Redacción (Lunes, 18-02-2013, Gaudium Press) La agitación y el frenesí propios del Carnaval [brasileño] iban lejos cuando una noticia resolvió quitar el protagonismo televisivo y periodístico de la mayor fiesta pagana occidental. Lejos, en uno de los menores Estados dotado de soberana autonomía, el Sumo Pontífice anunciaba renunciar a su cargo. Siendo él la autoridad suprema de la Iglesia, lo hacía libre y manifiestamente, sin la necesidad de la aceptación de quien quiera que sea, conforme prescribe el canon 332 §2 del Código de Derecho Canónico. Históricamente, otros Papas lo habían hecho. No se trataba, por tanto, ni de una novedad, ni de una imposibilidad.
A lo largo de estos días, la Basílica de San Pedro con su plaza en forma de chave llave ha sido el centro de las atenciones. Hacia allí se dirigen las cámaras, las miradas y el pensamiento de muchos especialistas, periodistas y vaticanistas, intentando explorar y vislumbrar los acontecimientos por detrás de aquellos muros sagrados. Hablan de crisis, desgastes, querellas… Y olvidan que aquellas paredes y piedras más allá de las cuales quieren hacer conjeturas, revelan ya haber soportado un número mayor de tempestades contrarias que se abatieron contra la edificación que Jesús edificó sobre la roca firme (Mt 7, 25), y que parecen repetir la famosa frase inmortalizada por Ciceron: «Yo vi otros vientos y enfrenté sin temor otras tempestades».
El mundo gira ahora en un enmarañado de suposiciones, mientras la cruz que reposa en lo alto del obelisco permanece de pie. Las casas de juego aceptan propuestas y la prensa presenta la biografía de los ‘papabiles’. A pesar de todo eso, no consta que el Espíritu Santo se deje influenciar por apuestas o que sea tendiente a leer los diarios. Para la elección del nuevo Pontífice, existen criterios más altos. Fue Jesús quien escogió a los Apóstoles, eligió a Pedro entre ellos para apacentar su rebaño y ser cabeza del colegio episcopal (Jn 21, 15-17; Mt 16, 18). Y advierte: «No fuisteis vosotros que me escogisteis; fui Yo quien os escogí» (Jn 15, 16). La Iglesia tiene eso bien presente cuando celebra la misa «Pro Eligendo Romano Pontifice», y posteriormente, en el momento en que los cardenales se dirigen a la Capilla Sixtina, entonando el Veni Creator Spiritus.
La historia no es un desarrollo de hechos que obedece al fatalismo inexorable de las leyes naturales o al capricho del acaso. Para los católicos, ella es iluminada «con un instante todo especial: el de la Fe». Es Dios quien actúa, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Y entre las tres personas divinas, no hay duda ni indecisión. El Conclave hará que Dios actúe en la historia concreta de los hombres, una vez más.
Por el P. José Manuel de Andrade, EP
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