Redacción (Viernes, 01-03-2013, Gaudium Press) Al aproximarse al presbiterio de la Basílica Nuestra Señora del Rosario, en Caieiras, Brasil, -o a muchísimas de las Basílicas existentes en el mundo- los fieles se deparan con varias reliquias de santos puestas bajo la mesa del altar.
Pero, si preguntásemos al lector ¿por qué damos culto a las reliquias?, ¿la respuesta sería convincente y segura? Caso no fuese, no se sienta incómodo, pues la daremos ahora.
La palabra reliquia viene del latín, probablemente de relíquus (restante) o relinquere (dejar). Por tanto, «reliquia» designa aquello que restó de los santos o las cosas que por él fueron dejadas.
Como todos saben, existen dos tipos de reliquias: las directas y las indirectas. Las directas son alguna parte de la carne, de los huesos o de las cenizas del santo. Las reliquias indirectas son algo que por ellos fue tocado. Alguien podría preguntarse: «¡Dios mío! Existe una cantidad inmensa de reliquias indirectas, ¿cómo un santo pudo haber tocado en tantos objetos?» En verdad, no todas las reliquias indirectas fueron tocadas por los santos, pues algunas fueron simplemente tocadas en sus reliquias directas.
Cuando una persona toca en alguna cosa, algo de ella pasa al objeto que fue tocado. Tomemos como ejemplo el recipiente en que fueron lavadas las manos de Pilatos. Si alguien le diese de regalo, ¿el lector aceptaría? Probablemente no, pues, alguna cosa del acto infame de Pilatos pasó al objeto. Algo análogo ocurre con las reliquias indirectas.
Ya las reliquias directas, como un pedazo de carne o de hueso son parte de una persona que se encuentra en el Cielo. De ese modo, cuando el santo resucite, aquel fragmento se unirá a su cuerpo y pasará al estado glorioso. Así, la reliquia directa es, en cierto sentido, la presencia física de un bienaventurado entre nosotros.
Por tanto, ¡las reliquias son un verdadero tesoro! Si por acaso el lector posee alguna, venérela y no la deje guardada en algún cajón en medio de objetos profanos. Debemos besarlas todos los días por lo menos, de mañana o a la noche. Y, además, buscar siempre conocer la vida del santo a que corresponden, para tener una piedad fogosa. Recordemos que ellas son un arma para el combate espiritual.
Ciertos militares llevaban una reliquia incrustada en la espada… ¡Es bueno, en las horas de peligro, tenerlas siempre junto a nosotros para garantizarnos que, en la lucha contra el demonio, no batallamos solos, sino contamos con la presencia de santos victoriosos!
Por Joice Silvino Santos
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