Asís (Jueves, 21-03-2013, Gaudium Press) Recorrer Asís no es solo trasportarse en el espacio y el tiempo, sino sobre todo, entrar en un bendecido ambiente, pleno de a la vez discretos y luminosos imponderables, un universo que muchos creían desaparecido, y que para bastantes otros es desconocido. Es verdaderamente trasportarse a «otro mundo».
Asís – Foto: Gustavo Kralj / Gaudium Press |
Ciudad siempre célebre por la vida y obra de «Il Poverello» de Asís, hoy ve realzada su importancia en el hecho que el nuevo Pontífice haya tomado como inspiración para su nombre y ministerio la vida de aquel que, según la tradición, terminó sus días pareciéndose incluso físicamente a Cristo.
En días pasados, junto a dos miembros de los Heraldos del Evangelio realizamos pues viaje a la ciudad de encanto, tras las huellas de San Francisco y de ese ángel de inocencia llamado Clara de Asís, fundadora junto con el santo de la Orden Segunda franciscana.
Dejando la visita a la Iglesia de la Porciúncula para otra feliz jornada, nos dirigimos sin demora a la ciudad antigua, ubicada en una colina, en una elevación de las conocidas como ‘terrazas’ del monte Subasio.
Arribamos alrededor de las 7:30 de la mañana, momento en que la neblina iba retirándose lentamente de la falda, pero cuando todavía un sano misterio brumoso envolvía parte de la ciudad, contribuyendo a contagiarnos con sus aires míticos; niebla en extinción que parecía desvelar la ciudad para nosotros. Desde la base de la colina fácilmente se percibe a Asís como una ‘población de iglesias’, básicamente de estilos románico y de un gótico que ya despunta; construcciones sacras casi todas con algunas educadas adaptaciones posteriores al medioevo; edificaciones rodeadas de ‘borgos’ (que traduciríamos tímidamente como «barrios») haciendo entera armonía con sus cúpulas religiosas y campanarios.
Foto: Gustavo Kralj / Gaudium Press |
La piedra dura, y al mismo tiempo asimétrica y leve en las murallas -de colores beige o tonalidades más bien claras-, está presente por doquier, dando en ello la unidad al conjunto, respetando enteramente la diversidad que embellece. Se destaca de esa visión de conjunto, por su imponencia serena, la Basílica papal de San Francisco y el monasterio de los franciscanos. La colina tiene una base ancha, y la población se extiende fluida sobre esta falda, formando algo como una ‘vía láctea’ que la encubre gentilmente. En lo alto de la colina, los restos de la fortaleza de la Rocca Maggiore aún velan cuál austero centinela la villa.
A la ciudad entramos por la Porta Nuova. «Benedicat Tibi Dominus Sancta Civitas Deo», dice la inscripción grabada en piedra en lo alto de la Puerta: «Te bendiga el Señor, ciudad santa fiel a Dios». La entrada Nuova da fácil acceso a una rectilínea y angosta calle empedrada, la cual conduce después de pocos metros de recorrido a la plaza e iglesia de Santa Clara, relicario de varias maravillas.
En la Iglesia de Santa Clara se encuentra el crucifijo de San Damián, un ícono de Cristo que es al tiempo Cruz y gloria del Redentor, pintado sobre tela poco después del año 1100, y famoso particularmente porque fue aquel ante el cuál, según narra con simplicidad San Buenaventura, San Francisco escuchó la voz del Hijo de Dios que le impelía a «reparar» su ‘casa’. Permitamos que sea el propio Doctor Seráfico quien nos cuente la revelación:
Crucifijo de San Damián |
«Salió un día Francisco al campo a meditar, y al pasear junto a la iglesia de San Damián, cuya vetusta fábrica amenazaba ruina, entró en ella -movido por el Espíritu- a hacer oración; y mientras oraba postrado ante la imagen del Crucificado, de pronto se sintió inundado de una gran consolación espiritual. Fijó sus ojos, arrasados en lágrimas, en la cruz del Señor, y he aquí que oyó con sus oídos corporales una voz procedente de la misma cruz que le dijo tres veces: «¡Francisco, vete y repara mi casa, que, como ves, está a punto de arruinarse toda ella!» Quedó estremecido Francisco, pues estaba solo en la iglesia, al percibir voz tan maravillosa, y, sintiendo en su corazón el poder de la palabra divina, fue arrebatado en éxtasis. Vuelto en sí, se dispone a obedecer, y concentra todo su esfuerzo en la decisión de reparar materialmente la iglesia». (Relato de San Buenaventura -LM 2,1-) No era entretanto la humilde iglesia de San Damián la que amenazaba la ruina y que debía ser reedificada, sino la gran Iglesia, como Francisco lo comprendió después.
En la iglesia de Santa Clara todo son maravillas. A las 9 am se abre la cripta, y el peregrino desciende por las angostas escaleras a ella ya en espíritu de oración, sin que nadie se lo indique. Allí, custodiada en medio de bóvedas góticas de fino mármol, en su altar principal se halla el cuerpo incorrupto de Santa Clara.
Cuerpo incorrupto de Santa Clara – Foto: Franciscanos.org |
Narra el Padre Gualtiero Bellucci, o.f.m., en una crónica para el Directorio Franciscano, que «el cuerpo de santa Clara permaneció durante siete años en el mismo lugar donde había sido sepultado el de san Francisco. En 1260 fue colocado debajo del altar mayor y allí permaneció durante casi seis siglos, hasta el 23 de septiembre de 1850, cuando fue descubierto, incorrupto, después de ocho noches de trabajos». El cuerpo permanece expuesto en una urna para maravilla del visitante; su rostro y manos han sido cubiertos de cera.
Pero no es solo esa la maravilla de la cripta neogótica. En los corredores que conducen al cuerpo incorrupto de la santa, existen magníficas reproducciones fotográficas de frescos que ilustran su vida, ofreciendo al visitante una catequesis visual. Y en otro nicho de esa gruta se conservan, entre otros portentos, un vestido tejido por manos de Santa Clara (que demuestra su elevada estatura); la primera vestidura de San Francisco tras su conversión; una túnica y manto de Santa Clara; y el primer propiamente hábito de San Francisco.
(Mañana: La Basílica Papal de San Francisco – Las calles de Asís)
Gaudium Press / Saúl Castiblanco
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