Redacción (Lunes, 11-03-2013, Gaudium Press) Todo en la Liturgia de la Iglesia es rico en simbolismos. Esto se nota también en los colores de los paramentos sagrados, los cuales varían de acuerdo con el tiempo litúrgico y las conmemoraciones de Nuestro Señor, de la Virgen María o de los Santos. Básicamente, son cuatro los colores litúrgicos: blanco, rojo, verde y púrpura. Además de estos, hay otros cuatro que son opcionales, esto es, que pueden ser usados en circunstancias especiales: dorado, rosado, azul y negro.
Benedicto XVI vistiendo los ornamentos púrpura, propios de los tiempos penitenciales, durante el Miércoles de Ceniza. |
El blanco simboliza la pureza y es usado en los tiempos de Navidad y Pascua, así como en las conmemoraciones de Nuestro Señor Jesucristo (excepto las de la Pasión), de la Virgen María, los Ángeles y los Santos no mártires.
El rojo, símbolo del fuego de la caridad, se usa en las celebraciones de la Pasión del Señor, en el domingo de Pentecostés, en las fiestas de los Apóstoles y Evangelistas, y en las celebraciones de los Santos Mártires.
Rosado: Domingos de Gaudete (Adviento) y Laetare (Cuaresma)
El verde, señal de esperanza, es usado en la mayor parte del año, en el período denominado Tiempo Común.
Para los tiempos de Adviento y Cuaresma, la Iglesia reservó el púrpura, el color de la penitencia. Y estableció dos excepciones, que corresponden a dos intersticios de alegría en épocas de contrición: en el 3º domingo de Adviento y en el 4º domingo de Cuaresma, el celebrante puede llevar paramentos rosados.
En circunstancias solmenes, se puede optar por el dorado en lugar de blanco, rojo o verde. En algunos países es permitido utilizar el azul, en las celebraciones en honra de Nuestra Señora. Y en las Misas por los fieles difuntos el celebrante puede escoger entre el púrpura y el negro.
Revestido así, de acuerdo con las sabias determinaciones de la Santa Iglesia, el sacerdote sube al altar para el Sagrado Banquete, tornando claro a todos, y a sí mismo, que está actuando en la persona de Otro, o sea, de Nuestro Señor Jesucristo.
P. Mauro Sérgio Isabel, EP
(Revista Heraldos del Evangelio, Abril/2009, n. 88, p. 48 a 51)
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