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‘Estamos agradecidos, Benedicto XVI’: Arzobispo de Belo Horizonte, Brasil

Redacción (Martes, 05-03-2013, Gaudium Press) Publicamos hoy artículo de Mons. Walmor Oliveira de Azevedo, Arzobispo de Belo Horizonte, Brasil, distribuido por el servicio de Prensa y Comunicación arquidiocesano. En él Mons. Walmor hace consideraciones sobre el pontificado de Benedicto XVI y agradece todo su ministerio como Pontífice máximo de la Iglesia:

Con reverencia y gran aprecio, estamos agradecidos por el pontificado de Benedicto XVI que, como sucesor del apóstol Pedro, ayudó a la Iglesia, en tiempos de acelerados cambios y enormes desafíos humanitarios, a cumplir su tarea misionera: anunciar el Evangelio de la vida, para hacer de todos discípulos y discípulas de Jesucristo.

El agradecimiento reverente proyecta luces sobre un ministerio ejercido con extrema lealtad, humildad edificante, cultivado a partir de una sabiduría temperada, de admirable envergadura intelectual aliada a una espiritualidad reveladora de una profunda intimidad con Dios. Esas cualidades de Benedicto XVI, para más allá de las vicisitudes humanas enfrentadas en todas las instituciones, produciendo desafíos relacionales y existenciales, trazó para la Iglesia horizontes que la capacitaron todavía más en el enfrentamiento de las cuestiones fundamentales de la fe en su diálogo imprescindible con la razón.

3.jpgUn camino exigente, en contramano de una religiosidad entendida y vivida como mágica milagrera o como lugar de la conquista y de ejercicios inadecuados del poder que seduce, que desfigura y se distancia de la condición de todos como siervos de la viña del Señor. Ha de recordarse que Benedicto XVI, en 2005, dirigiéndose por primera vez a la multitud presente en la Plaza de San Pedro, delinea la consciencia clara de su entendimiento sobre su persona y sobre su ministerio principiante como sucesor de Pedro. Él se presenta -como no puede dejar de ser la presentación de los discípulos de Jesús, sean cuales fueren las circunstancias, cargos, oficios y responsabilidades- como simple siervo de la viña del Señor, llamado en aquel momento al exigente servicio como Papa.

Ese simple siervo, con envergadura moral, intelectual y espiritual de gigante en la fe, dialogó con Dios, en confianza amorosa, para decidir, por iluminación propia de la fe y la inteligencia, que era un bien mayor concluir su tarea en el ministerio petrino. Su renuncia causó, naturalmente, conmoción y reacciones de gran sorpresa. Nadie de estos tiempos había vivido una situación semejante. Lo inusitado de la renuncia de un Papa, en la realidad de los tiempos actuales, considerándose los enormes desafíos vividos por la Iglesia Católica, en el enfrentamiento de cuestiones espinosas, como la llaga de la pedofilia, o en el diálogo con el mundo, cuando se piensa en la secularización y el relativismo ético, proyectó un océano de conjeturas y suposiciones.

En el torbellino de hipótesis y análisis, muchas de ellas inadecuadas, maliciosas y hasta perversas, una luz de razón y humanismo focaliza la dimensión de la fe. La renuncia del Papa Benedicto XVI diseña en el horizonte de la Iglesia y también de la sociedad contemporánea la más genuina e indispensable lección del Evangelio. Su renuncia se asienta, antes que nada, en la confianza en su Maestro y Señor y en la más calificada conquista espiritual de simplicidad y humildad. Estas virtudes generan el coraje del desapego, la alegría de la libertad y la consciencia lúcida de su lugar, ahora como orante en el acompañamiento y sustento de la Iglesia en su misión.

Hubo quien lanzó la hipótesis de un «descenso de la cruz». Benedicto XVI, sabiamente y de modo sereno, conoce de la posible incomprensión, y pondera que no descendió de la cruz, sino que está a los pies del crucificado. Subraya su condición de discípulo y siervo, jamás de Señor y Salvador. La lección es desconcertante e interpelante. No simplemente porque es inusitado que un Papa renuncie, sino, sobre todo, porque remite al más genuino sentido de humildad y desapego para ayudar a la humanidad y, particularmente, a la Iglesia en el ejercicio más esencial de su peregrinar, aquel de fijar más, por encima de todo, su mirada en Jesús, el Salvador.

Esta es la enseñanza que Benedicto XVI nos ofrece como testimonio de fe, de sabia localización de la condición humana en las manos y en el corazón de Dios. Una lección simple y profunda. Dios hizo de Benedicto XVI un instrumento para indicar al mundo contemporáneo y a su Iglesia que el terror de la falta de sentido, los absurdos de las luchas por el poder, la descalificación humana producida por la maledicencia y por las arbitrariedades solo tienen cura cuando se elige este lugar de simple siervo de la viña para vivir y para ser. Esta lección, aprendida y vivida, dará rumbo nuevo a la sociedad y a la Iglesia. Estamos agradecidos, Benedicto XVI.

Mons. Walmor Oliveira de Azevedo

Arzobispo metropolitano de Belo Horizonte

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