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Rumbo a la Perpetua Felicidad

Redacción (Jueves, 07-08-2013, Gaudium Press) A cada episodio de la Historia se observa que los hombres, casi ininterrumpidamente, pelean, litigan, guerrean por algo. A veces el objetivo de la lucha parece ser una cosa simple como alimento y agua; otras disputas suceden por causa de territorios; en otras todavía se percibe el deseo de la gloria y el honor.

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La gama de luchas es incalculable y va desde las disputas internas e individuales – por ejemplo, cuando alguien tiene que vencer un obstáculo que está dentro de sí – hasta disputas mundiales.

Todo eso ocurre porque la «vida del hombre sobre la tierra es una constante lucha» (Job 7, 1). ¿Lucha por alimento? Sí, pues todos los días millares de personas piden a Dios: «danos hoy nuestro pan de cada día» (Mt 6,11). Pero como «no solo de pan vive el hombre» (Dt 8, 3). Se podría decir que todas las contiendas existentes tienen, en último análisis, un único y específico fin: la felicidad.

Si es verdad que el ser humano no puede vivir mucho tiempo sin alimentarse o sin beber agua todavía es más verdadera la afirmación de que ningún hombre vive sin buscar la felicidad. Cada cálculo, acto y decisión del hombre son norteados por el deseo insaciable de alcanzar la felicidad.

Y de ahí siguen todas las pugnas del hombre. Unos quieren ser ricos y famosos, van, por tanto, a buscar en eso la felicidad. Otros piensan encontrarla por la fuerza y la tiranía. También varían casi al infinito los anhelos de los hombres.

Muchos consiguieron grandes riquezas, otros fueron importantes gobernadores; entretanto ¿cuáles fueron realmente felices y poseedores de una felicidad «intensa» y, sobre todo, perpetua, eterna y absoluta?

La felicidad perpetua: blanco de todos los hombres. Pero muchos cometen el error de no identificar bien lo que es la felicidad perpetua y acaban cambiándola por una felicidad aparente, tantas y tantas veces mentirosa.

¿Qué es entonces la perpetua felicidad?

En el año 205, el Emperador Severo organizó una persecución contra los católicos. Juzgaba él que la felicidad se encontraba en los placeres de esta tierra y viéndose contrariado en sus deseos por el modo de vida de los cristianos ordenó una cruel persecución.

No sabía él que perseguía a aquellos que eran herederos de la perpetua felicidad. Entre estos se encontraban dos mujeres: Perpetua y Felicidad.

Perpetua tenía 22 años cuando fue hecha prisionera, era romana de buena posición social y todavía amamantaba a su pequeño hijo. Felicidad estaba embarazada y era esclava de Perpetua. Sin embargo el deseo de llegar a la perpetua felicidad unía más a Perpetua a Felicidad que el contrato señora y sierva.

Las dos prisioneras por amor a la religión Católica fueron fieles y no aceptaron sacrificar a los ídolos. Por eso, la única actitud de las autoridades civiles fue dejarlas aprisionadas hasta que llegase el día de la condenación.

En la prisión, junto con sus compañeros de infortunio presente, rumbo a la eterna bienaventuranza, aquellas valientes mujeres aprovecharon para crecer en el conocimiento y amor a la religión de Nuestro Señor Jesucristo, el Hombre-Dios, pues ellas sabían que Él era la Felicidad. No solo el amor aumentaba, sino también las dificultades: Perpetua era frecuentemente instigada por su padre pagano, a quien ella amaba de verdad, a renegar su religión. Además, veía con pesar que se separaría de su querido hijo. Felicidad a su vez estaba lista para ser madre, con todo no podría alegrarse por mucho tiempo por la presencia del hijo. Estos y otros muchos tormentos pasaban por las almas de las dos prisioneras.

Sin embargo, resolutas a obtener la Felicidad Perpetua pidieron fuerzas a Dios para llegar hasta el holocausto: Perpetua era favorecida con visiones consoladoras, que quedaron registradas. Felicidad tuvo su hijo, pero supo desapegarse de él cuando llegó el día de la condenación, así como Perpetua que no cedió a las investidas del padre y no se apegó al propio hijo.

En el día marcado para cumplirse la sentencia de muerte todos los prisioneros parecían que iban a una fiesta solemne, tal era la hermosura de sus rostros.

Llegaron al anfiteatro, lugar de carnicería donde tantos ya habían sido violentamente muertos por las fieras. A cada prisionero competía una bestia diferente: jabalí, leopardo, oso. Una vaca salvaje sería el instrumento de martirio de Santas Perpetua y Felicidad.

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Las dos entraron al público de manera noble y distinguida y aunque Felicidad fuese esclava su dignidad de cristiana le concedió gran pompa y distinción. El animal feroz se precipitó sobre Perpetua que cayó por tierra, pero luego se levantó, arregló los cabellos y las ropas, como si desdeñase la muerte, y se unió a Felicidad que ya había sido atacada para esperar un nuevo golpe del animal. Con todo, por una razón inesperada toda la platea gritaba diciendo que era suficiente.

Los responsables por la masacre dominaron a la fiera y retiraron a las dos de la arena. Un poco sorprendidas por lo sucedido las dos santas no estaban satisfechas por no haber sido muertas, al final estaban a un paso de la eterna bienaventuranza: la felicidad total y eterna. ¿Por qué esto no se consumó?

Pero luego se vieron atendidas en sus anhelos. Las dos fueron conducidas a otro lugar. Allí un verdugo degolló la Santa Felicidad.

El verdugo de Santa Perpetua se equivocó en el primer golpe y fue preciso que la propia santa estirase mejor el cuello para facilitar el trabajo del asesino.

Las dos santas dieron el ejemplo de que en nada se encuentra la felicidad verdadera y perpetua sino en el hacer la voluntad de Dios cueste lo que cueste: dinero, honras, glorias, poder, cualquier cosa, pues apenas Dios es capaz de saciar la sed de felicidad que el ser humano tiene.

Por Filipe de Matos

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