Bogotá (Martes, 05-02-2013, Gaudium Press) Libros de piedad mariana, o sobre la Virgen, gracias a Dios hay muchos, y algunos muy buenos. Pero cuando quien escribe sobre la Madre de Jesús es un santo, algo del perfume de su virtud trasparece en sus líneas, haciendo de ellas incomparables.
Es el caso de Las Glorias de María de ese gran santo y doctor de la Iglesia que fue San Alfonso María de Ligorio, patrono de confesores y moralistas. Doctor en leyes a los 16 años, a los 26 elige abandonar el mundo y entrar en el estado religioso. Fundador de comunidad religiosa, obispo y prolífico escritor, la vida de este santo bien merecería ser expuesta a todos los auditorios con las más modernas técnicas de difusión.
Es la santidad de San Alfonso, la que consigue que su profundo conocimiento del Dogma, de la Historia de la Iglesia, de la Teología moral, de la Espiritualidad cristiana y de la Pastoral, presente en sus múltiples obras, no apague eso que llamaríamos candura infantil devota, harto presente en el libro que él dedica a homenajear a la Virgen Inmaculada y a hacer la alabanza de sus glorias. Por lo demás, al tiempo que la lectura de ese libro nos muestra la inocente y entrañada devoción del santo, revela también su erudición y profundo conocimiento de la doctrina católica sobre María Santísima.
Es muy fácil obtener Las Glorias de María, un clásico inmortal de la piedad mariana. En internet también se consiguen muy buenas versiones, gratuitas. Para animar a los cibernautas a que emprendan su lectura, nos permitimos trascribir aquí algunos pasajes que nos han impresionado especialmente, de una relectura hecha por estos días de ese insigne documento:
María: Reina sí, pero llena de dulzura y nuestra Madre
«María es Reina; pero no olvidemos, para nuestros común consuelo, que es una reina toda dulzura y clemencia e inclinada a hacernos bien a los necesitados.»
«El Arzobispo de Praga, Ernesto, dice que el eterno Padre ha dado al Hijo el oficio de juzgar y castigar, y a la Madre el oficio de compadecer y aliviar a los miserables.»
«Si Jesús es el Padre de nuestra almas, María es la madre, porque dándonos a Jesús nos dio la verdadera vida, y ofreciendo en el Calvario la vida de su Hijo por nuestra salvación fue como darnos a luz y hacernos nacer a la vida de la gracia.»
«Somos hijos muy queridos de María porque le hemos costado excesivos dolores. Las madres aman más a los hijos por los que más cuidados y sufrimientos han tenido para conservarles la vida. Nosotros somos esos hijos por los cuales María, para obtenernos la vida de la gracia, ha tenido que sufrir el martirio de ofrecer la vida de su amado Jesús».
María socorre especialmente a quienes la aman
«Si María es tan buena con todos, aun con los ingratos y negligentes que la aman poco y poco recurren a ella, ¿cómo será ella de amorosa con los que la aman y la invocan con frecuencia? ‘Se deja ver fácilmente de los que la aman, y hallar de los que la buscan’. (Sab 6, 13). Exclama San Alberto magno: ‘¡Qué fácil para los que aman a María encontrarla toda llena de piedad y de amor!’ «.
A un joven religioso medieval, que se había vuelto bandolero, pero que a pesar de su debilidad quería regresar a la vida de virtud, la Virgen se le aparece y le dice: » ‘Hijo mío, ¿por qué me dejas?’. Ernesto, confuso y compungido, cayó en tierra y respondió. ‘Señora, ¿pero no ves que no puedo resistir más? ¿Por qué no me ayudas?’. La Virgen le respondió: ¿Y tú por qué no me has invocado? Si te hubieras encomendado a mí, no te verías en este estado. De hoy en adelante encomiéndate a mí y no dudes».
«Dice San Bernardino de Siena que Dios no destruyó al hombres después del pecado por el amor especialísimo que tenía a esta su hija que había de nacer. Y añade el santo que no tiene la menor duda en creer que todas la misericordias y perdones recibidos por los pecadores en la antigua ley, Dios se los concedió en vistas a esta bendita doncella.»
«Comentando la parábola del hijo pródigo, hace el abad Ruperto una hermosa reflexión. Dice que si el hijo díscolo hubiese tenido viva la madre, jamás se hubiera ido de la casa del padre o hubiera regresado antes de que lo hizo. Con esto quiere decir que quien se siente hijo de María jamás se aparta de Dios, o si por desgracia se aparta, por medio de María pronto vuelve».
La devoción a María no compite con el amor al Redentor
» ‘Maldito el hombre que confía en otro hombre’ (Jer 17, 5). María, exclaman, es una criatura; ¿y cómo puede ser una criatura nuestra esperanza? Esto dicen los herejes. Pero contra ellos la santa Iglesia quiere que todos los sacerdotes y religiosos alcen la voz de parte de todos los fieles y a diario invoquen a María con este dulce nombre de esperanza nuestra, esperanza de todos: Esperanza nuestra salve. De dos maneras dice el angélico Santo Tomás, podemos poner nuestra confianza en una persona: o como causa principal o como causa intermedia. Los que quieren alcanzar algún favor de un rey, o lo esperan del rey como señor, o lo esperan conseguir por el ministro o favorito como intercesor. Si se obtiene semejante gracia, se obtiene del rey pero por medio de su favorito, por lo que quien la obtiene, razón tiene para llamar a su intercesor su esperanza.»
«Ordenó Dios a Moisés que hiciera un propiciatorio de oro purísimo para hablarle desde allí: ‘Me harás un propiciatorio de oro purísimo…; desde él te daré mis órdenes y hablaré contigo’ (Ex 25, 17). Dice un autor que ese propiciatorio es María, desde el cual Dios habla a los hombres y desde el que nos concede el perdón y sus gracias y favores.»
«Con razón San Antonio aplica a María el pasaje de la Sagrada Escritura: ‘Todos los bienes me vinieron juntamente con ella’ (Sab 7, 11). Ya que María es la madre y dispensadora de todos los bienes, bien puede decirse que el mundo, y sobre todo lo que en el mundo son devotos de esta reina, junto con esta devoción a María han obtenido todos los bienes.»
Gaudium Press / S. C.
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