Redacción (Martes, 29-01-2013, Gaudium Press) La región del Piamonte, localizada al norte de Italia, trae consigo riquezas numerosas. En ella se encuentra la majestuosa cordillera de los Alpes occidentales. El río Po traza, en esas tierras, un caprichoso recorrido, haciendo nacer ciudades y colinas que son dulces en sus formas. Una extensión grande de plantación de arroz borda sus tierras y, en las laderas de los montes, aparecen las viñas que perfuman los aires cuando maduras.
Fue en una pequeña localidad de esta región llamada Castelnuovo D’Asti, conocida pintorescamente como de los «Becchi», en el año 1815 un 16 de agosto, nació un niño de nombre Juan y que marcaría la historia de la Santa Iglesia, para siempre…
El pequeño Juan Belchior era un niño dotado de cualidades naturales: inteligente, buena salud, carácter honesto, pero sobre todo brillaba por su inocencia, pureza y religiosidad. Se diría que el dedo de Dios tocara aquella alma desde su tierna infancia, o antes incluso de su nacimiento, como exclama el profeta Isaías: «¡Escúchenme, ustedes, islas; oigan, ustedes, naciones distantes: Islas, óiganme; pueblos de lejos, prestad atención! El Señor me llamó desde mi nacimiento; todavía en el seno de mi madre, él pronunció mi nombre. Tornó mi boca semejante a una espada afilada, me cubrió con la sombra de su mano. Hizo de mí una flecha penetrante, me guardó en su aljaba… (Is, 49-1,2)
Muy temprano, con apenas 2 años de edad, perdió a su padre Francesco Bosco. A partir de aquel momento, Mamá Margarita lo acompañaría con oraciones y ejemplos, en las más variadas situaciones. Esa mujer, simple campesina, traía en sí las virtudes de la mujer fuerte del Antiguo Testamento: La mujer fuerte hace la alegría de su marido, y derramará paz en los años de su vida. (Eclo, 26) Así fue Mamá Margarita: una luz en la vida de su hijo, ayudándolo en los momentos más difíciles.
Los sueños
¡A los nueve años Don Bosco tuvo un sueño que marcaría su existencia! Se vio en un lugar cerca de su casa, muy espacioso. Había, allí, un gran número de niños que jugaba, pero la mayoría blasfemaba durante la recreación.
Él indignado se lanzó contra los niños y comenzó a golpearlos, para que parasen de ofender a Dios. En eso le aparece un hombre de aspecto majestuoso, diciendo que no era de aquel modo que él conseguiría atraerlos… pero dejemos a Don Bosco describir el episodio: «no es con golpes, sino con la mansedumbre y la caridad que deberás ganar a esos tus amigos. Ponte inmediatamente a instruirlos sobre la fealdad del pecado…»
A eso, Don Bosco replicó que era un niño pobre y sin conocimiento, que le sería imposible hablarles sobre religión. Aquel noble personaje continuó diciendo: «Yo te daré la maestra, bajo cuya orientación podrás tornarte sabio…». «¿Pero de quién sois hijos?», replicó nuestro santo. El hombre respondió: «Soy el hijo de aquella que tu madre te enseñó a saludar tres veces al día».
Juan Bosco continúa: «En ese momento vi a su lado una señora de aspecto majestuoso, vestida de un manto todo resplandeciente, como si cada una de sus partes fuese una fulgurante estrella». Los jóvenes que jugaban se iban transformado en mansas ovejas y corrían hasta aquella Señora y su Hijo. Atónito y sin comprender, oyó: «¡a su tiempo, comprenderá!».
Don Bosco tendría otros sueños, premoniciones, profecías. Él mismo tomaría cuidado de revelar el contenido de esas comunicaciones sobrenaturales. Pedía a sus hijos espirituales que guardasen secreto respecto a esos hechos. A veces anunciaba con antecedencia la muerte de alguno de sus alumnos, a veces de alguna autoridad. Fue llevado al cielo, al infierno y al purgatorio durante esas visiones. Hay entre esos fenómenos enviados por la Providencia profecías en relación al destino de la Santa Iglesia y de la propia Orden que fundó: los salesianos.
Ya al final de su vida, cuando celebraba en la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús, comenzó a llorar y casi no pudo terminar la Santa Misa. Todo estaba explicado: «¡a su tiempo comprenderá!». Su obra estaba fundada y los salesianos estarían esparcidos por todos los continentes, fieles a las últimas palabras de su fundador: «Amaos como hermanos. Haced el bien a todos; no hagáis mal a nadie… Decid a mis jóvenes que os espero a todos en el Paraíso».
Por Lucas Miguel Lihue
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