sábado, 23 de noviembre de 2024
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"El monasterio nos muestra la primacía y centralidad de Dios", dijo Obispo de Rancagua durante bendición de la Abadía de Santa María de Miraflores, en Chile

Rancagua (Miércoles, 05-12-2012, Gaudium Press) El pasado 30 de noviembre en una solemne celebración, el Monasterio Santa María de Miraflores, de la Congregación de los Trapenses, fue elevado a la categoría de Abadía por el Obispo de Rancagua, monseñor Alejandro Goic Karmelic. En la ocasión, el prelado bendijo a su primer Abad, el R.P. Francisco Javier Lagos Ramírez, quien fue elegido por los monjes con votos solemnes tras un intenso proceso de oración y diálogo.

Al inicio de su homilía, monseñor Alejandro Goic señaló que «nos reunimos con gozo en esta celebración eucarística, para implorar de Dios nuestro Padre su bendición sobre nuestro hermano Francisco Javier, constituido primer Abad de este querido Monasterio Trapense, Santa María de Miraflores».

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Y agregó que «la Santa regla señala: ‘El Abad que es digno de regir un Monasterio debe acordarse siempre del título que se le da y cumplir con hechos el nombre de superior. En efecto, la fe nos dice que hace las veces de Cristo en el Monasterio (R.B. 2, 1-2). Es por ello que en esta Eucaristía, el Abad recibe, por parte de la Iglesia, una bendición especial en orden a la misión de servicio a su comunidad. Y lo hacemos en fiesta de un Apóstol -San Andrés- uno de los amigos elegidos por Jesús, uno de los doce apóstoles. Hoy, es Francisco Javier, elegido por Jesucristo para animar a sus hermanos de comunidad en el amor a Dios y en el amor fraterno».

«Un Monasterio como este, es un testimonio de fe»

Continuando con su mensaje, el obispo diocesano recalcó que «esta bendición abacial ocurre, además, en este Año de la Fe, convocado por el Papa Benedicto XVI. La fe es un camino que debe ser recorrido y redescubierto a lo largo de toda la vida. Se cruza ese umbral, la puerta de la fe, cuando la Palabra de Dios se anuncia y el corazón se deja plasmar por la gracia que transforma. Atravesar esa puerta supone emprender un camino que dura toda la vida (Porta Fidei 1)».

Gobernar más con obras que con palabras

En este mismo sentido, el prelado enfatizó que «un Monasterio como éste es un testimonio de fe. Cada uno de los hermanos que aquí viven ha escuchado la llamada del Señor a un seguimiento radical y en totalidad. El Monasterio nos muestra la primacía y centralidad de Dios. Es un don inmenso para toda la Iglesia, en particular, para nuestra Diócesis. Y el Abad en el monasterio es un padre que debe gobernar a sus discípulos con doble doctrina, esto es, debe enseñar todo lo bueno y lo santo más con obras que con palabras».

«El Abad y cada monje es un testigo de fe. La fe es creer en la palabra de Dios y acoger la novedad de Dios; es escuchar y obedecer; es confiar y poner en las manos del único en el cual vale la pena confiar; es tener la esperanza que nos impulsa a ser buscadores de Dios; es ser fiel. La fe -nos dice Benedicto XVI- es compañera de vida que nos permite distinguir con ojos siempre nuevos las maravillas que Dios hace por nosotros», concluyó.

Oración y Trabajo

Los trapenses sostienen una relación con Jesús, a la manera benedictina-cirtenciense, que responde a las reglas de San Benito. Esta congregación nació en 1892, cuando ocurrió una reforma en los Cirtencienses, uniéndose tres congregaciones. La denominación trapense nace del Monasterio de la Trapa, en Francia.

Ellos son contemplativos y viven en soledad, silencio y oración, además, llevan una vida de equilibrio entre la oración y el trabajo, que permite un desarrollo cultural y económico. Son conocidas las labores de los trapenses, a través del cultivo de hortalizas y la fabricación de chocolates, entre otras actividades.

La jornada de los monjes trapenses comienza a las 3:30 horas, con las vigilias y concluye a las 19:30 horas, con la oración de las completas. Ellos, durante el día tienen siete momentos de oración, los que son alternados con el trabajo en las diferentes dependencias del Monasterio.

El Monasterio Trapense, con presencia durante 20 años en la región de O’Higgins (fue trasladado desde Santiago a Codegua, en 1986), cumplía con todos los requisitos para convertirse en Abadía, tales como la cantidad de monjes (actualmente la comunidad está formada por 25: 10 sacerdotes y 15 hermanos religiosos); estabilidad en el lugar, madurez espiritual y humana, entre otros.

Con información de la Diócesis de Rancagua

 

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