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La Señal de La Cruz: Un sacramental para todos los momentos del día

Redacción (Martes, 22-01-2013, Gaudium Press) A finales del siglo cuarto, la gran multitud reunida en torno a un gigantesco pino aguardaba el desenlace de un emocionante episodio. El obispo San Martín de Tours había mandado derrumbar un templo pagano y decidiera cortar el pino que se encontraba próximo al lugar y era objeto de culto idolátrico. A esto se opusieron numerosos paganos que lanzaron un desafío: consentirían en el abatimiento del «árbol sagrado» si el Santo, como prueba de su confianza en Cristo, estuviese dispuesto a estar amarrado debajo de él mientras ellos mismos lo cortasen.

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Así fue hecho. Y vigorosos golpes de hacha en poco tiempo hicieron el tronco comenzar a pender en dirección a la cabeza del hombre de Dios. Se alegraban ferozmente los paganos, mientras los cristianos miraban con angustia a su santo obispo. Éste hizo la señal de la cruz y el pino, como soplado por una potente ráfaga de viento… cayó del otro lado sobre algunos de los más acérrimos enemigos de la Fe. En esa ocasión, muchos se convirtieron a la Iglesia de Cristo.

Remonta al tiempo de los Apóstoles

Según la tradición, corroborada por los Padres de la Iglesia, la señal de la cruz remonta al tiempo de los Apóstoles. Algunos afirman que el propio Cristo, durante su gloriosa Ascensión, bendijo a los discípulos con este símbolo de su Pasión Redentora. Los Apóstoles y demás discípulos habrían, por consiguiente, propagado esta devoción en sus misiones.

Ya en el siglo II, Tertuliano, el primer escritor cristiano de lengua latina, exhortaba: «Para todas nuestras acciones, cuando entramos o salimos, cuando nos vestimos o nos bañamos, estando en la mesa o encendiendo las velas, cuando vamos a dormir o sentarnos, al inicio de nuestras obras, hagamos la señal de la cruz».

Esta bendita señal es ocasión de gracias tanto en los momentos más importantes como en los más cotidianos de la vida cristiana. Ella se nos presenta, por ejemplo, en diversos sacramentos: en el Bautismo, señalando con la cruz de Cristo a aquel que le va pertenecer; en la Confirmación, cuando recibimos en la frente los santos óleos; o todavía, en las horas finales, cuando somos agraciados con la Unción de los Enfermos. Nos persignamos al inicio y al final de las oraciones, al pasar delante de una iglesia, al recibir la bendición sacerdotal, al iniciar un viaje, etc.

Una devoción rica en significados

La señal de la cruz tiene innúmeros significados, de entre los cuales se destacan los siguientes: un acto de entrega a Jesucristo, una renovación del Bautismo y una proclamación de las principales verdades de nuestra Fe: la Santísima Trinidad y la Redención.

El modo de hacerlo también es rico en simbolismo y sufrió algunas alteraciones a lo largo de los tiempos.

Controversia con los monofisitas

La primera de ellas parece haber sido consecuencia de una controversia con la secta de los monofisitas (s. V), los cuales se persignaban con apenas un dedo, queriendo con esto significar que en la persona de Cristo lo divino y lo humano se reunían en una sola naturaleza. En oposición a esta falsa doctrina, los cristianos pasaron a hacer la señal de la cruz uniendo tres dedos (pulgar, indicador y medio), para indicar su culto a la Santísima Trinidad, y apoyando los otros dos en la palma de la mano, para simbolizar la doble naturaleza (divina y humana) de Jesús. Además, en toda la Iglesia, los cristianos de esa época se persignaban en sentido contrario al que usamos hoy, o sea, del hombro derecho al izquierdo.

Inocencio III (1198-1216), uno de los mayores papas del período medieval, dio la siguiente explicación simbólica de esa manera de persignarse: «La señal de la cruz debe ser hecha con tres dedos, pues se hace con la invocación de la Santísima Trinidad. El modo tiene que ser de arriba para abajo y de la derecha a la izquierda, porque Cristo descendió del Cielo para la tierra y pasó de los judíos (derecha) para los gentiles (izquierda)». Actualmente, esa forma continúa siendo usada apenas en los ritos católicos orientales.

Al inicio del siglo XIII, algunos fieles, imitando el modo como el sacerdote da la bendición, comenzaron a persignarse de izquierda a la derecha. El mismo Papa relata el motivo de ese cambio: «Otros, entretanto, hacen la señal de la cruz de la izquierda para la derecha, porque de la miseria (izquierda) podemos llegar a la gloria (derecha), así como sucedió con Cristo al subir a los Cielos. (Algunos padres) hacen de ese modo y las personas buscan imitarlos». Esta forma acabó por tornarse costumbre en toda la Iglesia en Occidente, y así permanece hasta nuestros días.

Benéficos efectos

La señal de la cruz es el más antiguo y el principal sacramental, esto es, una «señal sagrada», mediante la cual, a imitación de los sacramentos, «son significados principalmente efectos espirituales que se alcanzan por súplica de la Iglesia» (CIC, can. 1166). Ella nos defiende del mal, protege contra las embastidas del demonio y nos obtiene gracias de Dios. San Gaudencio (s. IV) afirma que, en todas las circunstancias, él es «una invencible armadura de los cristianos».

A los fieles que se mostraban perturbados o tentados, los Padres de la Iglesia aconsejaban la señal de la cruz como solución de eficacia garantizada.

San Benito de Nursia, después de vivir por tres años como ermitaño en Subiaco, fue buscado por los monjes de un monasterio próximo de allí, cuyo abad falleciera, los cuales, después de mucha insistencia, consiguieron que él concordase en asumir ese cargo. En breve, sin embargo, se arrepintieron al constatar que el nuevo abad no les permitía llevar la vida relajada de antes, y consertaron matarlo. En esa criminal intención, le presentaron una jarra de vino envenenado. Cuando, conforme su costumbre, el hombre de Dios trazó sobre ella la señal de la cruz, ella se deshizo en pedazos.

* * *

¡Ave, oh Cruz, nuestra única esperanza! En la Cruz de Cristo, y solo en ella, debemos confiar. Si ella nos sustenta, no caeremos; si ella es nuestro amparo, no desesperaremos; si ella es nuestra fuerza, ¿qué podremos temer?
Siguiendo el consejo de los Padres de la Iglesia, jamás tengamos respeto humano o negligencia al utilizar este eficaz sacramental, pues él será siempre nuestro refugio y protección.

Por el Diac. Felipe Ramos

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