Redacción (Miércoles, 28-11-2012, Gaudium Press) Desde los primeros tiempos los hombres buscan ansiosamente la verdad. Aunque muchas veces hayan llegado a conceptos comunes, no siempre concordaron en los criterios, y arriesgaron posiciones en un campo que parecía no transcender la semántica o incluso la lógica. Fue así que muchos filósofos griegos de la antigüedad comenzaron por buscar la verdad de cara a la falsedad, a la ilusión, y la apariencia. Aristóteles, por ejemplo, es uno de los intérpretes de esta tendencia: «Decir de que es lo que no es, o de lo que no es que es, es lo falso: decir de lo que es que es y de lo que no es que no es, es lo verdadero». 1 Incluso Platón no huyó mucho a esta concepción: «verdadero es el discurso que dice las cosas como son; falso es aquel que las dice como no son». 2 Sin embargo, esta perspectiva casi meramente lingüística y de correlación, nunca satisfizo plenamente al alma racional, carente de una verdad absoluta que iluminase todas las otras, y durante siglos la humanidad pareció andar a la deriva en un mar de incertezas…
¿Qué llevó desde siempre al hombre a la búsqueda de este absoluto? Al crearlo, Dios en él infundió una sed de infinito, una constante búsqueda de felicidad y verdad, tornándolo, por vocación, un ser religioso: «Anima naturaliter christiana» – escribía Tertuliano en su apología (n. 17). Juan Pablo II comenta a este respecto que el hombre puede ser definido como aquel que busca la verdad, no dejando nunca de ir a su persecución, aunque cierre los ojos para la realidad y busque fabricar su propia «verdad» subjetiva, inconsistente y contradictoria. 3 Entretanto, esta apenas le permitirá una felicidad transitoria e ilusoria y no poseerá la estabilidad y perennidad que gozan aquellos que buscan la felicidad en el Señor, pues apenas Él satisfará los deseos de su corazón (Cf. Sl 37, 4).
Al poseer en sí el deseo de sobrenatural, el hombre es así invitado a salir de sí mismo y tornarse pasible de aprender las verdades eternas. 4 Se cumple así un designio de Dios que quiere que «todos los hombres sean salvados y
lleguen al conocimiento de la verdad» (1Tm 2, 4).
«¿Quid est Veritas?» (Jo 18, 38) – cuestionaba Pilatos a Nuestro Señor. Estaba allí, frente a frente, el mundo Romano pagano, saturado de divinidades, y el propio Dios hecho carne, la desorientación y la duda filosófica del mundo antiguo delante el Camino y la Verdad, Aquel que con toda la propiedad afirmó: «Yo soy la luz del mundo» (Jn 8, 12). Nos explica el sentido más profundo de este encuentro y de esta pregunta de Pilatos, el historiador y pensador católico Dr. Plinio Corrêa de Oliveira:
El diálogo entre el paganismo decadente y una época que nacía en la Sangre de Cristo
El diálogo entre el pretor romano y la inocente víctima de su cobardía representa el diálogo entre una época que se extinguía, en los últimos destellos de una civilización decadente, y otra época que nacía en la sangre y en la aparente infamia de la Cruz, pero que, dentro de algunos siglos, florecería en una aurora suave de dulce victoria, trayendo a los hombres frenéticos el dulce lenitivo de una doctrina de salvación. 5
Para el cristiano, la Verdad absoluta, Dios, se encarnó y se hizo hombre (Cf. Jo 1, 14), posee un rostro – «Quien me ve, ve al Padre» (Jn 14, 9) – y un nombre, no habiendo debajo del cielo salvación en ningún otro (Cf. At. 4, 12): Jesús – el Camino, la Verdad y la Vida (Cf. Jo 14, 6). Esta es la gran novedad del cristianismo, un Dios personal que entra a la Historia, que «se hizo hombre para que el hombre se tornase Dios», 6 conforme expresión de San Agustín. ¿Y quién mejor que el Hijo para dar a conocer al Padre? (Cf. Jo 1, 18). Con efecto, escribió el entonces Cardenal Ratzinger acerca de este pasaje del Evangelio de San Juan:
«Las visiones de los grandes iluminados de la historia de la religión, no pasan de visiones a distancia, ‘en sombras e imágenes’. Solo Dios se conoce enteramente a Sí mismo. Solo Dios ve a Dios. Por eso, solo alguien que es Dios podía realmente traer nuevas sobre Dios […] todos los otros solo logran alcanzar a Dios a la distancia […], aunque puedan apuntar trozos de estrada, no son el Camino». 7
Apenas la Revelación podría traer una verdad plena que orientase a los hombres en su peregrinación terrenal y los llevase a un seguro conocimiento, tanto cuanto posible a su naturaleza limitada. Comenta Santo Tomás de Aquino que fue necesario Dios proponer al hombre aquello que excede su entendimiento; así, a través de las cosas más nobles y elevadas, que le perfeccionan el alma, alcanza por la Fe lo que no captaría por la razón. 8
Le tocó entonces al Hijo la comunicación de lo que recibió del Padre conforme el propio Jesús certifica en su oración sacerdotal: «Te di a conocer a los hombres que, del medio del mundo, me diste. […] Ahora saben que todo cuanto me diste viene de ti, pues las palabras que me transmitiste Yo las he transmitido» (Jn 17, 6-8). Jesús, Sabiduría eterna y encarnada, a través de argumentos convincentes, de Su presencia, y de la verdad de su doctrina e inspiración, se manifiesta visiblemente, y para confirmar la veracidad de aquello que excede el limitado conocimiento del alma racional, recurre a las obras que superan la facultad de toda la naturaleza – curas, milagros, resurrecciones… 9
Una vez que la verdad revelada no oprime al hombre, al contrario, lo ilumina y lo libera de la esclavitud del error, se torna una invitación a compartir, pues, ¿quién es aquel que deparándose y viviendo en conformidad con ella no la desea comunicar? Es de aquí que parte el espíritu misionero y evangelizador, no como una imposición que se hace a los pueblos, pues la verdad ordena y purifica una cultura, una nación, un pueblo. Conforme escribió Juan Pablo II:
«La misión no restringe la libertad, al contrario, la favorece. La Iglesia propone, no impone nada: respeta a las personas y las culturas, deteniéndose delante del sagrario de la consciencia. A los que se oponen con los más diversos pretextos a la actividad misionera, la Iglesia repite: ¡Abre las puertas a Cristo!» 10
Y es en este sentido que se presenta el misionero, portador de una verdad que «no se impone de otro modo sino por su propia fuerza», 11 que no es la suya, sino del propio Espíritu, que lo impulsa a dar gratis lo que gratuitamente recibió, en una dedicada entrega. Sea donde sea que el cristiano se presente, «no puede dejar de proclamar que Jesús vino a revelar el rostro de Dios, y merecer, por la cruz y resurrección, la salvación para todos los hombres». 12 Por otro lado, el mismo Paráclito «abre y dispone los corazones para la acogida de la verdad, según la conocida afirmación de Santo Tomás de Aquino: ‘omne verum a quocumque dicatur a Spiritu Sanctu est'». 13
También el filósofo y el teólogo, «a quien compete el deber de investigar los diversos aspectos de la verdad», 14 asumen una importancia enorme en nuestros días, donde tantos parecen desorientados, sumergidos en la confusión y en las apariencias de un mundo que busca «la estrada correcta para alcanzarla, y en ella encontrar reposo para su fatiga y también satisfacción espiritual». 15
Con mayor y aumentada responsabilidad, el teólogo es llamado a participar de la evangelización, a prestar un servicio en nombre de la Sabiduría, y de hacer brillar la luz de Verdad en toda la tierra. De acuerdo con Benedicto XVI, él no crea nuevas visiones del mundo y de la vida, sino que está al servicio de la verdad transmitida, al servicio del hecho real de Cristo, de la Cruz, de la Resurrección.
Su tarea es ayudarnos a comprender hoy, según las antiguas palabras, la realidad del «Dios con nosotros», por tanto la realidad de la verdadera vida. 16
A través de la fidelidad a esta misión que le es confiada, desde que caminando en las vías de la ortodoxia, recurriendo a la Palabra de Dios, y filialmente sujeto a la autoridad eclesiástica y al depósito de la Fe, el teólogo contribuirá para liberar al hombre de tantos errores y relativismos que rabian a la sociedad contemporánea.
Pedimos, pues, al Espíritu Santo, para que todos los que están empeñados en la Evangelización posean siempre delante de sí las palabras de Jesús que invitan al discipulado y a la fidelidad a su Palabra: «Si permanecéis fieles a mi mensaje, seréis verdaderamente mis discípulos, conoceréis la verdad y la verdad os tornará libres» (Jn 8, 31-32).
(Editorial – Rev. Lumen Veritatis – Oct. 2009)
Notas:
1) FERRATER MORA, José. Dicionário de Filosofia. Lisboa: D. Quixote, 1978. p. 291.
2) ABBAGNANO, Nicola. Dicionário de Filosofia. 3. ed. São Paulo: Martins Fontes, 1998. p. 994.
3) Cf. Fides et Ratio. n. 28.
4) Para Santo Agostinho «toda a verdade, enquanto verdade, é eterna; não há verdades temporais e mutáveis. Mas a fonte de toda a verdade é Deus, sem o qual não haveria verdades de nenhuma espécie. Portanto, as verdades eternas por si sós não seriam nem eternas nem sequer verdades; é mister que procedam de um foco que as engendre e as mantenha. As verdades eternas não podem ser apreendidas mediante e os sentidos, mas tão pouco mediante a razão apenas; são apreendidas pela alma quando esta se orienta para Deus e vê as verdades enquanto são iluminadas por Deus». in: FERRATER MORA. Op. Cit. p. 295 (Grifo nosso).
5) CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Opera Omnia. V. 1. Org. José António DOMINGUEZ et al. São Paulo: Retornarei, 2008. p. 152.
6) De Nativitate Domini, Sermo 128; ML 39. in: S. Th. III, q. 1, a. 2, s.
7) RATZINGER, Joseph. A Caminho de Jesus: A Figura do Redentor. Coimbra: Tenacitas, 2006. p. 70-71.
8) Cf. Summa contra Gentiles. V. 1. Cap. V.
9) Cf. Idem. Cap. VI.
10) Redemptoris Missio, n.39.
11) Dignitatis humanae, n.1.
12) Redemptoris missio. n. 11.
13) Apud CONGREGAÇÃO PARA A DOUTRINA DA FÉ. Nota Doutrinal sobre alguns aspectos da Evangelização. 3 dez. 2007. n. 4.
14) JOÃO PAULO II. Fides et Ratio. n. 6.
15) Idem.
16) BENTO XVI. Audiência Geral. 5 de nov. 2008. Disponível em: http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/ audiences/2008/. Acesso em 25 maio 2009.
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