Río de Janeiro (Miércoles, 06-03-2013, Gaudium Press) El servicio de Prensa de la Arquidiócesis de Río de Janeiro distribuyó oportuno artículo de Mons. Orani Tempesta sobre el tiempo cuaresmal donde él trata más específicamente del ayuno. Publicamos en íntegro el pensamiento del Arzobispo carioca:
Arzobispo Metropolitano de Río de Janeiro, Mons. Orani João Tempesta |
¡El tiempo de la Cuaresma, que vivimos junto con la Campaña de la Fraternidad de la Juventud, está siendo muy especial! Acontecimientos inéditos como la renuncia del Papa Benedicto XVI conmovieron al mundo. Nosotros, entretanto, no podemos perder la ocasión para nuestra conversión. Si ya tenemos esa caminata cuaresmal de conversión en toda la Cuaresma, ahora tenemos todavía más señales que nos llaman a renovar la vida. Una de las prácticas cuaresmales es el ayuno.
La Cuaresma nos lleva a renovar nuestro bautismo y nos conduce a la Pascua. Es un itinerario que prepara para la Noche Santa de la Vigilia Pascual, en la cual celebramos la resurrección de Cristo. Los ejercicios cuaresmales no visan un desprecio por el cuerpo. Sino antes quieren ser una reflexión sobre la vida humana, sus voluntades y orientaciones. ¿Para dónde estoy direccionando mi vida?
Una de las propuestas de la Iglesia para este rico tiempo de la espiritualidad litúrgica es el ayuno. Aunque el ayuno sea una práctica muy antigua (forma parte de la cultura religiosa de varios pueblos), sin embargo el ayuno practicado por los cristianos tiene sus raíces en la experiencia del pueblo de Dios. Todavía existen muchas personas que tiene dudas en relación a esta práctica cristiana.
El hombre es un ser herido que necesita de cura
El primer punto a ser reflexionado se refiere a la naturaleza humana. Por el pecado el hombre se torna un ser «herido» que necesita de cura. Su naturaleza creada por Dios con gracia original, con el pecado lo torna un ser que tiende a no vivir la gracia.
Los gestos y el propio ser del hombre traen la marca del pecado, de la quiebra (ruptura) de la comunión con Dios, con los otros y consigo mismo. Pero sabemos que la gracia superabunda en el hombre. Debido a la tendencia de la naturaleza humana «decaída», tal intento no se concretizará si el hombre no ha aprendido, a través de la fuerza de la gracia redentora de Cristo, a vencerse a sí mismo. Ahora, uno de esos medios de mortificación es precisamente el ayuno. Él no puede ser fin en sí mismo y ni agotarse en los ejercicios, como abstinencia de alimentos. San León Magno nos recuerda que, «aquello que cada cristiano debe practicar en todo tiempo, debe practicarlo ahora con mayor celo y piedad, para cumplir la prescripción, que remonta a los apóstoles, de ayunar cuarenta días, no solamente reduciendo los alimentos, sino, sobre todo absteniéndose del pecado».
El ayuno es medio para que la persona se libre del dominio de la carne y acepte sobre sí el dominio de Cristo. Espacio para la ascesis, que nos ayuda a dominar los desórdenes de las pasiones y estimula el compromiso concreto con Dios y con el prójimo. Además de que, la Iglesia no recomienda solamente el ayuno en este tiempo cuaresmal; forman parte también de la vida de mortificación y penitencia de los cristianos la oración y la limosna, que traducimos por caridad hecha al otro. El tema de la caridad fue justamente el de la cuaresma de este año profundizando la fe en el Dios amor que nos conduce para amar a los hermanos y hermanas con todas las consecuencias. En síntesis, esas señales expresan la conversión con relación a sí mismo, a Dios y a los otros.
El ayuno nos ayuda a buscar nuestra configuración con Cristo
El ayuno es en su esencia un antídoto que la Iglesia nos ofrece para combatir en nosotros toda inclinación de satisfacción de nuestras voluntades, sean corporales o no. No nos olvidemos de que por el pecado el hombre está como que «herido», o sea, necesitado de la cura – que no es el ayuno, sino Cristo. El ayuno nos ayuda a buscar nuestra configuración mayor a Cristo. Por tanto, la Cuaresma, con sus prácticas y exigencias para una auténtica vida cristiana, irradia la fuerza de la gracia divina, alentando a todos, hombres y mujeres, niños y jóvenes a un caminar en la fe, peregrinando bajo la tutela de la Iglesia, la cual Cristo, su Esposo, adornó con dones los más diversos, para que todos puedan encontrar en ella al Señor de sus vidas.
Aprovechemos este tiempo de conversión que el Año Litúrgico nos presenta y abrámonos a la gracia redentora de Cristo para llegar alegremente a las conmemoraciones de su Pascua. Así nos enseña el gran teólogo, San Agustín: «En efecto, nuestra vida, mientras somos peregrinos en este mundo, no puede estar libre de tentaciones, pues es a través de ellas que se realiza nuestro progreso, y nadie puede conocerse a sí mismo sin haber sido tentado. Nadie puede vencer sin haber combatido, ni puede combatir si no tiene enemigos y tentaciones». Por eso en este tiempo propicio somos ayudados en el combate con los medios que nos dispone la Santa Iglesia: el ayuno, la oración y la limosna.
Todo eso debe conducirnos a una celebración penitencial que nos hace experimentar la misericordia de Dios y renueva nuestra vida cristiana. Esa práctica no puede faltar en la Cuaresma, y es un don para todos nosotros. Las prácticas cuaresmales deben renovarnos, y solo se concretizarán al recibir la absolución de nuestros pecados.
¡Que tengamos una santa Cuaresma y caminemos presurosos para celebrar, con corazones renovados, la Pascua del Señor!
Mons. Orani João Tempesta
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