Ciudad del Vaticano (Jueves, 28-03-2013, Gaudium Press) «Celebro con alegría la primera Misa Crismal como Obispo de Roma»: así inició el Papa Francisco su sermón en la Misa del Crisma del Jueves Santo, celebrada por el Pontífice a las 9:30 hora de Roma en la Basílica de San Pedro -y concelebrada por Cardenales, Obispos y Presbíteros presentes en la Ciudad Eterna- ocasión en la cual todos los presbíteros según la liturgia renovaron sus promesas sacerdotales, y el Papa bendijo el óleo de los enfermos, el de los catecúmenos y consagró el crisma.
Papa Francisco en la Misa Crismal – Fotos: Gustavo Kralj / Gaudium Press |
Antes de la celebración eucarística, la asamblea con el Papa a la cabeza rezó la hora tercia, después de lo cual siguió la misa. En la Liturgia de la Palabra, las lecturas consagradas por la tradición, del Libro de Isaías («El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha consagrado con la unción…»), el Salmo 88 («He encontrado a David, mi siervo, con mi santo óleo lo he consagrado), del Apocalipsis (Gracia a vosotros y paz de parte de Jesucristo, el testigo fiel, el primogénito de entre los muertos y soberano rey de la tierra), y el Evangelio de San Lucas, que relata la visita del Mesías un sábado a la sinagoga de Nazaret, y en la que después de leer el pasaje del profeta Isaías proclamado en la primera lectura, anuncia a los presentes que «Hoy mismo se ha cumplido este pasaje de la Escritura que ustedes acaban de oír».
Homilía del Papa Francisco
«Las lecturas nos hablan de los ‘Ungidos’: el siervo de Yahvé de Isaías, David y Jesús, nuestro Señor. Los tres tienen en común que la unción que reciben es para ungir al pueblo fiel de Dios al que sirven; su unción es para los pobres, para los cautivos, para los oprimidos», expresó el Papa.
El óleo con que es perfumado el ungido y que se difunde sobre él, «es imagen de la unción sacerdotal que, a través del ungido, llega hasta los confines del universo».
De la «belleza de lo litúrgico» que es «presencia de la gloria de nuestro Dios resplandeciente en su pueblo vivo y consolado», se parte para la acción. «La unción no es para perfumarnos a nosotros mismos, ni mucho menos para que la guardemos en un frasco, ya que se podría rancio el aceite… y amargo el corazón».
«Al buen sacerdote se lo reconoce por cómo anda ungido su pueblo. Cuando la gente nuestra anda ungida con óleo de alegría se le nota: por ejemplo, cuando sale de la misa con cara de haber recibido una buena noticia. Nuestra gente agradece el evangelio predicado con unción, agradece cuando el evangelio que predicamos llega a su vida cotidiana, cuando baja como el óleo de Aarón hasta los bordes de la realidad, cuando ilumina las situaciones límites, ‘las periferias’ donde el pueblo fiel está más expuesto a la invasión de los que quieren saquear su fe».
Cuando una persona acude a un sacerdote, a veces pidiendo oraciones, o incluso cosas materiales o que parecen banales, lo que en el fondo quiere es «ser ungidos con el óleo perfumado, porque sabe que lo tenemos». «Hay que salir a experimentar nuestra unción, su poder y su eficacia redentora: en las ‘periferias’ donde hay sufrimiento, hay sangre derramada, ceguera que desea ver, donde hay cautivos de tantos malos patrones», expresó el Papa.
Afirmó el Pontífice que en la búsqueda de las almas «el poder de la gracia» se «activa y crece en la medida en que salimos con fe a darnos y a dar el Evangelio a los demás; a dar la poca unción que tengamos a los que no tienen nada de nada».
«El que no sale de sí, en vez de mediador -señaló el Papa Francisco-, se va convirtiendo poco a poco en intermediario, en gestor. Todos conocemos la diferencia: el intermediario y el gestor ‘ya tienen su paga’, y puesto que no ponen en juego la propia piel ni el corazón tampoco reciben un agradecimiento afectuoso que nace del corazón». Hay que ser «pastores ‘con olor a oveja’, pastores en medio de su rebaño, y pescadores de hombres».
El Pontífice concluyó la secuencia argumentativa de su homilía señalando que «es bueno que la realidad misma nos lleve a ir allí donde lo que somos por gracia se muestra claramente como pura gracia, en ese mar del mundo actual donde sólo vale la unión -y no la función- y resultan fecundas las redes echadas únicamente en el nombre de Aquél de quien nos hemos fiado: Jesús».
El Papa pidió que los fieles acompañen a sus sacerdotes con afecto y oración, y para los sacerdotes deseó que Dios Padre renueve el Espíritu de Santidad con que han sido ungidos.
Al final de la eucaristía, en la procesión conclusiva, el Pontífice se despidió con la calidez con que ya tiene acostumbrada a la feligresía.
Gaudium Press / S. C.
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