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Santa María: Verdadera Madre de Dios

Redacción (Jueves, 31-01-2013, Gaudium Press) Veamos cómo la Santísima Virgen es realmente Madre de Dios. Para que una mujer pueda decirse verdaderamente madre, es necesario que otorgue a su prole, por vía de generación, una naturaleza semejante (o sea, consubstancial) a la suya.

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Nuestra Señora de la Anunciación

Aceptada esta obvia noción de maternidad, no es tan difícil comprender de qué modo la Virgen Santísima pueda ser llamada verdadera Madre de Cristo, habiendo Ella provisto a Cristo, por vía de generación, una naturaleza semejante a la suya, o sea, la naturaleza humana.

La dificultad surge, sin embargo, cuando se busca comprender de qué modo la Virgen Santísima puede ser llamada Madre de Dios, pues no se ve bien, a primera vista de qué modo Dios pueda ser aquí generado. No obstante eso, si observamos atentamente la dos fórmulas: Madre de Cristo y Madre de Dios. Ellas se equivalen, pues significan la misma realidad y son, por eso, perfectamente sinónimas.

Madre de Cristo y Madre de Dios Nuestra Señora, con efecto, no es denominada Madre de Dios en el sentido de que hubiese generado la Divinidad (o sea, la naturaleza divina del Verbo), y sí en el sentido de que generó según la humanidad la divina persona del Verbo.

El sujeto de la generación y de la filiación no es la naturaleza, sino la persona. Ahora, la divina persona del Verbo fue unida a la naturaleza humana, provista por la Virgen Santísima, desde el primer instante de la concepción; de modo que la naturaleza humana de Cristo no estuvo jamás caracterizada, ni inclusa por un instante, por la personalidad humana, sino siempre subsistió, desde el primer momento de su existencia, en la persona divina del Verbo. Este y no otro es el verdadero concepto de la maternidad Divina, tal como fue definida por el Concilio de Éfeso, en 431.

En resumen, María concibió realmente y dio a luz según la carne a la persona divina de Cristo (Única persona que hay en Él) y, por consiguiente, es y debe ser llamada, con toda propiedad, Madre de Dios.

No importa que María no haya concebido la Naturaleza divina como tal (tan poco las otras madres conciben el alma de sus hijos), ya que esa naturaleza divina subsiste en el Verbo eternamente y es, por consiguiente, anterior a la existencia de María.

Ella, sin embargo, concibió una persona -como todas las madres- y como esa persona, Jesús, no era humana, sino divina, se sigue lógicamente que María concibió según la carne la persona divina de Cristo, y es, por tanto, real y verdaderamente Madre de Dios.

Dado lo que arriba demostramos podemos concluir que el dogma de la Divina Maternidad comprende que María es verdadera madre, o sea, Ella contribuyó en la formación de la naturaleza humana de Cristo con todo lo que aportan las otras madres en la formación del fruto de sus entrañas y que María es verdadera Madre de Dios, pues, concibió y dio a luz a la segunda persona de la Santísima Trinidad, aunque no en relación a su naturaleza divina.

La primera alusión a la Madre de Dios en las Escrituras

«Pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu descendencia y la descendencia de ella. Ella te herirá la cabeza, y tú herirás el talón de ella» (Gen III, 15). La tradición cristiana encontró en este trecho de las Escrituras denominado de Proto-Evangelio, el primer trazo que sirve para designar al Mesías y su victoria sobre el espíritu del mal. Con efecto, Jesús representa eminentemente la descendencia de la mujer, en la lucha contra el linaje de la serpiente. Si Jesús es así llamado, no es en virtud del lazo remoto que lo une a Eva, pues ésta no puede transmitir a sus descendentes sino la naturaleza decaída, herida, privada de la vida divina, sino en razón del lazo que lo une a María, en el seno de la cual Él tomó una humanidad inmaculada.

La Escritura nos dice expresamente que María es la Madre de Jesús: «María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo» (Mt, 1, 16). «Estaban junto a la cruz de Jesús, su Madre…» (Jn. 19,25). «Con María, la Madre de Jesús…» (At. 1, 14). Jesús nos es presentado como concebido por la Virgen (Lc. I, 31) y nacido de la Virgen (Lc. II, 7-12).

Pero Jesús es verdadero Dios, como resulta de su propio y explícito testimonio, confirmado por milagros, por la fe apostólica de la Iglesia, por el testimonio de San Juan, etc. Para poder negar su divinidad, no hay otro camino sino rasgar todas las páginas del Nuevo Testamento.

Ahora, si María es la verdadera Madre de Jesús y Jesús el verdadero Dios, se sigue necesariamente que María es la verdadera Madre de Dios. San Pablo enseña explícitamente que «llegada a la plenitud de los tiempos, Dios mandó a su Hijo, hecho de una mujer». (Gal. IV, 4). Por estas palabras, se manifiesta claramente que Aquel que fue engendrado desde toda la eternidad por el Padre es el mismo que fue después engendrado en el tiempo por la Madre; pero aquel que fue engendrado desde toda la eternidad por el Padre es Dios, el Verbo. Por tanto, también lo que fue engendrado en el tiempo por la Madre es Dios, el Verbo.

Todavía, más clara y explícita es la expresión de Santa Isabel. Respondiendo al saludo que María le dirigió, Santa Isabel, inspirada por el Espíritu Santo dijo llena de admiración: «¿Y cómo me es dado que la Madre de mi Señor venga a mí?» (Luc. I, 43).

La expresión mi Señor es, evidentemente, sinónimo de Dios, ya que, en seguida, Isabel dice: «Se cumplirán en Ti todas las cosas que te fueron dichas de parte del Señor», o sea, de parte de Dios. Isabel, por tanto, inspirada por el Espíritu Santo, proclamó explícitamente que María es la verdadera Madre de Dios.

Por el Diac. Inácio Almeida

 

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