Ciudad del Vaticano (Jueves, 20-12-2012, Gaudium Press) Existe un principio que es resaltado con claridad por el Catecismo de la Iglesia Católica (CIC). Él está en la parte en que su texto desarrolla la relación entre la Revelación y su transmisión. Este principio resalta que la comprensión de la Biblia no puede ser solamente fruto de un acto individual: debe tener delante de sí la enseñanza de la Iglesia.
El jesuita P. Dariusz Kowalczyk discurre sobre el asunto en su escrito dedicado a los 20 años de la publicación del Catecismo.
Él enseña que la transmisión de la Revelación divina se realiza de dos modos: mediante la Tradición y por la Sagrada Escritura. Esos dos modos -como enseña el Catecismo- «están estrechamente entrelazados y son comunicantes» (Catecismo de la Iglesia Católica, 80).
La Iglesia considera la Biblia como la «norma suprema» de la fe. Por tanto, no solamente consideramos las Sagradas Escrituras un texto profundamente religioso, sino consideramos que él fue inspirado por el propio Dios. Así siendo, la Biblia, como tal, está libre de todo y cualquier error concerniente a nuestra salvación.
Eso significa que en los textos bíblicos pueden existir, por ejemplo, imprecisiones de carácter histórico o geográfico, debido a los límites del autor humano, pero la verdad que Dios nos quiso revelar para fines de nuestra salvación no tienen error.
En la Biblia encontramos la verdadera Palabra de Dios traída por la lengua del hombre. Por eso -como leemos en el Catecismo- «la fe cristiana no es ‘una religión del Libro'» (CIC 108). El Nuevo Testamento no cayó del cielo, sino que es fruto de la predicación de las primeras comunidades cristianas. Por eso las Sagradas Escrituras deben ser leídas e interpretadas en la Tradición viva de toda la Iglesia.
Ese principio no nos impide una lectura individual de la Biblia. Es más, somos invitados a hacerlo sistemáticamente. Nuestra comprensión personal, sin embargo, debe ser colocada delante de la enseñanza de la Iglesia.
Leyendo las diversas páginas de la Biblia debemos recordar que su centro está constituido por Jesús. Su muerte y su resurrección son, por tanto, la llave interpretativa de toda la Biblia.
Por tanto, leemos la Sagrada Escritura individualmente y junto con la Iglesia, descubriendo la multiplicidad de sentidos que ella contiene. Para alentarnos a tal lectura, el Catecismo nos recuerda las célebres palabras de San Jerónimo: «Ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo» (CIC 133). (JS)
Con informaciones de la Radio Vaticana.
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