Redacción (Martes, 08-01-2013, Gaudium Press) ¿La Eucaristía es un sacrificio o un banquete? Más de una vez hemos escuchado que es una u otra cosa, y, a veces, en oposición excluyente. Hay que precisar la respuesta con el máximo cuidado de no desvirtuar en nada al tesoro de la Eucaristía, que es «fuente y cima de toda la vida cristiana» (Lumen Gentium 11).
Antes que nada, digamos que con la palabra Eucaristía se puede referir indistintamente tanto a la celebración de la Misa como a la presencia real que se adora y que se recibe en comunión. Vamos a tomar la acepción que se refiere a la celebración eucarística, a nuestra Misa, y veremos si la Misa es un sacrificio, si es un banquete, si es ambas cosas y si lo es en igual o distinta dimensión.
La celebración eucarística es ante todo un sacrificio. Se realiza sobre un altar, que es el lugar propio donde se inmolan las víctimas. Subsidiariamente, es también un banquete en que Cristo se da en alimento. Pero la nota dominante de la celebración eucarística es el hecho de ser un sacrificio.
Dice el Catecismo de la Iglesia Católica en su numeral 1323, citando a Sacrosanctum Concilium n° 47, del Concilio Vaticano II: «Nuestro Salvador, en la última Cena, la noche en que fue entregado, instituyó el sacrificio eucarístico de su cuerpo y su sangre para perpetuar por lo siglos, hasta su vuelta, el sacrificio de la cruz y confiar así a su Esposa amada, la Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección; sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de amor, banquete pascual en el que se recibe a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria futura».
Esta aproximación al misterio eucarístico pone de relieve el aspecto sacrificial:
1.- Nos habla de «la noche en que fue entregado», es decir, en que fue traicionado, juzgado, flagelado y, finalmente, sacrificado;
2.- Nos habla también de la institución del «sacrificio eucarístico de su cuerpo y de su sangre», de ese cuerpo que será entregado y de esa sangre que será derramada como sacrificio propiciatorio para el perdón de los pecados;
3.- Nos dice que la institución de la celebración es para «perpetuar el sacrificio de la cruz», es decir, la inmolación de su Persona que se entregó a la muerte; y
4.- Que es instituido para «confiar a su Iglesia el memorial de su muerte y resurrección», en otros términos, para hacer presente en todo tiempo, el misterio pascual: muerte y resurrección de Cristo.
Todo culto religioso, sea católico o no, comporta un sacrificio u oblación, y no hay sacrificio sin sacerdote que tenga el encargo de ofrecerlo. Religión y sacerdocio son términos que piden, que exigen sacrificio.
La Antigua Alianza tenía sus sacrificios rituales. La Nueva solo tiene uno que se consumó de una vez para siempre en la cruz: el del cuerpo y la Sangre del Señor.
San Pablo escribe a los hebreos y explica la novedad cristiana: «Hermanos: Cuando Cristo entró en el mundo dijo: «Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, pero me has preparado un cuerpo; no aceptas holocaustos ni victimas expiatorias. Entonces yo dije lo que está escrito en el libro: ‘Aquí estoy yo para hacer tu voluntad.»‘ Primero dice: «No quieres ni aceptas sacrificios ni ofrendas, holocaustos ni víctimas expiatorias», que se ofrecen según la Ley. Después añade: «Aquí estoy yo para hacer tu voluntad.» Niega lo primero, para afirmar lo segundo. Y conforme a esa voluntad todos quedamos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha una vez para siempre». (Heb. 10, 5-10)
El sacrificio del Calvario es, pues, un sacrificio de redención, ya que Jesús, ofreciéndose al Padre y muriendo por nosotros, pagó con creces el rescate por nuestras maldades y nos salvó. Y la Misa es el mismo sacrificio de la cruz con todo su valor infinito, ya que es el mismo Sacerdote que ofrece y es la misma Víctima que es ofrecida.
Pero, el sacrificio de la Nueva Alianza que ya fue consumado, ¿acaso no bastó?, ¿Qué agrega la Misa a lo ya sucedido? ¿Por qué celebrar entonces la Eucaristía? Por tres razones:
1) Para insertar el sacrificio de Cristo en nuestro tiempo del que Él salió por su resurrección y ascensión a la derecha del Padre, e introducirnos a los cristianos en una liturgia celestial y eterna.
2) Para poner a disposición y aplicar los méritos de Cristo a las personas que asisten y en los lugares que se celebra, propiciando así, constantemente, la eficacia y fecundidad del sacrificio del Calvario.
3) Para dar al sacrificio de la Cruz un carácter ritual y de ceremonia sagrada a aquello que, odiosa y sacrílegamente, perpetraron los que fueron artífices de la muerte del Redentor.
Hay en el Sacrificio de Cristo, entonces, no solo el momento del Calvario, sino un pre y un post Calvario: El pre Calvario se da en el Cenáculo donde se instituye la Eucaristía en el curso de la última cena; en el Calvario se consume el sacrificio de forma cruenta, es decir, con el derramamiento de toda Su sangre. Y el post Calvario es, precisamente, el Sacramento Eucarístico que perpetúa el sacrificio hasta el fin del mundo de manera incruenta, en cada «banquete pascual».
Entonces, la Misa ¿es sacrificio o es banquete? Es sacrificio ofrecido al Padre que, en un exceso de amor por los hombres, se desdobla en alimento. En la Eucaristía adoramos la Víctima que se hace comida; solo que ya con su cuerpo en estado glorioso, como está en el cielo, y no más padeciente.
¡Qué admirable misterio! Seamos cuidadosos en no distorsionar la fe o la piedad, oponiendo el banquete al sacrificio, con visible desmedro para éste último. Hace unos meses el Papa nos decía en su alocución del Corpus Christi -lo comentamos aquí- que la adoración eucarística fuera de la Misa no opaca, al revés de lo que algunos piensan, la celebración ¡muy por el contrario!
Todo tiene su importancia, su tiempo y su lugar.
Por: P. Rafael Ibarguren, EP.
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