Redacción (Miércoles, 03-04-2013, Gaudium Press) Publicamos en esta primer semana de Pascua oportunas reflexiones de Monseñor João Clá Dias, EP, sobre la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, acontecimiento de importancia capital para la Cristiandad:
El Tiempo de Pascua
Introducción:
La importancia capital de la Pascua de la Resurrección, la magna fiesta de la Cristiandad, la más antigua, y centro de todas las otras, solemne, majestuosa es invadida de júbilo: «Ese es el día que el Señor hizo, sea para nosotros día de alegría y felicidad».(Sl.117,24) San Pablo, Apóstol, resaltará el valor de ese grandioso acontecimiento: «Si Cristo no resucitó, es vana nuestra predicación, y también es vana nuestra fe»(1 Cor.15.14). En la liturgia, esa alegría es prolongada por la repetición de la palabra «aleluya», por el blanco de los paramentos y los cánticos de exultación. Con razón decía Tertuliano: – «Sumad todas las solemnidades de los gentiles y no llegareis a nuestros cincuenta días de Pascua».
Ahora, entre los acontecimientos de aquellos días, hay episodios que pasan muchas veces desapercibidos; sin embargo, bien analizados, revelan en toda su fuerza el poder del amor.
Oración Preparatoria: Oh Inmaculado y Sapiencial Corazón de María, nosotros os ofrecemos esta meditación, en reparación a todas las ofensas que recibís por los pecados cometidos por toda la Humanidad. Y concedednos el don de participar del júbilo glorioso de Vuestro Inmaculado Corazón, inundado de inefable consolación, en el momento en que fue restituido a la alegría por la triunfal Resurrección de Jesús.
Amén * * *
I – Las resurrecciones a lo largo de los tiempos.
El profeta Elías obrara la resurrección del hijo de la viuda de Sarepta, en casa de quien vivía. (1Rs 17, 17-24). Más tarde, lo mismo haría Eliseo con el hijo de una sunamita (2Rs 4, 17-37).
El propio Salvador, tomado de pena al encontrar el cadáver de la hija de Jairo, ordenó a las mujeres que no llorasen más, pues la niña apenas dormía. Jesús conservó consigo solamente los padres y tres apóstoles y, tomándola de la mano, le dijo: «¡Niña, yo te ordeno, levántate!». Ella se puso de pie llena de vida y de alegría. Maravillados con el prodigio, los padres no se dieron cuenta de que la jovencita precisaba alimentarse, y el propio Maestro tuvo que recordarles esto. (Mc 5, 35-43).
La compasión de Jesús por los sufrimientos humanos se manifestó nuevamente al deparar Él con un entierro, en la ciudad de Naim. Todos caminaban consternados en extremo, pues falleciera el hijo de una viuda, su único sustento. El féretro se encontraba cercado por gente deshecha en llanto. Las misericordiosas entrañas de Nuestro Señor se conmovieron: «No llores», dice Él a la pobre madre. Y, colocando su omnipotencia divina al servicio de su bondad infinita, dice: «¡Joven, yo te ordeno, levántate!» Obedeciendo a la solemne voz del Creador, comenzó a hablar aquel que hacía poco todavía era difunto. Jesús lo tomó de la mano y lo entregó a su madre (Lc 7, 11-16).
1 – Los sentimientos fuertes y armónicos del Corazón de Jesús…
La más impresionante de todas las resurrecciones obradas por Jesús fue, sin duda, la de Lázaro. María, hermana del muerto, advirtió al Maestro de que el cadáver ya estaba en descomposición, pues recibiera el ósculo de la muerte cuatro días antes. Entretanto, a pesar de saber Jesús que el milagro a ser efectuado agudizaría la envidia de los fariseos y, así, apuraría su propia muerte, Él ansiaba ardientemente cumplir los designios del Padre. En el Sagrado Corazón de Jesús se encuentran, entonces, dos fuertes sentimientos armónicos: la compasión por su amigo Lázaro y las hermanas de él, y la prisa en realizar la finalidad de su Encarnación.
Manda que se remueva la lápida de la entrada de la tumba. Un repugnante olor se esparce entre los presentes. Una voz posante y omnipotente ordena: «¡Lázaro, ven para afuera!» A la boca del túmulo cavado en la piedra, un cadáver resucitado se presenta con dificultad, con vendas por todo el cuerpo. Una nueva determinación; dice Nuestro Señor: «Desatadlo y dejadlo ir», con divina serenidad. Era la misma voz a la cual los vientos y los mares obedecían… (Jn 11, 38-44).
A lo largo de la Era cristiana habrá otras resurrecciones: San Pedro hará retornar a la vida Tabita (At 9, 36-46); San Paulo, con un abrazo, re erguirá de la muerte al joven Êutico (At.20,9-12); San Bento devolverá con salud, a un campesino, el hijo, cuyo cuerpo inerte había sido puesto a la puerta del monasterio.
Con todo, si numerosas fueron las resurrecciones a lo largo de los tiempos, ¿en qué la Resurrección de Cristo se distingue de las demás? (1)
II – La mayor prueba de la divinidad.
«Tengo el poder para entregar mi vida, así como para reasumirla» (Jn 10,18)
Nunca nadie profetizó su propio retorno a la vida terrena. Menos todavía, sucedió de alguien obrar por su propio poder ese milagro tan por encima de la naturaleza creada. Nuestro Señor Jesucristo resucitó, porque no era solo hombre, sino también Dios.
La muerte de Cristo consistió en la separación del alma y del cuerpo, como en la muerte de los otros seres humanos. Pero la divinidad estaba de tal modo ligada al hombre Cristo, que, a pesar del alma y del cuerpo haberse separado, la propia divinidad siempre estuvo unida al cuerpo y al alma de un modo perfectísimo. Es necesario, pues, que creamos no apenas que Él se hizo hombre y que murió para nuestra Redención, así como que resurgió de los muertos.
Santo Tomás de Aquino completa: …y la divinidad del Verbo jamás se separó ni de su alma, ni de su cuerpo. ¡Por eso, el cuerpo reasumía el alma y el cuerpo, cuando quería!
Cuando profesamos nuestra fe, rezando en el Credo, resucitó… y no, fue resucitado, como si lo fuese por otro, ¡es porque Jesucristo por su propia fuerza entregó el alma, reasumiéndola también, por fuerza propia! Entonces, podemos leer en los Salmos 3, 6….»Adormecí, y estuve sepultado en el sueño y me levanté».
Otra diferencia todavía entre la Resurrección de Cristo y la de los otros, es debido al tipo de vida para la cual el muerto resucitó. Cuando Lázaro, por ejemplo, fue resucitado, retornó para la misma vida de antes – vida terrena y corruptible -, al paso que Cristo resucitó para vida gloriosa e incorruptible. (2)
Al contemplar con júbilo el triunfo de Jesucristo resucitado, juntémonos a Nuestra Señora, a los Apóstoles, los Ángeles, con toda la Iglesia transbordando de alegría Pascual…
Oración: Oh Señor Jesús que en verdad resucitaste; es segurísimo que sois el Dios todopoderoso, pues un hombre muerto no puede resucitarse; y que solo Dios, que dispone de la vida y la muerte, es capaz de semejante prodigio. Vuestra Resurrección gloriosa garantiza nuestra fe, porque si Jesús es Dios, divina es Su Religión, divino es el Evangelio, divina es la Iglesia que fundó sobre la roca de San Pedro. Siguiendo la luz de mi fe, guía infalible, haciendo los sacrificios que ella me pide, sé que es nada de eso en vano, porque «¡Jesucristo, mi esperanza, resucitó! ¡Aleluya!»(3)
¡Oh Corazón de María, restituido a la alegría por la Resurrección de Jesús! ¡Rogad por nosotros!
(Ver segunda parte)
Referencias:
(1) Revista Arautos do Evangelho – Mons. João Clá Dias, nº 4 – abril 2002 págs. 13-17
(2) Exposição sobre o Credo – Santo Tomás de Aquino- Ed. Loyola, 2a.edição, págs.54-55
(3) Meditações – M.Hamon , Lello & Irmãos Editores- Porto, Tomo II, págs. 250-251
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