sábado, 23 de noviembre de 2024
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Santa Escolástica, la hermana del patrono de Europa

Redacción (Jueves, 14-02-2013, Gaudium Press) Cuando Nuestro Señor vino al mundo, nos trajo un mandamiento nuevo: «Como yo os he amado, así también vosotros debéis amaros unos a otros» (Jn 13,34). Este amor llevado a las últimas consecuencias nos propició la Redención. Y un relacionamiento humano regulado y bien conducido debe seguir el ejemplo del Divino Maestro. El verdadero amor al prójimo es aquel que se nutre del amor a Dios y que tiene al Creador como centro, visando la santidad de aquellos que se aman. Ya enseñaba San Agustín que solo existen dos amores: o se ama a sí mismo hasta el olvido de Dios, o se ama a Dios hasta el olvido de sí mismo.

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Así fue Santa Escolástica, alma inocente y llena de amor a Dios, de quien poco se conoce, pero que, abriéndose a su gracia, adquirió excepcional fuerza de alma y logró llegar al honor de los altares. Su historia está íntimamente ligada a aquel que por designios de la Providencia nació con ella para la vida, el gran San Benito, su hermano gemelo y padre del monacato occidental, a quien amó con todo su corazón.

Nacieron Escolástica y Benito en Nursia, Umbría, región de Italia situada al pie de los montes Apeninos, en el año 480. Como su hermano, tuvo ella una educación primorosa. Con sus padres, muy católicos y temerosos a Dios, constituían una de las familias más distinguidas de aquellas montañas. Modelo de doncella cristiana, Escolástica era piadosa, virtuosa, cultivaba la oración y era enemiga del espíritu del mundo y de las vanidades.

2.jpgSiempre caminó al unísono con su hermano Benito, unidos ya antes de nacer y hermanos gemelos también de alma. Con la muerte de los padres, Escolástica vivía más recogida en el retiro de su casa. Cuando se enteró que su hermano dejara el desierto de Subiaco y fundara el célebre monasterio de Monte Casino, decidió ella profesar la misma perfección evangélica, distribuyendo todos sus haberes a los pobres y partiendo con una criada en busca del hermano.

Encontrándolo, le explicó sus intenciones de pasar el resto de la vida en una soledad como la de él y le suplicó que fuese su padre espiritual, prescribiéndole las reglas que debería seguir para el perfeccionamiento de su alma. San Benito, ya conociendo la vocación de la hermana, la aceptó y mandó construir para ella y la criada una habitación no muy lejos del monasterio, dándole básicamente la misma regla de sus monjes.

La fama de santidad de esta nueva eremita fue creciendo y, poco a poco, se juntaron a ella muchas otras jóvenes que se sentían llamadas para la vida monástica, colocándose todas bajo su dirección, juntamente con la de San Benito, formando así una nueva Orden femenina, más tarde conocida como de las Benedictinas, que llegó a tener 14.000 conventos esparcidos por todo el Occidente.

Cada año, algunos días antes de la Cuaresma, se encontraban Benito y Escolástica a medio camino entre los dos conventos, en una casita que allí había para este fin. Pasaban el día en coloquios espirituales, para después volver a verse al año siguiente. Uno de los capítulos del libro «Diálogos», de San Gregorio Magno, ayudó a salvar del olvido el nombre de esta gran santa que tiene lugar de predilección entre las vírgenes consagradas. El gran Papa santo narra con simplicidad el último encuentro de San Benito y Santa Escolástica, donde la inocencia y el amor vencieron la propia razón.

Era el primer jueves de la Cuaresma de 547. San Benito fue a estar con su hermana en la casita de costumbre. Pasaron todo el día hablando de Dios. Al atardecer, se levantó San Benito decidido a regresar a su monasterio, para volver apenas en el próximo año. Presintiendo que su muerte vendría luego, Santa Escolástica pidió al hermano que pasasen allí la noche y no interrumpiesen tan bendecida convivencia. A lo que el hermano respondió:

– ¿Qué dices? ¿No sabes que no puedo pasar la noche fuera de la clausura del convento?

3.jpgEscolástica nada dijo. Apenas bajó la cabeza y, en la inocencia de su corazón, pidió a Dios que le concediese la gracia de estar un poco más con su hermano y padre espiritual, a quien tanto amaba. En el mismo instante el cielo se nubló. Rayos y truenos llenaron el firmamento de luz y estruendos. La lluvia comenzó a caer torrencialmente. Era imposible subir a Monte Casino en aquellas condiciones. Escolástica apenas preguntó a su hermano:

– ¿Entonces, no vas a salir? San Benito, percibiendo lo que había pasado, le preguntó:

– ¿Qué hiciste, hermana mía? Dios te perdone por eso…

– Yo te pedí y no quisiste atenderme. Pedí a Dios y Él me oyó – respondió la cándida virgen.

Pasaron aquella noche en santa convivencia, pudiendo el santo fundador regresar a su monasterio apenas al otro día por la mañana. De hecho, se confirmó el presentimiento de Escolástica. Entregó su alma al Creador tres días después de este bello hecho. San Benito vio, desde la ventana de su cuarto, el alma de Escolástica subir al cielo bajo la forma de una blanca paloma, símbolo de la inocencia que ella siempre tuvo. Llevó el cuerpo a su monasterio y ahí lo enterró en la tumba que había preparado para sí mismo. Algunos meses más tarde también falleció San Benito. Quedaron así unidos en la muerte aquellos dos hermanos que en la vida terrenal se habían unido por la vocación.

Comentando este hecho de la vida de los dos grandes santos, San Gregorio dice que el procedimiento de Santa Escolástica fue correcto, y Dios quiso mostrar la fuerza de alma de una inocente, que colocó el amor a Él por encima hasta de la propia razón o regla. Según San Juan, «Dios es amor» (I Jn 4, 7) y no es de admirar que Santa Escolástica haya sido más poderosa que su hermano, en la fuerza de su oración llena de amor. «Pudo más quien amó más», enseña San Gregorio. Aquí el amor venció a la razón, en esta singular contienda.

Pidamos a Santa Escolástica la gracia de la restauración de nuestra inocencia bautismal, para que crezca el amor a Dios en nuestra alma y podamos tener su fuerza espiritual para decir con toda propiedad las palabras de San Pablo: «Todo lo puedo en aquel que me fortalece» (Fl 4, 13).

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