Belén – Pará (Martes, 11-12-20102, Gaudium Press) Mons. Alberto Taveira Corrêa, Arzobispo de Belén de Pará, Brasil, ha publicado un escrito sobre la «Radicalidad». Transcribimos aquí esos pensamientos:
La experiencia auténtica de la fe, puesta en luz por la convocación de un año destinado a hacer crecer en los cristianos la consciencia de sus convicciones y a testimoniarlas corajudamente, trae consigo consecuencias a un tiempo consoladoras y exigentes.
Jesucristo no es un escritor de obras famosas, como muchos de todos los tiempos, incluso porque la única vez que lo vemos escribiendo fue en la arena, en el conocido episodio de la mujer adúltera (cf. Jo 8). El viento borró luego sus pocos escritos, pero nada borra lo que Él es; tanto que muchos escribieron lo que dijo e hizo, para conocer la solidez de las enseñanzas (cf. Lc 1,4). Sería muy poco considerarlo apenas un maestro, aunque haya arrastrado atrás de sí discípulos, de entre los cuales queremos también ser reconocidos. ¡Él es Redentor, Salvador, Hijo de Dios! No corremos atrás de ideas, sino seguimos a una Persona, nada menos que al Verbo de Dios hecho carne. Delante de él toda rodilla se doble y toda lengua proclame que es «el» Señor (cf. Fl 2,5-11).
Hombres y mujeres de todas las razas, pueblos, lenguas y naciones (cf. Ap 7,9-10) lo siguen y lo reconocen como Dios verdadero, el Cordero que saca el pecado del mundo, aquel que tiene la llave para abrir el libro de la vida (cf. Ap 5,1-14) de todas las personas humanas y de la historia. Encontrarlo y adherir a Él, en la fe, da sentido a la existencia y posibilita entender los intrincados caminos de la aventura humana en esta tierra.
Todo eso es magnífico y resuena altisonante por los caminos de la historia. Entretanto, vivir la fe cristiana es algo que se expresa en la simplicidad del día a día, con gestos que pueden parecer prosaicos, pero son densos de sentido. No se trata, en primer lugar, de hacer grandes cosas, sino de realizar con alma grande los pequeños gestos. La aventura cristiana en el mundo está marcada por la radicalidad en el seguimiento corajudo de Jesucristo. Aquel que no se apegó a sí mismo, sino dio todo, tomando la forma de esclavo, tornándose semejante al ser humano (Fl 2,7), pide la respuesta y la reciprocidad de la entrega de vida de cada cristiano. Decir «yo creo» es poblar el horizonte de la existencia con gestos que revelen esta radicalidad.
En el Evangelio de San Marcos, verdadero documento de identidad de Jesucristo (cf. Mc 1,1), el lector está invitado a ir al encuentro del Señor, para reconocerlo como Hijo de Dios. Pero los modelos ofrecidos por Jesús sorprenden por la simplicidad y elocuencia de sus gestos y actitudes. Uno de ellos es presentado por la palabra proclamada en las misas del presente fin de semana (Mc 12, 38-44).
La práctica religiosa de muchos a los cuales había sido confiada justamente la responsabilidad por la orientación del pueblo, se había reducido a la competición, arribismo, explotación y exterioridades estériles. La plebe ignara era relegada al margen, los pobres y tanta gente simple considerados masa sobrante delante de los privilegiados de la sociedad y de la religión. De repente, vino Jesucristo, después de un viaje por las márgenes del Jordán, Jericó y el desierto de Judá, y entra en su ciudad de Jerusalén, acogido con hosannas por el pueblo. Se radicaliza la confrontación con las autoridades, vistas como higuera que no da fruto (Mc 11,14), purifica el templo, enfrenta el bombardeo de preguntas que son verdaderas trampas (Mc 12,13-34) y contempla, tranquilo, los gestos de las personas que hacen sus ofrendas.
Una persona llama la atención y es escogida como uno de los modelos privilegiados, una pobre viuda que versa en el cofre de las limosnas apenas dos moneditas, todo aquello que tenía para vivir (Mc 12,42-44). ¡Dio más porque dio todo! Jesús tiene un modo radicalmente diferente de entender a las personas y la vida. Creer en él es cambiar la mentalidad y ver el sentido profundo de gestos semejantes al de la viuda. ¡Probablemente, solo en el Cielo ella supo que su actitud recorre los siglos y se torna referencia para tantas generaciones!
La invitación de la Palabra de Dios nos despoja de falsas pretensiones, deseo de publicidad fácil y orgullo estéril. Es necesario mirar alrededor para identificar cuántas viudas pobres o tantas personas aparentemente insignificantes, para descubrir los inmensos tesoros de generosidad que edifican la vida y la Iglesia. Por otro lado, se trata ahora de convertirnos a la simplicidad, mirar a nuestro alrededor, para que nadie pase en vano a nuestro lado, no desperdiciar cualquier oportunidad para hacer el bien. ¡Y en relación a Dios, la mirada casi furtiva al Sagrario, la señal de la Cruz bien hecha, las oraciones más simples que sabemos, el desahogo de la oración espontánea, la renovación espontánea de la fe, todo cuenta, pues el Señor acoge los gestos más simples, ya que en el Cielo están escritos nuestros nombres! (cf. Lc 10,20)
Mons. Alberto Taveira Corrêa
Arzobispo Metropolitano de Belén
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