Cielo y la Tierra. Ella es el arcoíris dado por el Señor a Noé en señal de alianza, y como garantía de que el género humano no será más destruido. ¿Y por qué? Porque es Ella que trajo a la luz Aquel que es nuestra paz».

¡Cuánta consolación, cuánta esperanza nos evocan esas palabras! En este mundo, en que somos peregrinos, sufrimientos, tentaciones y perplejidades son inherentes a nuestra vida. Con todo, en medio de los dolores y aflicciones, siempre vislumbramos la esperanzadora figura de un incomparable arcoíris: ¡María Santísima! Es Ella quien nos guía en nuestra peregrinación rumbo a la Patria Celestial, ayudándonos en todas nuestras necesidades y envolviéndonos con su maternal, constante e infatigable amor.

«El arcoíris alegra la Tierra y le proporciona una lluvia abundante y benéfica. Del mismo modo, María consuela a los débiles, llenando de júbilo a los afligidos e inundando copiosamente los áridos corazones de los pecadores, por la fecunda lluvia de gracia», comenta el P. Jourdain en su obra dedicada a las grandezas de María.

Confiados y extremamente gratos por tan insondable protección, busquemos amarla, honrarla, invocarla y servirla a cada momento de nuestras vidas, propagando siempre una devoción piadosa y sincera a Ella, que es el único y verdadero Arcoíris que nos une a su Divino Hijo, el instrumento de alianza entre Dios y los hombres.

Por María Teresa Pinheiro Lisboa Miranda

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