Redacción (Lunes, 17-12-2012, Gaudium Press) La vocación de cada hombre puede ser entendida en un sentido genérico, aplicándose a todos los bautizados, como puede serlo en un sentido estricto. Cada hombre tiene una vocación única. En el Documento Final del Congreso sobre Vocaciones para el Sacerdocio y la Vida Consagrada en Europa (1998, p.22), nos es dada la definición de vocación entendida en sus varios sentidos:
«Como la santidad es para todos los bautizados en Cristo, así existe una vocación específica para cada viviente; y, como la primera tiene sus raíces en el Bautismo, así la segunda se liga al simple hecho de existir. La vocación es el pensamiento providente del Creador sobre cada criatura, es su idea proyecto, como un sueño muy querido por Dios, porque la criatura es muy querida por Él. Dios-Padre lo quiere diferente y específico para cada viviente».
De hecho, el ser humano «llamado» a la vida encuentra en sí la imagen de aquel que lo llamó. Vocación es, por tanto, la propuesta divina de realizarse según esa imagen, y es única, singular, irrepetible, justamente porque tal imagen es inagotable. Cada criatura está llamada a expresar un aspecto particular del pensamiento de Dios. Allí encuentra su nombre y su identidad; afirma y coloca en seguridad su libertad y originalidad.
Por tanto, si todo ser humano, desde el nacimiento, tiene su propia vocación, existen en la Iglesia y en el mundo varias vocaciones que, encuanto en un plano teológico expresan la semejanza divina impresa en el hombre, a nivel pastoral-eclesial responden a las varias exigencias de la nueva evangelización, enriqueciendo la dinámica y la comunión eclesial: la Iglesia particular es como un jardín florido, con gran variedad de dones y carismas, movimientos y ministerios.
Por el P. José Victorino de Andrade, EP
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