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Vivir extraordinariamente lo cotidiano

Río de Janeiro (Miércoles, 06-02-2013, Gaudium Press) Presentamos a nuestros lectores una reflexión del Arzobispo de Río de Janeiro, Mons. Orani João Tempesta, O. Cist., sobre el tiempo litúrgico ordinario. Los subtítulos son nuestros:

Actualmente estamos viviendo en la liturgia el Tiempo Común. Eso puede dar idea de no ser un momento importante dentro del año litúrgico. Sin embargo, no es esa la realidad. Cada tiempo litúrgico tiene su importancia y necesidad. Es un tiempo en el cual Dios continúa santificándonos. Tiempo común en que el hombre se encuentra con Dios que en el Verbo Encarnado, celebrado en la Navidad, se tornó próximo de nosotros. Tiempo común en que nos encontramos con nuestros hermanos y hermanas sea en la Iglesia, sea en el trabajo, o en nuestras tareas cotidianas, desde las más simples a las más complejas, y hacemos de ese tiempo una oportunidad de vivir extraordinariamente el día a día.

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Después del tiempo de la Navidad iniciamos este momento litúrgico que, tras la celebración de la Cuaresma y Pascua, continua después de Pentecostés hasta el próximo Adviento. Es el tiempo más extenso que vivimos durante el año litúrgico. Nos recuerda que los misterios que celebramos, Encarnación (Adviento y Navidad) y Redención (Cuaresma y Pascua), deben ser encarnados en la historia de cada día, en el caminar de la Iglesia.

La importancia de las tareas comunes

Muchas veces no percibimos la importancia de las tareas comunes, lo que nos lleva a dar más atención a los momentos extraordinarios. Entretanto, la vida de cada uno de nosotros, aunque tenga momentos emocionantes, es vivida en lo cotidiano.

Y la liturgia nos enseña la importancia de lo cotidiano, iluminado por la presencia de Cristo Resucitado en nuestro día a día. De esa forma, la liturgia diaria nos hace percibir y experimentar siempre más la presencia del Señor en nuestras vidas. Es el tiempo en que vemos las señales de nuestros hermanos y hermanas que siguieron a Cristo en todas las épocas y situaciones y son hasta hoy señales y ejemplos para nosotros -los Santos- demostrando que así como en el pasado, todavía hoy somos llamados a vivir en la fidelidad al Evangelio, en el seguimiento de Jesucristo.

En todas las épocas históricas, en todas las situaciones políticas, con libertad religiosa o con persecuciones, dentro de las más diferentes ideologías, en cualquier situación de crisis económica o cultural, la Iglesia continúa perseverando en la fe y viviendo el alegre seguimiento y anuncio de Jesucristo, el Señor y Salvador.

Celebraremos así nuestra liturgia en la simplicidad y la alabanza propias de este tiempo y, por eso, viviremos la gracia en nuestra vida común, haciendo de los días normales, días de grandes bendiciones. Los evangelios también nos presentarán la vida cotidiana de Jesús, sus caminatas, el estar con los discípulos, el tiempo de oración, las idas a los lugares de culto.

Los domingos, a los que llamamos de Tiempo Común, son de suma importancia para nuestra vida espiritual. La Iglesia nos recuerda qué es la Pascua semanal. Es el día del Señor, cuando la comunidad se encuentra en torno al altar en la escucha de la Palabra de Dios y al partir el Pan. Tan importantes, que sin ellos no podríamos comprender la totalidad de la vida de Cristo, y que se reportan siempre a la Pascua. Sin duda que el alimento de la Eucaristía ocupa el centro de nuestra vida litúrgica, y siempre somos llamados a buscar «estar con el Señor» en ese augustísimo sacramento. Sin embargo, hoy me gustaría reflexionar sobre la importancia de la escucha de la Palabra y la riqueza que la liturgia de la Iglesia contiene al darnos oportunidad de oír toda la Sagrada Escritura en las celebraciones litúrgicas.

El Tiempo Común u Ordinario, reporta a los grandes misterios

El Tiempo Común, que se inicia después de la fiesta del Bautismo del Señor, está compuesto por 33 o 34 semanas del año que nos hacen reflexionar y profundizar los grandes misterios celebrados en los así llamados «tiempos fuertes»: Adviento y Navidad -encarnación- y la Cuaresma y Pascua -pasión, muerte y resurrección- nuestra redención.

Por tanto, el Tiempo Común nos reporta gradualmente a aquellos grandes misterios, en la medida en que nos presenta la vida pública de Jesús, o sea, su obra de salvación. Es el caminar con Cristo durante el año, acogiendo el anuncio de la buena noticia en nuestra vida cotidiana. El hecho de que el Tiempo Común venga después del Bautismo del Señor y de Pentecostés nos lleva, en la primera parte, a reflexionar sobre la vida pública de Jesús y su misión y, en la segunda, sobre la caminata histórica de la Iglesia que continúa la misión del Señor, iluminada por la acción del Espíritu Santo.

También nos ayuda a apreciar mejor la liturgia en su desarrollo progresivo, episodio tras episodio, toda la vida histórica de Jesús, siguiendo las narraciones de los Evangelios. Tenemos hoy una gran riqueza en la celebración dominical, pues con la reforma litúrgica post-conciliar fue introducida una distribución de los evangelios sinópticos a lo largo de tres años, uno para cada ciclo (A, B y C), o sea, el contenido de cada evangelio que desarrolla la vida y la predicación del Señor. El Evangelio de Juan es leído en el tiempo pascual e inserido principalmente en algunos domingos del año B. Eso proporciona una armonía entre el significado de cada evangelista y, también, la evolución del año litúrgico. Así, el cristiano puede celebrar todos los pasos de Jesús no solo en un año específico, sino a lo largo de la vida. Y al final de tres años, el católico que participa de la misa dominical habrá oído todos los Evangelios con las debidas ligaciones e interacciones con los otros textos del Antiguo y Nuevo Testamento, proclamados en las primeras y segundas lecturas de las misas.

Domingo tras domingo, la Persona de Jesús pasa delante nuestro

Domingo tras domingo, vamos siendo presentados a la Persona de Jesús, en la normalidad de su vida, en la simplicidad de sus días, en sus gestos del día a día, con toda su enseñanza y la consistencia de sus elecciones. En los días de la semana -durante la semana- el esquema de las lecturas es diferente, pues tenemos seis días para leer en un año todos los cuatro evangelistas, y en dos años los demás libros del Antiguo y Nuevo Testamento (año par y año impar). Además de las celebraciones especiales de los santos, las solemnidades del Señor, de María, de la Iglesia.

El misterio de Jesús va siendo revelado a cada día en nuestras vidas, llamándonos a alimentarnos de esa presencia que nos transforma y conduce a ser fermento en medio de la masa en nuestro día a día. En la secuencia litúrgica tenemos también un retrato profundo y vivo de Jesús, el Hijo de Dios que se hizo hombre y habitó entre nosotros.

Jesús nos envía por los caminos del mundo para que, en lo cotidiano, nos empeñemos en la nueva evangelización y formemos nuevos evangelizadores. Nosotros nos presentamos al Señor, como los Apóstoles, con la consciencia de nuestra pobreza y las necesidades de la Iglesia: «Maestro, trabajamos la noche entera y no capturamos nada» (Lc 5,5). Mas, sobre todo «por causa de su palabra», en nuestro cotidiano queremos creer y esperar que, como entonces, todavía hoy el Señor puede llenar las barcas de sus apóstoles con una pesca milagrosa, y transformar cada creyente en un pescador de hombres.

Sigamos el Maestro en su vida diaria. Aprovechemos ese tiempo como tiempo de fidelidad, de constancia, firmando nuestra vida en la propia vida de Jesús.

Por eso, es importante nuestra presencia en la misa dominical y, cuando posible, también en la misa diaria. Con certeza, es una señal de fidelidad a Jesús, y el deseo de seguirlo no solo en ocasiones especiales, sino también en la simplicidad de nuestro cotidiano. Veremos como de a poco nuestras vidas, iluminadas por las celebraciones litúrgicas, se transforman en el acogimiento de Aquel que se hizo próximo de nosotros para conducirnos al Padre.

† Orani João Tempesta, O. Cist.

Arzobispo Metropolitano de San Sebastián de Río de Janeiro, RJ

 

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