Redacción (Viernes, 22-02-2013, Gaudium Press) «…declaro que renuncio al ministerio de Obispo de Roma, Sucesor de San Pedro, que me fue confiado por la mano de los Cardenales, el 19 de abril de 2005…»
A la sorpresa inicial causada por tan singular noticia de la renuncia de un Papa se sucedieron las más variadas y dispares reacciones, desde la serenidad absoluta, reinante entre los primeros destinatarios de la declaración papal, o sea, el Colegio Cardenalicio reunido en Consistorio, pasando por la perplejidad de muchos, hasta las más extravagantes manifestaciones registradas en los medios. Sin duda, el carácter inusitado del acontecimiento de por sí tiende a causar gran impacto psicológico. Hace cerca de seis siglos que no ocurría algo semejante. El último caso de renuncia papal fue en el s. XV.
Pasados, ahora, los primeros instantes de sorpresa, ¿Qué pensar? ¿Qué actitud tomar, por lo menos interiormente? Materia de tal gravedad exige una serenidad que solo, a veces, el paso del tiempo nos puede dar. Y en vez de esperar que el tiempo haga su labor y el hecho pase a formar parte de la Historia, retrocedamos nosotros en el tiempo e interroguemos fríamente la Historia.
Imaginémonos en la Roma Imperial, hace dos mil años, bajo el gobierno de Nerón. Se desencadena la persecución contra la Iglesia. Millares de cristianos padecen heroicamente el martirio. En cierto momento el propio Apóstol Pedro es hecho prisionero, juzgado y condenado al terrible suplicio de la crucifixión. Sus despojos venerables son sepultados en el Monte Vaticano, donde se encuentran hasta hoy, bajo el Altar de la Confesión.
¿Cuál habrá sido la reacción de los fieles de Roma? Ciertamente intensificaron sus oraciones a fin de pedir el auxilio divino, para escapar de la persecución o para tener fuerzas de soportar con fortaleza el martirio. Tomaron las providencias que correspondían para no ser presos, se ayudaron mutuamente, y la vida de la Iglesia continuó. Eligieron un sucesor de Pedro: Lino. También él fue mártir. Y así se sucedió, en los primeros siglos de la Iglesia, una pléyade de Papas mártires. Y el martirio que tal vez haya causado perplejidad a los contemporáneos de Pedro pasó a ser el fin habitual, trágico y glorioso, de los Papas, en ese período inicial del cristianismo. Cesadas las persecuciones muchos otros problemas surgieron, cada uno de ellos capaz de sacudir varias veces el Papado. Muchos de esos acontecimientos hicieron estremecer a la sociedad temporal. En dos mil años de existencia, ¿el Papado se debilitó con las turbulencias que buscaron cercarlo? ¡No! «…sobre esta Piedra edificaré mi Iglesia» (Mt. 16, 18). La palabra de Nuestro Señor Jesucristo no es optativa, sino absoluta. Él no dijo: «intentaré edificar mi Iglesia», sino que afirmó: «edificaré». La Iglesia está basada sólidamente sobre la piedra que es Piedra, Cefas, Petrus.
En estos últimos dos mil años el Papado creció en solidez y grandeza espiritual. Y cuanto más la sociedad temporal se conturbaba, más el pilar de la Iglesia, el ministerio petrino, Pedro, se afirmaba. Basta recordar que en el s. XIX, cuando el Papa perdió los Estados Pontificios, era proclamada la infalibilidad pontificia. Parecía que nunca el Papa había sido tan débil, y en realidad nunca había sido tan fuerte.
Jesús cambió el nombre a Simón y lo llamó Cefas, Piedra, Petrus, para significar que el Papado tenía la solidez de la roca, era inalterable. Cuando vemos en un día de tempestad las olas del mar embestir contra las rocas, ¿por acaso tememos que ellas se rompan? ¿O que se desmoronen? Cuanto más el mar embiste más ellas se afirman en el suelo.
El Papa Benedicto XVI, después de consultar su consciencia, renunció. ¿Habrá alguien en la tierra más asistido por el Espíritu Santo? Es el Paráclito el que vivifica y gobierna la Iglesia. La Piedra es firme, no se conmueve.
Murió el Beato Juan Pablo II y el mundo entero fue a arrodillarse a sus pies para venerar sus despojos, porque la humanidad perdiera un padre, un protector. Renunció Benedicto XVI y el mundo entero suspende la respiración en la expectativa de lo que acontecerá. ¿No es el mundo el que está en crisis? Pedro, Cefas, Petrus está firme, es Piedra. Tengamos fe en las palabras de Jesús: «… tu eres Piedra y sobre esta Piedra edificaré mi Iglesia y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella» (Mt 16, 18).
Por José António Dominguez
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