edacción (Jueves, 03-01-2013, Gaudium Press) Cuando reflexionamos sobre los episodios de la vida de Jesús relatados en los Evangelios ocurre algo curioso: a medida que la narración se va desarrollando, esos episodios comienzan a germinar en nuestro espíritu y acabamos percibiendo experimentalmente que todo lo que Cristo hizo en la Tierra, hace dos milenios, transciende la frontera del tiempo.
En efecto, el Verbo Encarnado no predicaba sólo para las multitudes que se apretaban a su alrededor en las aldeas de Judea. Las verdades sobrenaturales contenidas en sus adorables enseñanzas se nos presentan en la actualidad mucho más claras que lo fueron para sus coetáneos. Esto sucede, por ejemplo, cuando leemos en la Sagrada Escritura: «Yo he venido para que tengan vida, y la tengan abundante» (Jn 10, 10) o «Sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos» (Mt 28, 20).
Ahora bien, uno de los elementos esenciales de la divina didáctica de Jesús es servirse de las realidades visibles para elevarnos hacia las invisibles. Al señalar a los lirios del campo, estimuló a los cristianos de todas las épocas a reflexionar sobre la providencia amorosa de Dios. Se sentó junto a un pozo y habló del agua viva… Partió el pan y aludió al alimento del alma…
Esta reversibilidad entre la esfera temporal y la espiritual forma parte de la vida cotidiana de la Iglesia. En ella es donde los ritos del culto divino, especialmente la Celebración Eucarística, encuentran su sentido y fundamento.
Armoniosa sucesión de palabras y signos
Analicemos, desde esta perspectiva, lo que ocurre cuando entramos en una iglesia para participar en la Santa Misa.
Nada más entrar, mojamos los dedos en agua bendita, hacemos la Señal de la Cruz y, en dirección al sagrario, hincamos la rodilla. Seguidamente, nos acomodamos en un banco mientras el órgano inunda con sus melodiosos acordes el recinto sagrado y una luz suave fluye a través de los vitrales.
En determinado momento, al toque de una campanita, empieza la celebración. Un cortejo se dirige al presbiterio, precedido por la cruz acompañada por dos velas encendidas, un incensario y una naveta. Al final, avanzan solemnes los diáconos y el sacerdote, revestidos de los ornamentos que refuerzan el significado de la ceremonia que se va a realizar, suben los escalones del presbiterio y, al llegar al altar, se inclinan para besarlo.
Y así, en la armoniosa sucesión de palabras y signos dictada por las sagradas rúbricas, la Celebración Eucarística se desarrolla hasta el momento ápice de la Consagración.
Entonces, actuando en nombre del único y verdadero Sacerdote, el celebrante pronuncia sobre el pan y el vino la fórmula enseñada por Cristo y, enseguida, eleva en alto el Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor, tan presente allí como cuando anduvo por los caminos de Galilea o derramó su sangre en el Calvario.
Los símbolos como puente entre lo espiritual y lo corporal
El uso de signos materiales en la Liturgia permite crear un sólido puente entre lo corporal y lo espiritual, lo visible y lo invisible, lo humano y lo divino.
Cruz procesional de los Heraldos del Evangelio |
Nuestra alma, enseña Santo Tomás, «necesita para su unión con Dios ser llevada como de la mano por las cosas sensibles: porque, como dice el Apóstol (Rm 1, 20), las perfecciones invisibles de Dios nos son conocidas por medio de las criaturas». 1 Y, en este mismo sentido, Pseudo Dionisio afirma: «Los seres celestiales, debido a su naturaleza intelectual, ven a Dios directamente.
Por el contrario, nosotros nos elevamos hasta donde podemos en la contemplación de lo divino mediante imágenes sensibles».2
Y concluye el Doctor Angélico: «es necesario que en el culto divino nos sirvamos de elementos corporales para que, a manera de signos, exciten la mente humana a la práctica de los actos espirituales con los que ella se une a Dios».3
No son un fin, sino un medio para hacer accesible lo que es trascendente e invitar a los fieles a una actitud de admiración, entrega y gratitud. Por ello se ha afirmado que a partir del homo simbolicus es cuando se visualiza al homo religiosus .4
Riqueza de aspectos de la Celebración Eucarística
Pero el lenguaje simbólico, al alimentar con largueza al intelecto por medio de todos los sentidos, principalmente el de la vista y el del oído, no sólo pone al hombre en contacto con lo Absoluto, sino que lo hace de manera atrayente. Porque, enseña el Papa Benedicto XVI, «la liturgia tiene por su naturaleza una variedad de formas de comunicación que abarcan todo el ser humano».5
Por ser la celebración litúrgica del sacramento de la Eucaristía el punto álgido del culto cristiano, los ritos que la componen son síntesis y ápice de la expresión religiosa en sus más diversos aspectos. La conjugación de todos ellos produce una experiencia a un tiempo artística y mística que nos invita a considerar el desarrollo de la Santa Misa en su doble dimensión estética y transcendente.
Cristo como centro de la Liturgia
Una primera reflexión nos lleva a considerar más de cerca el centro en torno al cual se articulan ese conjunto de palabras, silencios, gestos y símbolos que componen una Celebración Eucarística.
¿Cuál es su esencia? ¿Qué representan? La respuesta nos la da el Catecismo cuando dice: «Por la Liturgia, Cristo, nuestro Redentor y Sumo Sacerdote, continúa en su Iglesia, con ella y por ella, la obra de nuestra redención».6
Afirma el Concilio Vaticano II: «Con razón, pues, se considera la Liturgia como el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo. En ella los signos sensibles significan y, cada uno a su manera, realizan la santificación del hombre, y así el Cuerpo Místico de Jesucristo, es decir, la Cabeza y sus miembros, ejerce el culto público íntegro.
En consecuencia, toda celebración litúrgica, por ser obra de Cristo sacerdotes y de su Cuerpo, que es la Iglesia, es acción sagrada por excelencia, cuya eficacia, con el mismo título y en el mismo grado, no la iguala ninguna otra acción de la Iglesia».7
Una comunidad reunida para un banquete
Ahora bien, «la liturgia, obra de Cristo, es también una acción de su Iglesia. Realiza y manifiesta la Iglesia como signo visible de la comunión entre Dios y de los hombres por Cristo. Introduce a los fieles en la vida nueva de la comunidad. Im plica una participación consciente, activa y fructífera de todos».8
En este sentido, podemos afirmar que la Celebración Eucarística es una oración social. El hombre necesita del apoyo de sus semejantes y la reunión e interacción de una comunidad de fieles es, en sí misma, un signo sensible de la relación invisible existente entre ellos como un cuerpo místico.
Cristo está presente en la comunidad en virtud de su promesa: «Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt 18, 20). La verdadera unidad se alcanza únicamente en consonancia con un principio más elevado: «Sólo si la relación con Dios es verdadera, todas las demás relaciones -de los hombres entre sí y con el resto de la creación- estarán también ordenadas».9
La unión que tiene lugar entre Dios y el alma en el Sacrificio Eucarístico es espiritual, pero también física, porque el hombre es un compuesto de cuerpo y alma. El sacrificio es expresado por signos tangibles, como una comida. La propia estructura de la Eucaristía emerge de su institución por Cristo en la Última Cena, con el mandato de: «Haced esto en memoria mía» (Lc 22, 19).
Compartir una comida fortalece la unidad y la armonía entre los participantes.
En efecto, la palabra latina convivium significa festín, banquete. La Celebración Eucarística es por excelencia el sacrum convivium , en el cual los fieles comparten el Cuerpo y la Sangre de Cristo, haciéndose uno con Él.
Microcosmos organizado de modo a elevar el espíritu
El espacio en el que la Celebración Eucarística se desarrolla está ordenado de manera a facilitar esa unión de la comunidad en Cristo.
Al cruzar el umbral del templo, el individuo se ve envuelto por un ambiente que busca sacarlo de la rutina cotidiana y hacerlo sentirse en la antesala del Paraíso. Entra en un recinto sagrado, aislado tanto como es posible de las banalidades del mundo exterior, en un microcosmos organizado de modo a elevar el espíritu hacia los misterios que van a ser celebrados.10
Pero, al mismo tiempo que los límites entre el interior y el exterior son categóricamente definidos y separados, en sentido opuesto, la frontera entre el mundo físico y el espiritual se hace más tenue e incierta.
Porque la propia estructura arquitectónica de un templo, independientemente de su valor histórico o artístico, está destinada a disponer el espíritu ante la grandeza de lo divino.
Así, el lugar santo deber estar en perfecta armonía con las palabras, gestos y actos litúrgicos que componen la acción sagrada por excelencia.
La decoración, las vestimentas, los vasos sagrados pueden ser ricos o sencillos, pero siempre dignos y adecuados a la elevada función a la cual se destinan.
Agua, fuego, incienso
Entre los elementos cósmicos usados en la Liturgia, quizá sea el fuego el más rico en significado. Éste representa para el cristiano la acción transformante del Espíritu Santo, aunque también el amor o fervor interior. Lenguas de fuego se posaron sobre María y los Apóstoles el día de Pentecostés (cf. Hch 2, 3). Una lámpara de aceite se consume ante el Santísimo, en perenne oración. Y las velas arden en el altar durante la Misa.
El Sábado Santo, en la bendición del fuego nuevo, el más espiritual de los cuatro elementos renace junto con Cristo Resucitado, la Luz del mundo, el Sol que nunca se pone. El Cirio Pascual representa a nuestro Redentor y todas las otras velas reciben de él su llama.
El agua, por su parte, en oposición al fuego, tiene propiedades purificadoras y regeneradoras, y por eso el celebrante la usa para lavarse las manos antes de iniciar la Oración Eucarística.
Fuente de vida en el mundo material, es ese también su simbolismo en el sacramento del Bautismo. Una pequeña cantidad de agua es mezclada con el vino, representando la parte humana del sacrificio, la sangre y la linfa que brotaron del costado de Cristo, la unión entre Cristo y la Iglesia.11
A su vez, unido al fuego, está el incienso. El humo perfumado que se evapora simboliza la oración y es un signo de honra con las cosas y las personas sagradas. Es usado en momentos claves: el comienzo de la Celebración, el anuncio del Evangelio, el Ofertorio y la Elevación de la Hostia y del Cáliz después de la Consagración.
Gestos y silencio
En el Ars celebrandi también juegan un papel preeminente los gestos del celebrante, reforzando poderosamente las palabras que pronuncia.
Durante la Oración Eucarística el sacerdote extiende las manos, con las palmas hacia abajo, como un signo de invocación al Espíritu Santo. Cuando abre los brazos simboliza a Cristo clavado en la Cruz. Sus manos levantadas indican que su oración es dirigida a Dios por el pueblo. Cuando junta las manos y se inclina, denota la humildad de Cristo. En la Liturgia, así como las palabras tienen la fuerza de las propias palabras de Cristo, también los gestos son sus gestos.
El silencio en la Liturgia no es un intermedio mudo y vacío, sino que es connatural con la oración, la contemplación y la apertura hacia lo sobrenatural.
Un período de silencio marca un momento de grandeza y solemnidad, conforme se muestra en la narración de la Liturgia celestial del Apocalipsis: «Y cuando el Cordero abrió el séptimo sello se hizo en el Cielo silencio como de media hora» (Ap 8, 1).
En el sagrado contexto de la Liturgia estos aspectos simbólicos ganan en vida y significado. «Una vez que las mentes están iluminadas y los corazones enfervorizados, los signos ‘hablan'».12
Ascensión gradual del alma rumbo a la unión con Dios
Aunque no es únicamente en los ritos y gestos aislados donde encontramos la dimensión simbólica de la Celebración Eucarística.
Ésta también se revela en su propia estructura, que los unifica en un vibrante contexto.
Los pasos cadenciosos y solemnes de la procesión de entrada en dirección al presbiterio simbolizan el cortejo de la Iglesia en la tierra hacia la Jerusalén celestial.13 El desarrollo de la celebración retrata la ascensión gradual del alma rumbo a la unión con Dios. El rito penitencial corresponde a la fase purgativa de la vida espiritual, durante la cual el alma se purifica de sus defectos; la Celebración de la Palabra, a la iluminativa; y, finalmente, la fase de la perfecta unión, a la presencia real.14
«La Liturgia está vinculada intrínsecamente con la belleza»
Por la Liturgia, como hemos visto, Cristo continúa en la Iglesia, con ella y por ella, su función sacerdotal. De esta forma, «la belleza de un Celebración Eucarística no depende esencialmente de la belleza arquitectónica, de las imágenes, de las decoraciones, de los cánticos, de las vestiduras sagradas, de la coreografía y de los colores, sino sobre todo de su capacidad de mostrar el gesto de amor realizado por Jesús. A través de los gestos, las palabras y las oraciones de la Liturgia debemos reproducir y hacer traslucir los gestos, la oración y la palabra del Señor Jesús».15
Sin embargo, siendo Él «el más bello de los hombres» (Sal 44, 3) y la Belleza en esencia en cuanto Dios, la Liturgia está inseparablemente vinculada a la belleza, como clarísimamente enseña el Papa Benedicto XVI en la Exhortación Apostólica postsinodal Sacramentum Caritatis : «La relación entre el misterio creído y celebrado se manifiesta de modo peculiar en el valor teológico y litúrgico de la belleza. En efecto, la Liturgia, como también la Revelación cristiana, está vinculada intrínsecamente con la belleza: es veritatis splendor . En la Liturgia resplandece el Misterio pascual mediante el cual Cristo mismo nos atrae hacia sí y nos llama a la comunión. […]
«La verdadera belleza es el amor de Dios que se ha revelado definitivamente en el Misterio pascual. La belleza de la Liturgia es parte de este misterio; es expresión eminente de la gloria de Dios y, en cierto sentido, un asomarse del Cielo sobre la Tierra. El memorial del sacrificio redentor lleva en sí mismo los rasgos de aquel resplandor de Jesús del cual nos han dado testi monio Pedro, Santiago y Juan cuando el Maestro, de camino hacia Jerusalén, quiso transfigurarse ante ellos (cf. Mc 9, 2). La belleza, por tanto, no es un elemento decorativo de la acción litúrgica; es más bien un elemento constitutivo, ya que es un atributo de Dios mismo y de su revelación.
Conscientes de todo esto, hemos de poner gran atención para que la acción litúrgica resplandezca según su propia naturaleza».16
El poder de atracción de la belleza
La belleza tiene una capacidad única de atraer al espíritu humano, mucho más que las ideas o las doctrinas. Y la Celebración Eucarística, en su resplandeciente conjugación de estímulos visuales, sonoros y olfativos, es un eficaz instrumento para conducirnos hacia la belleza suprema de Dios.
Prepara un terreno fértil para comprometer al individuo por entero, «espíritu y corazón, inteligencia y razón, capacidad creativa e imaginación».
La belleza tiene una capacidad única de atraer al espíritu humano, mucho más que las ideas o las doctrinas |
El camino de la belleza descubre horizontes infinitos que estimulan al ser humano a «abrirse a lo trascendente y al misterio, a desear como fin último de su deseo de felicidad y de su nostalgia de lo absoluto, esta Belleza original que es Dios mismo».17
La importancia de la belleza en la Liturgia, como un poderoso factor de guiar a las almas a la belleza suprema de Dios, se puede notar fácilmente en el empeño que el Papa Benedicto XVI pone para que se tenga el máximo cuidado en la celebración de los actos litúrgicos: «En efecto, la belleza de los ritos nunca será lo suficientemente esmerada, lo suficientemente cuidada, elaborada, porque nada es demasiado bello para Dios, que es la Hermosura infinita. Nuestras liturgias de la tierra no podrán ser más que un pálido reflejo de la Liturgia, que se celebra en la Jerusalén de arriba, meta de nuestra peregrinación en la Tierra. Que nuestras celebraciones, sin embargo, se le parezcan lo más posible y la hagan presentir». 18
Importancia del esplendor y perfección de los ritos en el mundo de hoy
Aunque sometidas a alteraciones en cuanto a la forma a lo largo de los siglos, las celebraciones litúrgicas, principalmente la de la Eucaristía, constituyen el núcleo de la experiencia de lo transcendente. Incluso sin considerar los efectos sobrenaturales producidos por su carácter sacramental, la belleza, el simbolismo y la estructura del culto divino le otorgan un papel fundamental en la experiencia humana, que sacia el anhelo del alma por la verdad y por el bien.
En esta época de pragmatismo, mecanización y globalización, el esplendor y la perfección en la realización de los ritos litúrgicos adquieren una importancia cada vez mayor. En ellos el hombre contemporáneo encuentra como un oasis de verum, bonum y pulcrum en un mundo tan desprovisto de belleza.
En la Liturgia de la Santa Iglesia, además de las gracias necesarias al progreso del alma en la virtud, el espíritu humano encuentra incomparable alimento para su innato deseo de lo Absoluto, porque en el centro de la belleza y el misticismo atemporales de la Liturgia, dándole estructura y sentido, se encuentra la Hermosura Eterna, Divina e Infinita. Dios mismo.
Por la Hna. Mónica Erin MacDonald, EP
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1 SANTO TOMÁS DE AQUINO. Suma Teológica , II-II, q. 81, a. 7, resp.
2 DIONISIO AREOPAGITA. De ecclesiastica hierarchia . c. 1, 2.
3 SANTO TOMÁS DE AQUINO, op. cit., II-II, q. 81, a. 7, resp.
4 Cf. RIES, Julien. Tratado de antropología de lo sagrado . Madrid: Trotta, 2005, pp. 9-14.
5 BENEDICTO XVI. Sacramentum caritatis , n. 40.
6 CIC 1069.
7 CONCILIO VATICANO II. Sacrosanctum concilium ,n. 7.
8 CIC 1071.
9 RATZINGER, Joseph. The Spirit of the Liturgy . San Francisco: Ignatius, 2000, p. 21.
10 Cf. PASTRO, Claudio. O Deus da beleza: a educação através da beleza . São Paulo: Paulinas, 2008, p. 69.
11 Cf. GARRIDO BONAÑO, OSB, Manuel. Curso de Liturgia Romana . Madrid: BAC, 1961,
pp. 326-327.
12 JUAN PABLO II. Carta Apostólica Mane nobiscum Domine , n. 14.
13 Cf. ELLIOT, Peter. Guía práctica de la liturgia . 4ª ed. Pamplona: EUNSA, 2004, p. 72.
14 Cf. ARBOLEDA MORA, Carlos. Los alcances de la fe en la posmodernidad. En: Revista Lasallista de Investigación . v. V. n. 2; p. 140.
15 MARINI, Piero. Liturgia e Bellezza – Nobilis Pulchritudo . Ciudad del Vaticano: LEC, 2005, p. 79.
16 BENEDICTO XVI. Sacramentum caritatis , n. 35.
17 PONTIFICIO CONSEJO PARA LA CULTURA. La «Via pulchritudinis» . Documento final de la Asamblea Plenaria, 2006, II. 3.
18 BENEDICTO XVI. Homilía en la celebración de las vísperas en la Catedral de Notre-Dame . París, 12/9/2008.
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