Redacción (Martes, 12-03-2013, Gaudium Press) Reproducimos a continuación algunos extractos del Mensaje de Benedicto XVI al Cardenal Angelo Bagnasco, por ocasión de la 62ª Asamblea General de la Conferencia Episcopal Italiana:
En estos días estáis reunidos en Asís, la ciudad donde «despuntó un sol para el mundo» (DANTE, Paraíso, Canto XI), proclamado por el Venerable Pío XII Patrono de Italia: San Francisco, que conserva intactos su vigor y su actualidad – ¡los Santos no conocen ocaso! – debido al hecho de haberse conformado totalmente con Cristo, de quien fue un ícono vivo. Como el nuestro, también el tiempo en que San Francisco vivió estaba marcado por profundas transformaciones culturales, favorecidas por la fundación de las universidades, por el desarrollo de las comunas y por la difusión de nuevas experiencias religiosas.
De la Eucaristía brota la vida evangélica de San Francisco
Precisamente en aquella estación, gracias a la obra del Papa Inocencio III – el mismo del cual después el Pobrecito de Asís obtuvo el primer reconocimiento canónico -, la Iglesia dio inicio a una profunda reforma litúrgica. Expresión eminente de esto fue el Concilio Lateranense IV (1215), que cuenta entre sus frutos el Breviario. Este libro de oración contenía en sí la riqueza de la reflexión teológica y de la vivencia orante del milenio precedente. Adoptándolo, San Francisco y sus frailes hicieron propia la oración litúrgica del Sumo Pontífice: de este modo, oía y meditaba asiduamente la Palabra de Dios, al punto de hacerla suya y de transponerla, sucesivamente, para las oraciones de su autoría, como en general en todos sus escritos.
El propio Concilio Lateranense IV, considerando con atención particular el Sacramento del Altar, insirió en la profesión de Fe el término «transubstanciación», para afirmar la presencia real de Cristo en el Sacrificio Eucarístico: «Su Cuerpo y su Sangre están verdaderamente contenidos en el Sacramento del Altar, bajo las especies del pan y el vino, dado que el pan es transubstanciado en el Cuerpo y el vino en la Sangre, por poder divino» (DS, 802).
De la participación en la Santa Misa y de la recepción devota de la Sagrada Comunión brotan la vida evangélica de San Francisco y su vocación de recorrer nuevamente el camino de Cristo Crucificado: «El Señor – leemos en su Testamento, de 1226 – me infundió tanta fe en las Iglesias, que así yo simplemente rezaba y decía: ‘Os adoramos, Señor Jesús, en todas vuestras iglesias que existen en el mundo entero, y os bendecimos porque mediante vuestra santa Cruz tú redimisteis al mundo'» (Fuentes Franciscanas, n.111).
¡Sacerdotes, sed santos porque el Señor es Santo!
Es en esta experiencia que encuentran origen también la gran deferencia que él tenía por los sacerdotes y la exhortación a los frailes, de respetarlos siempre y en cualquier situación, «pues del Altísimo Hijo de Dios, nada más veo corporalmente en este mundo, a no ser su Santísimo Cuerpo y Sangre, que solo ellos consagran y solo ellos administran a los otros» (Fuentes Franciscanas, n.113).
¡Estimados hermanos, delante de esta dádiva, que responsabilidad de vida deriva para cada uno de nosotros! «¡Frailes sacerdotes, prestad atención a vuestra dignidad – recomendaba también Francisco – y sed santos, porque Él es Santo!» (Carta al Capítulo General y a todos los Frailes, en Fuentes Franciscanas, n.220).
Sí, la santidad de la Eucaristía exige que se celebre y adore este Misterio, conscientes de su grandeza, importancia y eficacia para la vida cristiana, mas requiere también pureza, coherencia y santidad de vida, de parte de cada uno de nosotros, para que seamos testigos vivos del único Sacrificio de amor de Cristo. […]
El reformador verdadero es obediente a la Fe
El fiel auténtico, en todos los tiempos, experimenta en la liturgia la presencia, el primado y la obra de Dios. Ella es «veritatis splendor» (Sacramentum caritatis, n.35), acontecimiento nupcial, antegozo de la ciudad nueva y definitiva, y participación en la misma; es un vínculo de creación y de redención, cielo abierto sobre la tierra de los hombres, pasaje del mundo para Dios; es Pascua, en la Cruz y la Resurrección de Jesucristo; es el alma de la vida cristiana, llamada al seguimiento, a la reconciliación que mueve la caridad fraterna.
Queridos Hermanos en el Episcopado, vuestra reunión insiere en el centro de los trabajos de la asamblea el examen de la traducción italiana de la tercera edición típica del Misal Romano. La correspondencia de la oración de la Iglesia (lex orandi) con la regla de la Fe (lex credendi) plasma el pensamiento y los sentimientos de la comunidad cristiana, dando forma a la Iglesia, Cuerpo de Cristo y templo del Espíritu. Cada palabra humana no puede prescindir del tiempo, incluso cuando, como en el caso de la liturgia, constituye una ventana que se abre para más allá del tiempo. Por consiguiente, dar voz a una realidad perennemente válida exige el sabio equilibrio de continuidad y de novedad, de tradición y de actualización.
El propio Misal está inserido en el contexto de este proceso. Con efecto, cada reformador verdadero es una persona obediente en la Fe: no se mueve de manera arbitraria, ni se arroga cualquier poder discrecional sobre el rito; no es el señor, mas sí el guardián del tesoro instituido por el Señor y a nosotros confiado. La Iglesia entera está presente en cada liturgia: adherir a su forma es una condición de autenticidad de aquello que se celebra.
Hoy, la esfera moral fue limitada al ámbito subjetivo
Esta razón os impulsa, en las alteradas condiciones de tiempo, a tornar todavía más transparente y practicable la misma Fe que remonta a la época de la Iglesia naciente. Se trata de una tarea aún más urgente en una cultura que – como vosotros mismos releváis – conoce «el eclipse del sentido de Dios y el ofuscamiento de la dimensión de interioridad, la formación incierta de la identidad personal en un contexto pluralista y fragmentado, las dificultades de diálogo entre las generaciones y la separación entre inteligencia y afectividad» (Educare alla vita buona del Vangelo, n.9). Estos elementos constituyen la señal de una crisis de confianza en la vida e influyen de manera relevante en el proceso educativo, donde las referencias fiables se tornan transitorias.
El hombre contemporáneo ha invertido muchas energías en el desarrollo de la ciencia y la técnica, alcanzando en estos campos metas indudablemente significativas y considerables. Entretanto, este progreso fue alcanzado muchas veces en detrimento de los fundamentos del Cristianismo, en los cuales se arraiga la fecunda historia del Continente Europeo: la esfera moral fue limitada al ámbito subjetivo y Dios, cuando no es negado, es de algún modo excluido de la consciencia pública.
Aún más, la persona crece en la medida en que hace la experiencia del bien y aprende a distinguirlo del mal, para más allá del cálculo que considera únicamente las consecuencias de una acción individual, lo que utiliza como criterio de evaluación la posibilidad de realizarla.
Congregar en torno de la responsabilidad educativa
Para invertir la tendencia, no es suficiente una exhortación genérica a los valores, ni una propuesta educativa que se contente con intervenciones puramente funcionales y fragmentarias. Al contrario, hay necesidad de un relacionamiento personal de fidelidad entre individuos dinámicos, protagonistas de la relación, capaces de asumir una posición y de poner en juego la propia libertad (cf. Educare alla vita buona del Vangelo, n.26).
Por este motivo, es oportuna como nunca vuestra opción de congregar en torno de la responsabilidad educativa todos aquellos que valorizan la ciudad de los hombres y el bien de las nuevas generaciones. Esta alianza indispensable no puede dejar de comenzar a partir de una renovada proximidad a la familia, que reconozca y fomente su primado en el campo de la educación: es en su interior que se plasma el semblante de un pueblo. […]
A lo largo de este itinerario, os exhorto a valorizar la Liturgia, como fuente perenne de educación para la vida buena del Evangelio. Ella introduce al encuentro con Jesucristo que, con palabras y obras, edifica constantemente la Iglesia, formándola en las profundidades de la escucha, la fraternidad y la misión. Los ritos hablan en virtud de su intrínseco buen sentido y de su comunicabilidad, y educan para una participación consciente, dinámica y fructuosa (cf. Sacrosanctum concilium, n.11).
(Extractos del Mensaje de Benedicto XVI al Cardenal Angelo Bagnasco, por ocasión de la 62ª Asamblea General de la Conferencia Episcopal Italiana, 4/11/2010)
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